sábado, 30 de mayo de 2015

El año de la raspa

(Un texto de Pau Arenós en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 12 de abril de 2015)

El mejor ejemplo de la cocina de aprovechamiento es dar una segunda vida, y dignidad, a una espina de pescado Es el más pobre de todos los platos pobres. ¿Existe algo más menesteroso que comer una espina? ¿Sería posible convertir el desecho en un bocado glorioso? En 1971, en el año de la raspa, Josep Mercader lo consiguió en el Motel Empordà, en Figueres, destino mítico durante décadas para gurmets motorizados. Cuando la cocina catalana moderna estaba por construir, Mercader aportó frescura y menta a guisos espesos. Y últimas noticias de Francia, que circulaban por la N-II. Cualquiera es capaz de lucirse con este aperitivo de subsistencia. La receta es tan fácil que hasta la podría hacer el gato.

   Espinas de anchoa sumergidas en leche durante dos minutos, espolvoreadas con harina y fritas, según las indicaciones del libro Històries del Motel. Como todo proceso original, admite cambio. Las de la imagen son de boquerón: la carne tuvo otro uso. En lugar del basurero, los restos ocuparon el centro de la mesa. Para romper el blanco de la marinada y darle intención, la leche fue bautizada con el escabeche de una lata de mejillones. No es por ahorro, sino por dignidad. Deshacernos de bienes preciados como ese naranja oleoso es pecado: que se lo apunte el Papa.

   Una hora de reposo ?no dos minutos? para reblandecer e impregnar. Romper los bastones y llevárselos a la boca fue notar, a lo lejos, como un rumor de mar bravo, la acidez del vinagre.

lunes, 25 de mayo de 2015

Perdiz, de monte y de granja, a fuego muy lento



(Un texto de Alejandro Toquero en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 16 de noviembre de 2014)

La perdiz de monte o de campo, la patirroja y silvestre, escasea cada vez más y va camino de convertirse en una especie en vías de extinción. Desde mediados de octubre hasta finales de enero está abierta la veda para la caza, pero los lamentos llegan desde todos los rincones de España: cada vez hay menos. La falta de alimento en los montes, los productos fitosanitarios contra las malas hierbas o para proteger los cultivos de cereales, las repoblaciones incontroladas, la presión cinegética ... son argumentos que se repiten a la hora de buscar explicaciones y la realidad es muy tozuda: no está haciendo falta cazar muchas perdices rojas, las autóctonas, para darse cuenta de que están desapareciendo.

[…] Y es que al consumidor que le gusta la caza apuesta por este producto frente a otras perdices que son las más habituales en el mercado: de repoblación y de granja. Las primeras, explica este experto, «se crían en naves, pero tienen zonas al aire libre de esparcimiento e incluso pueden volar». Son las que se empezarán a ver a medida que nos acerquemos a las Navidades ante la escasez de las de monte. Y luego, durante todo el año, se puede encontrar la de granja, de carne más blanca que la salvaje y con algunas diferencias físicas más: pico anaranjado y largo frente al corto y rojo de la que lo utiliza habitualmente en el campo, o las uñas, igualmente largas de la primera y más cortas de la otra.

Curiosamente, sin embargo, el precio de venta al público no varía demasiado. El propietario de la pollería Julia explica la razón: «La de monte tendría que ser más cara por lo que cuesta el coto, las licencias, los seguros ... pero para el cazador es una afición y no busca hacerse rico, así que solo aspira a recuperar parte de los gastos». En el otro caso, prosigue, «en cuanto empiezas a sumar los costes de producción, manipulado y comercialización, estos se disparan y, al final, el precio se tiende a igualar». […]

Juan Carlos asegura que la caza menor y, especialmente, la perdiz, la pide una clientela muy concreta: «Gente mayor que aprecia su calidad y tiene tiempo y conocimientos para prepararla; los jóvenes consumen de otra manera, pero cuando prueban un buen estofado, claro que lo disfrutan». Y es que como sentencia este minorista del Mercado Central, «es un producto que exige un tiempo y una dedicación que cada vez se estilan menos».

