martes, 28 de abril de 2015

Pulpo y microondas incompatibles



(Un texto de Caius Apicius en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 9 de agosto de 2014)

Nuestra época, el mundo de ahora mismo, está fuertemente conectado con lo que llamamos tecnología; los avances técnicos condicionan prácticamente todas nuestras actividades, incluida, naturalmente, la cocina.

La gente se ha aficionado a llenar su cocina de artefactos más o menos útiles que generalmente acaba arrinconando. Pero hay que reconocer que hay aparatos que facilitan enormemente el proceso culinario o, al menos, procuran comodidad al ejecutante.

Lo que pasa es que hay artilugios que pueden causar, además del efecto deseado, algún otro contraproducente. Les cuento. Ando yo por estas benditas tierras (y aguas) arosanas, traído a la señorial Cambados por la sexagésimo segunda edición de la Fiesta del Albariño. Hacía bastante más tiempo del que yo hubiera querido que no venía a Galicia y, lógicamente, aprovecho en lo posible la ocasión para saborear in situ algunos de los platos más tradicionales de la sabrosa cocina galaica.

Entre ellos, naturalmente, el pulpo. Pulpo á feira, como mandan los cánones. Y hete aquí que he comprobado que hay tecnologías que le sientan muy bien a este suculento octópodo, y otras que sería mejor no aplicárselas. Ejemplo de las primeras: la congelación. Desde que el congelador es huésped común de todas las cocinas, la preparación del pulpo, ponerlo en condiciones de ser cocinado y comido, ha ganado comodidad y perdido una buena dosis de violencia.

Antes, para conseguir que el pulpo alcanzase un razonable grado de masticabilidad se le daban al pobre animal unas tremendas palizas, habitualmente golpeándolo una y otra vez contra las escaleras de piedra de los muelles. De ahí viene la expresión «mazado como un pulpo» para referimos a alguien que está lleno de golpes, o a uno mismo cuando está hecho polvo, como si le hubieran pegado una paliza.

Pero había que romper las fibras de su carne, so pena de que resultase tan dura como las propias piedras portuarias. Ahora eso se consigue sin el menor esfuerzo mediante la congelación: se congela el cefalópodo, se descongela cuando sea menester, y aquí paz y después gloria, que gloria bendita es un pulpo preparado como mandan los cánones (gallegos, por supuesto).

O sea que sí, que el frío le viene muy bien al pulpo. Y... ¿el calor? Bueno, todo gallego sabe que el pulpo á feira ha de tomarse caliente; en las ferias, los pulpos esperan en el propio caldero a que la pulpeira los extraiga del agua caliente y los corte a tijera en rodajas, que dispondrá sobre un plato de madera, rociará con buen aceite y espolvoreará con sal gorda y pimentón más o menos picante, al gusto. Así, con un buen pan del país para mojar y un vino adecuado, es como se disfruta de esta exquisitez marina.

Bueno, pues el otro día iba yo lleno de esperanzas, fundadas en los buenos recuerdos de visitas anteriores, a un figón cambadés con la intención de meterme en el cuerpo unas cuantas manos (cada mano son cuatro ejemplares) de pimientos de Padrón y un buen plato de pulpo. Los pimientos, estupendos, aunque empieza a mosquearme que en todo lo que llevamos de verano no me haya salido ninguno picante; en cuatro manos de pimientos debe haber un par de ellos picantes, si no no tiene gracia.

El pulpo, de aspecto, bien. Pinchamos la primera rodaja (tuve que pedir que me trajesen palillos; el pulpo á feira se pincha con palillo de madera, no con tenedor de metal) para ver cómo estaba de punto; el pulpo es una cosa que dura es imposible, pero blanda deriva a asquerosita. Ha de tener un punto que me niego a llamar al dente y califico de «triscante», que no es la palabra correcta, pero que yo uso para definir ese punto perfecto en el que el pulpo deja de estar duro sin llegar a estar blando.

Qué decepción. No sé si triscaba o no, porque la sensación que se imponía a todas las demás era la sequedad. ¡Un pulpo de carnes secas! Por el amor de Dios, las carnes del pulpo son jugosas, llenas de esencias marinas, del marisco que es la base de la dieta de este gourmet de los mares. Seco como la mojama, y la mojama puede y debe estar seca, pero el pulpo, no.

