sábado, 31 de julio de 2021

Garum. El ánfora de Pompeya

(La columna de Benjamín Lana en XLSemanal del 24 de mayo de 2015)

A veces el pasado se revela contra la historia y vuelve para poner las cosas en su sitio. Imaginen un ánfora sellada, llena de la salsa más suculenta de las paladeadas en el Imperio romano, garum elaborado en la gaditana playa de Bolonia. Viajen con su mente y lleguemos a la bulliciosa Pompeya. Es el 24 de agosto del año 79. El preciado recipiente descansa en la alacena de una casa patricia. El cielo se llena de humo y la luz desaparece en pleno día. La ciudad queda sepultada bajo las cenizas del Vesubio, sellada como el ánfora. Silencio. Oscuridad durante 1900 años. Un arqueólogo abre una de las tres dolias que acaban de hallar intactas en las excavaciones de la antigua urbe. La destapa y fluye un aroma delicado a pescado. El garum, la salsa que mejor simbolizaba el sabor de la antigua Roma y que desapareció con ella, revela su secreto, perseguido durante dos milenios.

Por primera vez se halla su reliquia, restos reales. Por fin podemos conocer el sabor de los platos que Marco Gavio Apicio recogió en Re Coquinaria, el primer libro de recetas. El ingrediente que ponían en zanahorias, vientres de cerdo o guisos de flamenca La historia guarda otra sorpresa.

El ánfora de Pompeya ha demostrado, con la ayuda de investigadores españoles, que el mito era falso. El garum no estaba hecho con tripas de peces podridos, y su sabor no es insoportable para nosotros. Estaba elaborado solo con pescado azul, especias y sal. Algún traductor interpretó mal los textos romanos en los que sí se decía que era el alimento preferido de una clase social podrida, corrompida por el dinero y el poder.

miércoles, 28 de julio de 2021

La sopa de Aragón

(Artículo escrito por Francisco Abad Alegría en el Heraldo de Aragón del 18 de marzo de 2017)

Es una sopa al horno con hígado de ternera, queso rallado, buen caldo de olla, rebanadas de pan tostado y más queso rallado.

Tal descripción hizo el maestro Lasierra Rigal (Javal) en su espléndido catecismo de 'Cocina aragonesa', explicando que «la fórmula es de Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor de Carlos II, que recoge en síntesis Diolisio Pérez». Le bailó la pluma al maestro, puesto que Martínez Montiño fue cocinero de Felipe III y, por poco tiempo, de Felipe IV, pero la descripción es correcta. Tan correcta como inusual. Porque ¿alguien ha encontrado en alguna carta de restaurante actual la famosa sopa? La mera descripción ya nos resulta difícil de acomodar a los gustos habituales. Pero corresponde bien a usos generales del momento (1611) y se podría incluir entre las sopas de menudillos, freixurates y variantes de morteruelos, en los que la casquería entraba en las mesas reales con los mismos honores que los asados, los pastelones y las cremas con carnes y pescados.

LA FÓRMULA DE MARTÍNEZ MONTIÑO.

La descripción de la receta -que se sepa, la única en la bibliografía culinaria española, luego copiada en pocas ocasiones- es la siguiente: «Tomarás un hígado de ternera, y lo cocerás, y luego rallalo con el rallo, que salga bien menudo; luego ponle otro tanto queso rallado, y un poco de pimienta, y mezclalo todo; luego tomarás buen caldo de la olla, y lo pondrás sobre el hígado, y el queso, de manera que esté un poco ralo; luego haras una sopa de revanadas de pan tostado, y pondrás à cocer la salsa del higado, y en cociendo, echala por encima de la sopa, de manera que quede bien cubierta, y bien empapada; luego ponle buena grasa de la olla por encima, y ponle un poco de queso; luego metela en un horno á tostar. Esta sopa viene á ser, poco mas, ò menos, que morteruelo: puedese ayudar con pan tostado, remojado en caldo, y májalo».

Como se ve, la base es el dúo hígado-queso, unido por cocción en caldo sustancioso y consolidado con las acostumbradas sopas de pan tostado, un recurso habitual para los caldos más o menos enriquecidos. La mera imagen ya resulta poco agradable a la vista actual, muy acostumbrada a colores luminosos, con predominio

de rojizos y verdes, aunque la unión de hígado y queso sí que parece asimilable como sabor, por ejemplo sobre la base de los actuales patés o los tradicionales morteruelos.

NO ES EXCLUSIVAMENTE ARAGONESA.

Naturalmente, al encuadrarla en formas de cocina de los siglos XIV a XVII; ahora sí que resulta una rareza. Respecto al aragonesismo de la receta, no se puede olvidar que la proyección de la Corona de Aragón en Europa y singularmente el mundo mediterráneo, en el tiempo aludido, es el motivo por el que algunas antiguas recetas de cocina se llamen ‘de Aragón' o 'a la catalana', sin que eso signifique lo que actualmente entenderíamos con esa atribución de origen; simplemente son modos de expresar un uso preferente o una modalidad culinaria del amplio mundo aragonés que llegó en su tiempo hasta Neopatria, en Grecia, y asentó en parte de la actual Italia y todo el oeste de la Península Ibérica.