[…] Jorge Alarcón, cocinero y propietario del restaurante Aspen de Zaragoza, […] A la hora de describir una y otra perdiz para trabajarla en la cocina, se refiere a la importancia del hábitat y de la alimentación: esfuerzo continuo frente a una cría acomodada; una dieta irregular o a unos piensos controlados; una carne roja y otra más blanquecina, lo que a su vez se traduce en sabores fuertes frente a otros más domesticados. «Al no haber trabajado tanto los músculos -asegura el chef- , la carne de la de granja es más blanda y no tiene la misma fuerza». Mejor o peor ya es cuestión de gustos o de lo que al paladar hayamos acostumbrado.

En cualquier caso, explica que no es necesario poner las perdices en vino u otros alcoholes para ablandarlas, como sí es aconsejable hacer con la caza mayor. A su juicio, la recomendación más importante a la hora de prepararlas es «tener muy claro que necesitan cocciones lentas, estofar más que guisar, recurrir a temperaturas muy bajas de cocción frente al fuego medio de un guiso».

A su juicio, a pesar del lío semántico, el guiso perdiz es una de las mejores opciones, la que nunca falla: muchísima cebolla (con aceite y a baja temperatura se carameliza sola), laurel, un poco de pimienta, ajo y a fuego muy lento, para que una vez tapada la cazuela, el mismo vapor ablande y cocine la carne «y los líquidos de dominio se transmitan entre los productos». «Alrededor de 45 minutos serán suficientes para la de monte y entre 20 y 25 para la de granja», prosigue el dueño del Aspen.

Al margen de esta presentación, son muchas las posibilidades que este cocinero sugiere a la hora de prepararlas, como laminar las pechugas y hacerlas a la plancha o presentarlas con un arroz.

ESCABECHE. Por supuesto, al hablar de esta ave gallinácea no podemos dejar de referirnos al escabechado, cuyos pasos son parecidos a los del estofado, según explica Jorge Alarcón: "Podemos añadir alguna hortaliza más como zanahoria o apio, y eso sí, cubrir de aceite para que las piezas se confiten”. Una vez que han transcurrido 30 o 40 minutos, en el caso de la salvaje, se incorporaría el vinagre, «de Jerez a ser posible, un vinagre noble, que es el que al final va a determinar la calidad del escabechado». 15 minutos más al fuego y a reposar, de forma que esta conserva puede aguantar perfectamente dos semanas e incluso más. En cualquier caso, para alargar el tiempo de consumo siempre se puede recurrir al embotado.

[…]

MAGRA Y CON MUY POCA GRASA
Tres características destacan en la composición nutritiva de estas aves: su elevado contenido en proteínas de alto valor biológico, la cantidad de hierro y el moderado aporte de grasa. Además, las proteínas de la perdiz apenas tienen colágeno por lo que su carne magra resulta fácil de digerir. Las aves silvestres tienen menos grasa que las de granja debido a la energía que gastan en sus desplazamientos. Al igual que otros ejemplares de caza, es una buena fuente de hierro, incluso superior a carnes rojas como el vacuno. Sus músculos concentran gran cantidad de mioglobina, el pigmento que contiene hierro y da ese color característico.

NO NECESITAN MUCHO TIEMPO DE OREO
Del refranero, en ocasiones, conviene discrepar. Eso al menos sucede con el que sentencia que «la perdiz, con la mano en la nariz», Nos sugiere este refrán que en el caso de las aves abatidas en el campo conviene dejar pasar unos cuantos días entre la muerte de la pieza y su tratamiento culinario para que la carne se mortifique, Aunque, en otras piezas de caza, como el jabalí o la liebre, es conveniente esta práctica, en el caso de la perdiz no es necesaria esta espera y de un día para otro es más que suficiente para disfrutar de todas sus cualidades sin sabores no deseados.

lunes, 11 de mayo de 2015

El café soluble



(Un texto en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 2014)

El café soluble es un extracto de café en polvo o aglomerado que se disuelve fácilmente en agua caliente y que fue inventado en 1899 por el químico americano de origen japonés Sartori Kato y patentado en 1901 bajo el título "A New or Improved Coffee Concentrate and Process for Making the same".