Y es que al pobre pulpo, cocido horas antes, lo metieron en el microondas. El microondas es un aparato que, al parecer, tiene muchas aplicaciones domésticas: descongela cosas, calienta platos... Todo por el procedimiento de urgencia, pese a lo malas que son las prisas en la cocina.

Pero el microondas estropeó por completo el pulpo. Le destrozó la textura, eliminando todo rastro de jugosidad. Nunca sometan al pulpo a la acción del microondas. Para un gallego, el pulpo frío es una aberración, por mucho que en las barras madrileñas lo sirvan así; bueno, pues les diré una cosa: antes frío que de microondas. Por lo menos, los pimientos venían de la sartén. No quiero ni imaginar qué catástrofe se desencadenaría si pasaran por el artefacto en cuestión.

jueves, 23 de abril de 2015

La manzana, un alimento muy completo



(Un texto leído en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 18 de enero de 2014)

El componente más importante de la manzana es la pectina, una fibra soluble indicada en las afecciones gástricas, además de ser reductora de los niveles de colesterol. Gracias al potasio que contiene, el corazón y el flujo sanguíneo también se benefician.

Las manzanas son un alimento muy completo y previenen diversas enfermedades. Tienen un gran efecto antiviral y se recomienda consumirlas a las personas que padecen enfermedades respiratorias. Además, como todas las frutas y verduras, poseen un amplio listado de propiedades antioxidantes, derivadas de su alto contenido en vitaminas y fibra. Por su alto contenido en fósforo resulta también un alimento con efectos sedantes, por lo que es muy adecuado para tomarlo antes de irse a dormir. Todas estas características se pueden aprovechar tanto comiendo el fruto fresco como en forma de excelentes jaleas y mermeladas. Con las reinetas se pueden elaborar además unas sidras muy valoradas por los aficionados a esta bebida, que se consigue dejando fermentar la pulpa hasta alcanzar el 4% de contenido de alcohol.  

lunes, 20 de abril de 2015

Lentejas, viudas o acompañadas



(Un texto de Caius Apicius leído en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 18 de enero de 2014)

De las lentejas se cuentan maravillas por sus propiedades dietéticas y nutricionales y por sus posibilidades en la cocina. Sin embargo, siguen teniendo mala imagen y continúan siendo un plato considerado de malos tiempos, aunque en otros países, como Italia, se comen para Nochevieja.

A estas alturas casi nadie ignora que una de las tradiciones italianas del día de fin de año es cenar un plato de lentejas con alguno de sus fantásticos embutidos, sea cotechino, sea zampone; en España se prefiere cenar cosas más glamurosas. Y es que las lentejas todavía se asocian con tiempos de penuria, y es difícil que sean consideradas un plato de lujo, digno de la mesa de la última noche del año.

Lentejas. Parece que el hombre las conoce y, lo que es más importante, las cultiva, desde hace ocho o nueve mil años. Sabemos que eran parte muy importante de la dieta de los obreros que construyeron las pirámides, junto con el pan, la cerveza y las cebollas. Y, desde luego, las lentejas más famosas de la historia son las que sirvieron a Jacob para comprar a su hermano Esaú la primogenitura; el Antiguo Testamento está lleno de hábiles trepas.

Por aquí deberíamos asociar las lentejas con el Quijote; en su inicio. Cervantes nos informa de que el hidalgo manchego las cenaba los viernes. Y eso Las enlaza con las de Esaú: lentejas sin aditamentos cárnicos, lentejas 'viudas'. En el caso de Esaú, porque la ley mosaica veta a los judíos la carne de cerdo, que tan bien se entiende con las lentejas; en el de don Alonso Quijano, porque era viernes, es decir, día de abstinencia.

Lenteja, en latín, se decía 'lens'. De 'lens' deriva la palabra lente, mientras que lenteja viene de un diminutivo: 'lenticula'. La propia palabra lenteja incluye lo que, según el DRAE, es un sufijo ('-eja') diminutivo y despectivo. En los idiomas de nuestro entorno, lenteja es, también, diminutivo: 'lentille' en francés, 'Ienticchia' en italiano, 'lentilha' en portugués...