Algunas fórmulas afines ilustrarán el encuadre real de nuestra sopa aragonesa. Son más comunes las que no incluyen queso; mas el vinagre resulta factor común. Desde los albores del siglo XV nos llegan ecos de las sopas de 'freixurate', que serían un intermedio entre el morteruelo, que cita Martínez Montiño, y la sopa de menudillos […]. El protagonismo es siempre del hígado, que va a dar el punto y sabor a la preparación, acompañando a la corada (pulmones o livianos y corazón), la cebolla, el pan tostado en rebanadas o rallado, las especias y la adición de vinagre o agraz de uvas inmaduras.

En este punto se suele hacer hincapié en qué debe percibirse claramente el deje del ácido para que el plato sea conforme a los usos del momento. El 'Llibre de aparellar de menjar', que recoge algunas fórmulas tardías del siglo XV al lado de las del archiconocido 'Sem Soví' del siglo XIV, cita cuatro recetas claramente asimilables al criterio antedicho, con la denominación de 'freixures' o menudillos en nuestro modo de hablar. Son pequeñas variantes con similar confección; cocción de la corada, finamente troceada, en agua con sal, y aparte del hígado, también troceado. Después se unen tales elementos, que se han cocido separadamente por su distinto grado de dureza, salteándolos en manteca de puerco con cebolla y a veces panceta fresca o salada y se ahoga todo en caldo del puchero o de haber cocido las menudencias, especiando generosamente, con o sin azafrán, para engordar el resultado con un majado de parte del hígado cocido con pan frito, vinagre y huevo duro; a veces al cocción final se engorda también con huevo batido en lugar de ponerlo duro y rallado e incluso se añade algo de miel. Se sirve en escudillas.

Ruperto de Nola (1525) recoge dos recetas semejantes, con la diferencia de que una contiene menudos de corada, «frejurate», y otra se confecciona exclusivamente con hígado de cabrito o carnero, «vinagrea».

En el primer caso, se procede como en las recetas catalanas antedichas, con la adición de majado de hígado de cordero o cabrito asado y almendras tostadas en la picada de engordar la sopa. En el segundo, el hígado frito muy picado, se enriquece con tocino, cebolla, miga de pan tostado y vinagre con vino dulce, especiando generosamente con canela.

Ya a principios del siglo XVII, en los mismos años que Martínez Montiño, Domingo Hernández de Maceras menciona el «hígado guisado», que es una sopa de hígado picado, frito en manteca con ajos y cebolla, enriquecido con picada de pan frito, algo del mismo hígado y especias, que luego cuece en caldo con la adición de vinagre.

EL QUESO. El queso forma parte de un par de fórmulas, del siglo XV y del XVI, elaborándose de un modo análogo a las sopas de hígado, pero sin esta víscera. En el ‘broete' del 'Llibre de aparellar de menjar', se sustituye el hígado por diversas carnes de cabrito, carnero o vaca, muy picadas, salteadas con cebolla, enriquecidas con majado de cebolla, pan rallado, especias y queso rallado, tratando el conjunto como las sopas de hígado antes citadas.

Nola recoge un ‘morteruelo' que se hace con pierna de cordero cocida y salteada con cebolla, poniendo pan rallado y abundante 'queso de Aragón' también rallado; ignoro a qué tipo de queso concreto se refiere, pero obviamente es curado, ya de que de otro modo no se podría rallar. El líquido en que cuece el conjunto no es caldo, sino leche de cabra o de almendras y se enriquece con huevo duro majado y especias.

Está claro que la sopa de Aragón no es más que una variante entre recetas ya bien establecidas antes del principio del siglo XVII, en la que lo determinante es el protagonismo del hígado entre otras vísceras y la generosa adición de queso; quizá el «queso de Aragón» que menciona el cocinero aragonés Ruperto de Nola sea lo que ha conducido a la denominación de la sopa, tan nuestra como del resto de la Europa mediterránea del principio del Renacimiento.

domingo, 25 de julio de 2021

Espárragos

 (Un par de columnas de Martín Ferrand en el XLSemanal del 10 y el 17 de abril de 2011)

Si los españoles no fuéramos víctimas de nuestros propios complejos, tendríamos en el altar de las admiraciones colectivas a personajes como el Ziryáb, un notable andaluz del siglo IX, protegido por Abderramán II, poeta fino, afamado compositor y cantante, introductor de la quinta cuerda en el laúd, inventor del flequillo y singular y anticipado gastrónomo. Tales eran sus encantos que según cuenta el historiador Eduardo Manzano Moreno en Épocas medievales, el segundo tomo de la Historia de España dirigida por Fontana y Villares, para que fijase su residencia en Córdoba el emir puso a su disposición una almunia junto a la ciudad y al río, 40.000 dinares de renta -¡una pasta!- y una retribución variable por cada una de sus composiciones musicales.