El procedimiento de Kato fue perfeccionado en 1906 por el químico belga George Constant Washington residente en Guatemala, llegando incluso a comercializar su producto, con éxito, en los EEUU y en la época de la I Guerra Mundial.

Las dos guerras mundiales lanzaron su consumo por todo el mundo ya que los soldados americanos recibían en su rancho un sobre de tres cuartos de onza de café soluble y al volver a sus hogares lo fueron extendiendo por todo el país y, por tanto, a lo largo del mundo.

El sistema más usual de su fabricación es el atomizado y consiste en eliminar el agua del café líquido, producido prácticamente igual que el podemos hacer en nuestra casa, pero en grandes cantidades y por procedimientos altamente industrializados, y posteriormente pulverizándolo dentro de una fuerte corriente de aire caliente que evapora el agua del café, junto con multitud de aromas esenciales, y dejando sólo el extracto seco del café al que luego volveremos a añadir agua caliente.

El sistema de liofilización consiste en eliminar el agua congelando la infusión por medio de gigantescas cámaras de vacío a bajísimas temperaturas de cerca de -50º y que transforman directamente el agua del estado sólido (hielo), al estado gaseoso (sublimación) y dejando el residuo del extracto seco de café. El hecho de que el producto permanezca a temperaturas muy bajas y sin contacto con aire caliente (está al vacío) permite que el aroma natural del café permanezca en los granos de cale liofilizado, generando así una bebida de mejores características que por el método del atomizado.

sábado, 9 de mayo de 2015

Hamburguesas



(Leído en un texto de Alejandro Toquero en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 2014)

[…] Hoy en día el universo de los filetes de carne picada ha crecido exponencialmente. Tanto ha cambiado el panorama que en la actualidad las hamburguesas preparadas con productos cárnicos no dejan de ser una opción más. Y así, cada vez resulta más habitual verlas de pescado, de todo tipo de vegetales, de cereales o de legumbres.

En cualquier caso, las carnes de vacuno y de cerdo siguen siendo las grandes protagonistas de este bocado tan universal. Los porcentajes para encontrar el equilibrio adecuado de sabor y jugosidad (70% de ternera y 30% de cerdo) son un clásico que en las carnicerías no deja de escucharse, pero hoy los tiempos son otros.

[…]

Gonzalo [Gonzalo Chueca tiene su carnicería en Villafranca de Ebro] reconoce que las hamburguesas de pollo y de pavo han ganado mucho terreno, y a partir de estos productos, todo lo que la imaginación pueda dar de sí. Él, por ejemplo, realiza una elaboración muy colorista «Sobre un papel de cocina transparente -comenta- pongo una base de carne picada de ternera; sobre ella, una de queso; otra de jamón de pavo y termino con pollo; lo enrollo todo, lo dejo enfriar un tiempo y como si fuera un brazo de gitano voy cortando las hamburguesas según las piden los clientes».

María Gómez, de Casa Matachín, se refiere a la cantidad de referencias que tiene esta empresa buscando, sobre todo, «su alto contenido en proteínas y fibra, haciendo que sea un alimento ideal para toda la familia». De nuevo estamos ante el pavo y el pollo como los productos que han conseguido un mayor nicho de mercado. En su caso, la innovación ha ido llegando de la mano de los ingredientes que acompañan a estas carnes y así, por ejemplo, en el caso de la de pollo, Casa Matachín ha incorporado nuevos sabores mezclándola con espinacas, cebolla o bacón y dátiles.

PRODUCTO GOURMET. Lo que sirve para estos dos modelos de negocio prácticamente se puede extrapolar al ámbito de la restauración en términos muy parecidos. Como ya ha quedado apuntado, el salto cualitativo que en los últimos años han dado las hamburguesas en bares, cafeterías y restaurantes ha sido espectacular. Varias son las razones, pero la económica, sin duda, es una de las más importantes.