Es fácil de entender que una lenteja es una lente pequeñita; pero dicen los sabios que no, que una lente es una lenteja grande; se supone que hablamos de lentes biconvexas.

En fin, va de lentejas, que ya saben lo que dice el refrán: «Estas son lentejas; si las quieres, las comes, y si no, las dejas». No las dejen: están muy ricas, acompañan muy bien a un montón de cosas y encima son un alimento casi perfecto, por su alto contenido de aminoácidos esenciales; bien es verdad que les falta uno importante, la metionina, pero no lo es menos que el arroz la contiene, de modo que el modo indio de comer lentejas combinadas con arroz responde a una sabiduría ancestral, tal vez védica, porque los aminoácidos no fueron descubiertos hasta el siglo XIX.

Lo más normal, cuando pensamos en lentejas, es unirlas al chorizo. Lentejas con chorizo: un clásico, cuyo mero enunciado nos indica que la protagonista del plato es la leguminosa, no el embutido, que es el acompañante. Si al chorizo le añadimos unos daditos de panceta, la cosa gana riqueza y se convierte en un plato magnifico.

Pero quiero llamar su atención sobre las posibilidades que ofrecen las lentejas convertidas en guarnición, en complemento. Un clásico es el codillo con lentejas, menos extrañas al paladar español que la clásica col fermentada (choucroute, sauerkraut) de alsacianos y renanos. Pero no solo con el cerdo se entienden bien las lentejas: también con algunas aves, de modo muy especial con el pato.

Ustedes prepárense unas lentejas 'viudas' cargando un poquito la mano en el uso de especias, déjenlas más secas que caldosas y acompañen con ellas un confit de pato: una pareja perfecta...

Y hablando del pato y de las lentejas... volvamos a Egipto. Ya hemos dicho que las lentejas eran alimento común; por otro lado, ya los egipcios elaboraban foie-gras cebando ocas. Liguemos ambas cosas: unas lentejas con una royale (flan) de foie-gras.

Por un lado, lentejas 'víudas', es decir, hechas con vegetales: zanahoria, calabacín: puerro, ajo... y, claro, sal y aceite virgen para sofreír esas verduras, cortadas del tamaño de las propias lentejas, que serán de las pequeñas, de las verdes de La Armuña.

Por otro lado, mezclen en batidora cien gramos de foie-gras micuit con un cuarto de litro de caldo de ave y un par de huevos. Comprueben el punto de sal y rectifíquenlo si fuere menester. Viertan la mezcla en cuatro cuencos de porcelana refractaria, llenándolas más o menos hasta la mitad; llévenlas al horno, que tendrán ya caliente, y hornéenlas un cuarto de hora: su contenido ha de tener la consistencia de un flan. Terminen entonces de llenar los cuencos con las lentejas, y a la mesa sin más dilaciones.

Estas lentejas podría haberlas tomado el mismísimo Esaú, aunque vista la conducta de su hermano no parece que se estirase añadiendo foie-gras (si lo conociese) a sus lentejas. Alonso Quijano, en cambio, tampoco podría disfrutarlas, al menos no en viernes. Pero a ustedes nadie se lo impide, y unas lentejas con royale de foie-gras son un plato perfecto para estos fríos días de enero; un poco de retraso respecto al uso italiano no creo que vaya a disminuir la buena suerte que los transalpinos asocian al consumo de esta leguminosa para despedir el año. Por si sí o por si no... háganse unas lentejas.

sábado, 18 de abril de 2015

Cus cus: español, sin duda



(Un texto de Francisco Abad Alegría en el suplemento gastronómico del 3 de enero de 2015)

El alcuzcuz (cus-cus) es nada menos que español; sin la menor duda. Hace siglos desaparecido de las mesas hispanas, ahora retorna de la mano de la inmigración y del contagio de la cultura francesa de los pieds-noirs franco-argelinos. Pero la cosa empezó mucho antes. 

