(La columna de Benjamín Lana en XLSemanal del 24 de mayo de 2015)
A veces el pasado se revela contra la historia y vuelve para poner las cosas en su sitio. Imaginen un ánfora sellada, llena de la salsa más suculenta de las paladeadas en el Imperio romano, garum elaborado en la gaditana playa de Bolonia. Viajen con su mente y lleguemos a la bulliciosa Pompeya. Es el 24 de agosto del año 79. El preciado recipiente descansa en la alacena de una casa patricia. El cielo se llena de humo y la luz desaparece en pleno día. La ciudad queda sepultada bajo las cenizas del Vesubio, sellada como el ánfora. Silencio. Oscuridad durante 1900 años. Un arqueólogo abre una de las tres dolias que acaban de hallar intactas en las excavaciones de la antigua urbe. La destapa y fluye un aroma delicado a pescado. El garum, la salsa que mejor simbolizaba el sabor de la antigua Roma y que desapareció con ella, revela su secreto, perseguido durante dos milenios.
Por primera vez se halla su reliquia, restos reales. Por fin podemos conocer el sabor de los platos que Marco Gavio Apicio recogió en Re Coquinaria, el primer libro de recetas. El ingrediente que ponían en zanahorias, vientres de cerdo o guisos de flamenca La historia guarda otra sorpresa.
El ánfora de Pompeya ha demostrado, con la ayuda de investigadores españoles, que el mito era falso. El garum no estaba hecho con tripas de peces podridos, y su sabor no es insoportable para nosotros. Estaba elaborado solo con pescado azul, especias y sal. Algún traductor interpretó mal los textos romanos en los que sí se decía que era el alimento preferido de una clase social podrida, corrompida por el dinero y el poder.
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