Y es que se trata de una preparación de la que se obtiene una mayor rentabilidad que de otras pudiendo ofrecer calidad a un precio ajustado. Pero claro, ese salto a la cocina de más nivel no podía llegar tan solo de la mano de carnes clásicas como ternera y cerdo. Y ahí es donde el universo de hamburguesas posibles se ha disparado. […]

Hace un año que Jesús Page, su jefe de cocina [del New Sheraton], tomó esta decisión y lo hizo alrededor de la idea de trabajar carnes muy poco conocidas. De esta forma, aparecieron la cebra, la gacela, el camello, el canguro o el ñu. Eso sí, se las ha tenido que ingeniar para que su sabor más fuerte se adapte a nuestros gustos y allí es donde la maceración de las mismas juega un papel muy importante. «En todos los casos -explica Jesús- las tengo alrededor de 24 horas macerando con distintos productos para conseguir un doble objetivo: que estén jugosas y que al mismo tiempo se suavice el sabor».

Así, por ejemplo, la de cebra la macera con cebolla y queso provolone; la de venado y jabalí, con ciruelas pasas y cebolla frita, y la de gacela, con bacón, trufa y ajos tiernos. Pero este cocinero se ha animado a ir más allá y ha descubierto que con el pescado también hay mucho margen para elaborar hamburguesas y clientes dispuestos a probarlas. De momento, ha apostado por tres: de pulpo y merluza; de atún rojo, macerada con ajos tiernos y tomate con casse, y de bacalao y salmón, con cebolla, mostaza Dijon y eneldo, […].

Jesús tiene muy en cuenta, eso sí, que las carnes y los pescados no se trabajan igual. Estos últimos llevan más agua y son muy delicados. "Para la carne utilizo la picadora -comenta- , pero el pescado lo trabajo con el cuchillo para que no se deshaga tanto y al morder se note la textura». A la hora de aglutinar los ingredientes también hay diferencias. «Con el atún –prosigue- no hay problema porque es bastante graso y no se deshace, pero en el caso del bacalao y el salmón sí hace falta poner algo de huevo para que no se desmorone». Por último, en la de pulpo y merluza es la propia gelatina del cefalópodo la que ayuda a quede bien formada.

VEGETARIANAS. Pero si importante ha sido la irrupción de carnes exóticas y de pescados, no se quedan atrás las opciones 'verdes'. Desde hace bastante tiempo, las de seitán y tofu son las dos grandes referencias vegetarianas, por la consideración que tiene su aporte proteínico como sustitutivo de la carne.

Manuel Rodrigo, jefe de cocina del restaurante Baobab, asegura que las posibilidades son muy grandes «y no tanto buscando productos que se asemejen a la tradicional hamburguesa de carne, como texturas y sabores nuevos». Manuel comenta que se pueden utilizar cereales como arroz, trigo y avena, o leguminosas como lentejas, soja y alubias rojas. Y a este producto base añadirle en crudo o después de haber realizado un sofrito, otros ingredientes como cebolla, perejil, ajo, remolacha y zanahoria.

La alternativa al huevo batido para dar consistencia puede llegar, según este chef, de la mano de harina de garbanzos o de almendras molidas, ya que «además de absorber el líquido de las verduras ayudan a que la hamburguesa no se deshaga». En fin, que el universo de posibles elaboraciones e ingredientes no para de crecer y a buen seguro que lo seguirá haciendo en el futuro.

CUESTIÓN DE GUSTOS, SABORES Y TEXTURAS

A la hora de elaborar una hamburguesa casera influyen mucho los gustos particulares de cada consumidor, pero sí se pueden dar algunos consejos muy generales. Por ejemplo, si se trata de una pieza de la vaca, que la carne no sea excesivamente magra, evitando lomos y solomillos. El carnicero Gonzalo Chueca recomienda utilizar la parte de la aguja. También es aconsejable que la pique el profesional y que solo dé una pasada, ya que si se dan más va a quedar demasiado pastosa.