Ya en el siglo se separan los magrebíes en 'maIoul' y 'mahboud', en lo referente a la alimentación con gramíneas, de modo que los ‘maloul’ son comedores de grano silvestre, habitualmente nómadas, mientras que los ‘mahboud’ comen fundamentalmente trigo. Las gramíneas de los oasis proporcionaban grano salvaje a los nómadas, que tomaban tales granos más aplastados que auténticamente molidos y pronto, merced a su destreza en la cestería, hicieron pequeños recipientes que se podían poner sobre la boca de las ollas de cocción, de modo que el vapor generado cocinaba las semillas ahorrando al mismo tiempo la preciada agua; luego se fabricaron alcuzcuceros de cerámica perforada. El trigo duro también admitía tal procedimiento de cocción, aunque para ello era preciso fragmentarlo antes para hacerlo más asequible a los efectos del vapor, como se hacía con el aplastamíento de los granos silvestres: parece evidente que este es el origen del alcuzcuz. No así de su perfeccionamiento y difusión por el mundo árabe-magrebí, que entonces ya incluía a Al-Andalus.

El alcuzcuz no se encuentra en recetarios del siglo XII ni se menciona tampoco en el mismo siglo en el 'Tratado de los Alimentos' de Avenzoar. Además, los vestigios arqueológicos no recogen la existencia de alcuzcuceros hasta mediados del siglo XIII y tales vasijas son de pequeñas dimensiones. Los modos de cocinar al vapor el grano fracturado, salvaje o cultivado, bien pudieron penetrar en la península mucho antes, hacia el siglo XI, con los almorávides, pero el asentamiento sería progresivo. Hay un detalle muy interesante sobre la expansión del alcuzcuz y es la necesidad de trigo duro para su confección. Mientras que este tipo de trigo es raro en el norte de África, al llegar los invasores en su segunda oleada se encuentran con tales granos atestiguados en la vieja Hispania desde no mucho antes del siglo X. Así, la asimilación progresiva del empleo de trigo no candeal dará en fórmulas estandarizadas de alcuzcuz no antes del siglo XI: será España la que acabe teniendo la paternidad real de la conformación definitiva de un plato de gran repercusión cultural. Por eso no es raro que la primera noticia escrita que tengamos del alcuzcuz sea del autor andalusí Ibn Razin al-Tugibí, que detalla la confección de los granitos de alcuzcuz, su cocción y su preparación final de cinco formas diferentes. De la misma época es el tratado anónimo almohade traducido por el navarro Huíci Miranda, que cita tres tipos de alcuzcuz y dice que es muy apreciado en Marrakesh, indicando la comunidad cultural entre los dos lados del Estrecho. Ya en época nazarí, en el primer tercio del siglo XIV, al-Arbulí cita el alcuzcuz, lo que indica que está plenamente asentado y es preparación corriente y frecuente en el momento.

LA ESPAÑA CRISTIANA. En la España post-andalusí, el alcuzcuz sigue vigente durante un tiempo y de modo nada desdeñable. Por ejemplo, en 'La lozana andaluza' de Francisco Delicado (1528), la lozana Andolza, una prostituta garbosa y pimpante de origen andaluz que ejerce sus artes amatorias en Roma, refiere qué bien hace al alcuzcuz con garbanzos. Un siglo después, Covarrubias describe el alcuzcuz y es muy interesante que refiere la forma de sus granos «cabezas de hormiga», que es literalmente la misma expresión de Ibn Razin. El cocinero de Felipe III, Francisco Martínez Montiño, refiere la fórmula del alcuzcuz de un modo que parece traslado de la receta de Ibn Razin, incluyendo el detalle de la preparación del grano a partir de trigo duro redondeado con la palma de la mano tras humedecer y espolvorear con trigo candeal, la cocción al vapor y al elaboración de la tafaya que va a dar su vapor y el caldo de remojado posterior; emplea nada menos que cinco páginas de apretada letra en su libro en la edición de 1763.

Es interesante constatar que el libro es de cocina de Corte, lo que indica que está plenamente vigente en las cocinas más nobles, que la forma de preparación es idéntica a la de los clásicos andalusíes y, sobre todo, que el cocinero hace un apartado para preparar el alcuzcuz en días de abstinencia. Este último detalle indica claramente que era plato de consumo habitual en el siglo XVII, en el medio al que nos referimos, porque de otro modo no estaría previsto cómo hacerlo cuando no se puede emplear carne: se reservaría para días a carnibus y punto.

