domingo, 4 de julio de 2021

Conejo

 (La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 14 de abril de 2013)

El prematuramente desaparecido profesor de Ciencias Políticas e historiador gastronómico Anthony Rowley (1952-zon) asegura en su muy erudita e interesante Historia mundial de la mesa (Ediciones Trea) que, cuando los fenicios desembarcaron en las costas ibéricas, la cantidad de conejos era de tal magnitud que bautizaron el lugar como I-Saphan-Im -el. 'país de los conejos'-, nombre que el tiempo y el uso convirtieron en Hispania. En otras partes del mundo, como en Australia, el conejo es una plaga; pero aquí ha sido la gran proteína de los pobres, incluso más barata que la que nos proporciona el socorrido pollo de supermercado. 

El consumo del conejo, común en todo el territorio español, ha remediado muchas hambres a lo largo de la Historia y, según parece, sus amigos moros le enseñaron a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, a guisarlo y escabecharlo para que, con tal natural y sabrosa conserva, su mesnada pudiera desplazarse con velocidad de un lugar a otro sin pérdidas de tiempo ni mayores complicaciones logísticas. 

Hace ya tiempo lo probé de esa guisa en La Tasquita de Enfrente (Ballesta, 6; Madrid) y, quizá por eso y desde entonces, entiendo mejor la distancia entre la leyenda y la historia de nuestro gran Campeador. Los españoles debiéramos homenajear la memoria del sencillo conejo de campo, y con mayor razón la de la liebre, por habernos librada de tanta hambruna; pero, desagradecidos -salvo en Cataluña-, no forma parte del recetario estelar en nuestros usos y costumbres nutricios. En cualquier caso, desde un sublime civet hasta preparado al ajillo, como en El Torreón (El Pardo, Madrid), es una carne para una crisis.

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