Al condimentarla, de nuevo mandan los gustos. Los puristas que solo miran el recetario más tradicional dirán que lo mejor es que solo lleve la carne y un poco de sal y pimienta, mientras que los que buscan más sabores y texturas recurrirán a cebolla, perejil, ajo, tomillo o a encurtidos. Sobre la utilización o no de huevo batido, lo cierto es que la textura va a cambiar a la hora de cocinarla. Su uso va encaminado a integrar bien todos los ingredientes y que quede un poco más crujiente. También hay quien añade a la mezcla un chorrito de brandy o de otro licor o vino, que la suaviza y le da un toque de sabor muy original.

Una última recomendación para la preparación: cuando esté en el fuego, no hay que aplastar la hamburguesa con la espumadera, ya que lo único que se consigue es que se pierdan los jugos.

MACERACIÓN, TAMAÑO Y TIEMPO DE COCINADO
El cocinero Jesús Page recomienda tener por lo menos 24 horas macerando en el frigorífico la carne o el pescado que utilicemos para las hamburguesas con el resto de los ingredientes. Respecto al tamaño, el carnicero Gonzalo Chueca aconseja que las de ternera sean un poco gruesas (entre 200 y 250 gramos) para que queden jugosas. No hay que olvidar que el resultado final va a depender mucho del tiempo de cocinado. Page recomienda que las de carne «se hagan vuelta y vuelta con el fuego fuerte para que sellen bien y no se pierdan los jugos; si las pasamos mucho, nos van a quedar como la suela de un zapato». Con las de pescado hay que tener más cuidado (por el anisakis) y, por lo tanto, requieren más tiempo de cocinado.

jueves, 7 de mayo de 2015

Croquetas: la gloria



(Un texto de Francisco Abad Alegría en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 2014)

Un viejo compañero de curso decía que si dominas el arte de las croquetas, las chicas caen rendidas irremisiblemente. Francis Paniego hace croquetas siguiendo la excelencia culinaria de sus mayores, mujeres, y parece que lo borda. 

Como tantas otras fórmulas culinarias, su origen es incierto, aunque verosímilmente francés. Su nombre deriva de 'croquette', pequeña porción crujiente, según reza el monumental Diccionario Gastronómico de Larousse. Es posible que existiesen antes de principios del siglo XIX, aunque parece más que verosímil que pudo ser el cocinero francés Antonin Càreme, inventor y sistematizador de platos y modos de cocinar (recordemos la aventura del osmazoma, el espíritu cárnico, que preparó la fórmula del Bovril -¡qué prosaico!- y al cabo el aislamiento del umami o glutamato, mucho antes de su difusión y patente), quien las hizo entrar en las cocinas nobles.

Marie-Antoine Càreme nació en París en 1784 y desarrolló su labor culinaria a partir de 1800; su pasión fue aprender, dibujar y sistematizar las obras reposteras y culinarias de su tiempo. Cocinó para  Napoleón, que no apreció demasiado sus creaciones -su pasión era poder, no el placer-, para el zar Alejandro I de Rusia, para el rey Jorge IV de Inglaterra y para los Rothschild, retirándose en 1929. Su obra 'El arte de la cocina francesa' tra (1833-34) es un monumento culinario en el que destacan las salsas y las pequeñas porciones como las croquetas y otras creaciones culinarias novedosas. Sabemos que uno de los platos que sirvió en un banquete que preparó para el príncipe regente de Inglaterra y el Gran Duque Nicolás de Rusia, el 18 de enero de 1817, fueron las 'croquettes à la royale'.

¿Cómo eran estas croquetas, dignas de figurar en una mesa real? Probablemente las primeras croquetas eran de patata, con incorporación o no de huevo. Alejandro Dumas, afamado gastrónomo y autor de un diccionario gastronómico importante para su tiempo, famoso entre el gran público por el relato de los tres mosqueteros, en  su crónica del viaje a España como enviado a la boda de la infanta Luisa Fernanda con el duque de Montpensier en Sevilla (1846), hace un concienzudo recorrido gastronómico de norte a sur por nuestra geografía patria y levanta acta de productos tan peregrinos para su saber culinario francés como las truchas escabechadas del lago de Sanabria, las inmejorables perdices rojas de la meseta, el cocido español, que retrata con desmesura, y el aceite de oliva, que reputa grosero y basto, entre otras cosas. Por eso su testimonio sobre las croquetas resulta interesante; menciona su fórmula personal de 'croquetas de patata' y no recoge otra española. La conclusión razonable es que las croquetas resultaban técnicamente desconocidas en la España de mediados del siglo XIX y de que la base de su confección francesa seguía siendo el puré de patata (a pesar de lo denostada que era la patata hasta el primer tercio del siglo XIX).