Resulta llamativo que a partir de Martínez Montiño ya no se encuentra ni vestigio del alcuzcuz en los recetarios españoles más conocidos; quizá la explicación esté en la aversión a vestigios de morisma que predomina en una cocina auténticamente española, cristiana hasta las cachas, a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

UNAS RECETAS PARA CASA. El alcuzcuz sigue preparándose como siempre. Los granos se remojan durante unos 10 minutos en agua templada y luego se escurren, poniéndolos holgados en la parte superior de un alcuzcucero o puchero de cocción al vapor y dejando que se produzca la cocción durante unos 10 minutos; después se sacan, se mojan con un poco de mantequilla o aceite de oliva y se remueven, separándolos bien, para realojarlos en la parte superior del alcuzcucero, dejando que cuezan al vapor otros 15 ó 20 minutos, para volver a verterlo sobre una fuente amplia, separando de nuevo los granos hasta que queden sueltos. Constituyen de este modo una guarnición o acompañamiento perfecto para platos de carne o pescado, sustituyendo a las patatas fritas o la pasta. Si siguen las instrucciones de los paquetes de alcuzcuz precocido que se vende en los comercios normales, también podrán tomarlo, pero si tienen tiempo y lo hacen al vapor como les indico, verán que resulta mucho más digerible y ligero, aunque sea del pretratado.

Ni que decir tiene que la cocción sobre el vapor de un guisado de carne con hortalizas o pescado es el ideal; luego se empleará parte del caldo del guiso para remojar los granitos cocidos al vapor en el momento de servir. Pero si no quieren meterse en berenjenales, hagan aparte un guiso de carne o pescado a su estilo, con un poquito más de caldo del habitual, incorporando algunas especias que le den aroma oriental: una pizca de canela en polvo, bastante pimienta negra molida, algo de alcaravea en polvo, un poco de cúrcuma, algo de pimentón picante, un deje de anís en grano, una buena cantidad de comino en polvo... Luego tomarán el alcuzcuz remojado en el momento de servir con el caldito y gozarán como niños con piruleta.

Cus cus, también de postre. También es posible hacer el alcuzcuz solo con agua para aderezarlo como un dulce para nada empalagoso. Cuando aún esté caliente, tras separarlo con la mano tras añadir algo de mantequilla, espolvoréenlo con azúcar moreno, y añadan, bien picaditas, unos cuantos dátiles, unas uvas pasas y varias ciruelas secas. Preparándolo de esta forma, constituye un sencillo postre casero que se sale de la rutina y gusta mucho a los niños.

viernes, 10 de abril de 2015

Lentejas



(Un artículo de Caius Apicius en el Heraldo de Aragón del 18 de enero de 2014)

De las lentejas se cuentan maravillas por sus propiedades dietéticas y nutricionales y por sus posibilidades en la cocina. Sin embargo, siguen teniendo mala imagen y continúan siendo un plato considerado de malos tiempos, aunque en otros países, como Italia, se comen para Nochevieja. 

A estas alturas casi nadie ignora que una de las tradiciones italianas del día de fin de año es cenar un plato de lentejas con alguno de sus fantásticos embutidos, sea cotechino, sea zampone; en España se prefiere cenar cosas más glamurosas. Y es que las lentejas todavía se asocian con tiempos de penuria, y es difícil que sean consideradas un plato de lujo, digno de la mesa de la última noche del año.

Lentejas. Parece que el hombre las conoce y, lo que es más importante, las cultiva, desde hace ocho o nueve mil años. Sabemos que eran parte muy importante de la dieta de los obreros que construyeron las pirámides, junto con el pan, la cerveza y las cebollas. Y, desde luego, las lentejas más famosas de la historia son las que sirvieron a Jacob para comprar a su hermano Esaú la primogenitura; el Antiguo Testamento está lleno de hábiles trepas.