La reiterada cita de la croqueta y su presencia en las cocinas antiguas de Estados Unidos, muy influidas por usos franceses además de ingleses clásicos, parece atestiguar que la difusión de fórmulas sencillas se hace desde Francia en el primer tercio del siglo XIX, como lo atestiguan las fórmulas de croqueta de patata de las damas presbiterianas de Ohio (1894) y de la unión de vegetarianos teósofos de Norteamérica (1897). Parece que ya entonces empezaban a prepararse croquetas con proteínas animales. Un libro de cocina clásico americano (‘Home cooking book', Maryland, 1857) recoge ya las croquetas de pollo y tenemos noticia de una curiosa costumbre de los habitantes del condado de Oseola, en Iowa, que sufrían frecuentes plagas de langosta y que aprovechaban en 1892 la eliminación de estos insectos para hacer con ellos nutritivas (y repugnantes, creo yo) sopas y croquetas de saltamontes; evidentemente, lo que no mata, engorda.

EN ESPAÑA. Por lo que se refiere a España, parece que la croqueta penetró con mayor lentitud. El famoso manual de Rementeria, autor-traductor, no las menciona en 1837, como tampoco lo hace el manual de Giménez Fornesa en 1871. Tenemos noticia de ellas en el popular libro de Altimiras, refrito y añadido en sucesivas ediciones del original del aragonés Juan Altamiras de mediados del siglo XVIII, en ediciones de principios del XX y en el clásico para recién casadas 'De cocina', que las menciona en el primer tercio del siglo, refiriéndose en cuatro casos a preparados de pollo, conejo, merluza o bacalao.

Resulta interesante el testimonio de Emilia Pardo Bazán, que recoge fórmulas de croquetas con pollo o vaca y dulces ya en 1913, en su libro sobre la cocina española moderna y asegura que son populares en España: «El plato es sin duda transpirenaico; pero está tan extendido en España, que Valera lo comió muchos años ha en una venta de Despeñaperros, y el mismo hecho de que todas las menegildas -es decir, las amas de casa vulgares- lo estropeen, indica su popularidad. Hay que añadir que la croqueta, al aclimatarse a España, ha ganado mucho. La francesa es enorme, dura y sin gracia. Aquí, al contrario, la hacen bien; se deshacen en la boca, de tan blandas y suaves». De Paniego, vamos.

MUY VARIADAS. Las croquetas de nuestro entorno son de lo más variopinto. Las de jamón, bien picado y no muy curado, las de huevo duro con colas de gamba, las ahorradoras de carne de cocido bien desmenuzada (el secreto es poner el doble de carne de la necesaria para que mantenga buena parte de su esencia y sabor), las de bonito en escabeche, de merluza, de bacalao, de picadillo de cerdo con queso, de carne picada de ternera con generoso picante, de morcilla, de chipirones en su tinta, todas las variantes que se puedan imaginar. Pero el secreto, siempre, es la bechamel. Una masa cremosa, suave, nada amazacotada, hecha de mantequilla, harina y leche (la proporción en volumen de 1-1-3, en el orden en que se han citado, es la más habitual), que se trabaja largamente a fuego suave hasta que se hace densa, dejándola enfriar unida a los tropezones para montarla después tras empanado convencional, si es posible manejándola bien fría. La gracia está en que una corteza empanada crujiente deje salir una masa suave y untuosa. Es mejor renunciar a las viejas fórmulas de harina trabada con mucha cebolla y aceite, porque eso llena el estómago, pero entristece el gusto, creo yo.
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