Por aquí deberíamos asociar las lentejas con el Quijote; en su inicio, Cervantes nos informa de que el hidalgo manchego las cenaba los viernes. Y eso las enlaza con las de Esaú: lentejas sin aditamentos cárnicos, lentejas 'viudas'. En el caso de Esaú, porque la ley mosaica veta a los judíos la carne de cerdo, que tan bien se entiende con las lentejas; en el de don Alonso Quijano, porque era viernes, es decir, día de abstinencia.

Lenteja, en latín, se decía 'lens'. De 'lens' deriva la palabra lente, mientras que lenteja viene de un diminutivo: 'lenticula'. La propia palabra lenteja incluye lo que, según el DRAE, es un sufijo ('-eja') diminutivo y despectivo.

En los idiomas de nuestro entorno, lenteja es, también, diminutivo: 'lentille' en francés, 'Ienticchia' en italiano, 'lentilha' en portugués... Es fácil de entender que una lenteja es una lente pequeñita; pero dicen los sabios que no, que una lente es una lenteja grande; se supone que hablamos de lentes biconvexas.

En fin, va de lentejas, que ya saben lo que dice el refrán: «Estas son lentejas; si las quieres, las comes, y si no, las dejas». No las dejen: están muy ricas, acompañan muy bien a un montón de cosas y encima son un alimento casi perfecto, por su alto contenido de aminoácidos esenciales; bien es verdad que les falta uno importante, la metionina, pero no lo es menos que el arroz la contiene, de modo que el modo indio de comer lentejas combinadas con arroz responde a una sabiduría ancestral, tal vez védica, porque los aminoácidos no fueron descubiertos hasta el siglo XIX.

Lo más normal, cuando pensamos en lentejas, es unirlas al chorizo. Lentejas con chorizo: un clásico, cuyo mero enunciado nos indica que la protagonista del plato es la leguminosa, no el embutido, que es el acompañante. Si al chorizo le añadimos unos daditos de panceta, la cosa gana riqueza y se convierte en un plato magnífico.

Pero quiero llamar su atención sobre las posibilidades que ofrecen las lentejas convertidas en guarnición, en complemento. Un clásico es el codillo con lentejas, menos extrañas al paladar español que la clásica col fermentada (choucroute, sauerkraut) de alsacianos y renanos. Pero no solo con el cerdo se entienden bien las lentejas: también con algunas aves, de modo muy especial con el pato.

Ustedes prepárense unas lentejas 'viudas' cargando un poquito la mano en el uso de especias, déjenlas más secas que caldosas y acompañen con ellas un confit de pato: una pareja perfecta...

Y hablando del pato y de las lentejas... volvamos a Egipto. Ya hemos dicho que las lentejas eran alimento común; por otro lado, ya los egipcios elaboraban foie-gras cebando ocas. Liguemos ambas cosas: unas lentejas con una royale (flan) de foie-gras.

Por un lado, lentejas 'viudas', es decir, hechas con vegetales: zanahoria, calabacín, puerro, ajo... y, claro, sal y aceite virgen para sofreír esas verduras, cortadas del tamaño de las propias lentejas, que serán de las pequeñas, de las verdes de La Armuña.

Por otro lado, mezclen en batidora cien gramos de foie-gras micuit con un cuarto de litro de caldo de ave y un par de huevos. Comprueben el punto de sal y rectifíquenlo si fuere menester. Viertan la mezcla en cuatro cuencos de porcelana refractaria, llenándolas más o menos hasta la mitad; llévenlas al horno, que tendrán ya caliente, y hornéenlas un cuarto de hora: su contenido ha de tener la consistencia de un flan. Terminen entonces de llenar los cuencos con las lentejas, y a la mesa sin más dilaciones.

Estas lentejas podría haberlas tomado el mismísimo Esaú, aunque vista la conducta de su hermano no parece que se estirase añadiendo foie-gras (si lo conociese) a sus lentejas. Alonso Quijano, en cambio, tampoco podría disfrutarlas, al menos no en viernes. Pero a ustedes nadie se lo impide, y unas lentejas con royale de foie-gras son un plato perfecto para estos fríos días de enero; un poco de retraso respecto al uso italiano no creo que vaya a disminuir la buena suerte que los transalpinos asocian al consumo de esta leguminosa para despedir el año. Por si sí o por si no... háganse unas lentejas.
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