En lo que aquí nos interesa, el Ziryáb gastrónomo, hay que apuntarle el mérito de haber introducido el cultivo y el consumo, con rango de exquisitez, de los espárragos en España. Una delicadeza que, siglos más tarde y con el desprecio hispano, fue ostentación de Luis XIV de Francia.

Los espárragos son, posiblemente, lo mejor de la primavera. Recuerdo con especial emoción unos que, por estas fechas, hace años, probé en Echaurren (José García, 19, Ezcaray, La Rioja), uno de los mejores restaurantes de España en donde Francis Paniego los cuece durante horas a baja temperatura para conseguir, más que un sabor gozoso, una emoción intensa. Una genialidad. En Madrid son 'auténticos' -no importados- los de La Manduca de Azagra (Sagasta, 14) y en el epicentro de su producción son notables los de Treintaitrés (Capuchinos, 7, Tudela, Navarra).

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Los espárragos, manjar de dioses, no tienen el prestigio popular que se merecen. En la corte de Luis XV, María Antonieta los valoraba como el súmmum de la delicadeza, por encima incluso del caviar; pero aquí, en España, son muchos todavía quienes repiten una coplilla anónima y errática: «Quien nísperos come, / bebé cerveza, / espárragos chupa, / o besa a una vieja; / ni come, ni bebe, ni chupa ni besa». Y no digamos nada del despectivo «vete a freír espárragos», dicho popular que señala el máximo del desdén y el desprecio. Puestos a dichos, no es de despreciar el navarro que repite Juan Miguel Solá, el artífice de La Manduca de Azagra (Sagasta, 14, Madrid): «Los de abril, para mí; los de mayo, para el amo, y los de junio, para el burro».

Recuerdo, de antes de que el Celler de Can Roca (carretera de Taialá, 40, Gerona) consiguiera su tercera estrella Michelin, unos espárragos con huevo escalfado, naranja y aceite de oliva entre mis más gloriosos momentos gastrosóficos. Es más, a los espárragos solo les falta un vino capaz de casarse con ellos para resultar excelsos; pero, como a las alcachofas, les va mejor la soltería. Ni tan siquiera el agua que, tras ellos y según Gómez de la Serna, «sabe azul».

En Príncipe de Viana (Manuel de Falla, 5, Madrid), una de las fundaciones memorables de Jesús Oyarbide, acabo de probar unos espárragos excepcionales. A media tarde se me vino a la memoria un párrafo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust: «...toda la noche, después de la cena en la que había comido (espárragos), jugaron a transformar mi orinal en un jarrón de perfume aromático». Es una cochinada de cita; ¿pero quién soy yo para enmendar al genio francés?

jueves, 22 de julio de 2021

El desconocido colirrábano

(Texto escrito por Alejandro Toquero en el Heraldo de Aragón del 21 de noviembre de 2020)

El muestrario de verduras y hortalizas es muy amplio […] por ejemplo, la remolacha y el hinojo -que son conocidos pero no forman parte de una cesta de la compra clásica- […]. También el kale y la col china o ‘pak choi', además de nuestro protagonista [de hoy], el colirrábano o colinabo, un cruce natural de la planta salvaje de la mostaza y el nabo blanco.

Por su aspecto, especialmente por la forma del bulbo, remite a la familia de rábanos o nabos, pero lo cierto es que es una crucífera, es decir, pariente cercano de la col de hoja, la coliflor o las coles de Bruselas. En España es una hortaliza poco conocida y son nuestros vecinos del norte y el centro de Europa quienes más la consumen. Cristian Georgita es rumano [y cocinero del] restaurante 22.2 Gradi. […] Por su origen, conoce bien el colirrábano y, sobre todo, una de las recetas más populares de Rumanía 'Gulii umplute', cuyo paso a paso reseña en estas páginas. «La hortaliza se vacía y se rellena de carne picada, arroz, puerro y otros ingredientes para prepararla en un guiso», explica.

[…]

Esta hortaliza de la familia de las coles puede ser un buen sustituto de la patata y da mucho juego en cremas y sopas.

[…] «Tiene un alto contenido en vitamina C, fibra y una apreciable cantidad de calcio, potasio y magnesio». Además, contiene menos hidratos de carbono que la patata y su índice glucémico es bajo, así que es una buena alternativa para los diabéticos. Su consumo también se aconseja para patologías relacionadas con el riñón y el corazón.

Su desarrollo es muy rápido. «Desde que ponemos la plántula hasta que se recolecta apenas pasa mes y medio», explica Javier Sopesens. En cuanto al tamaño, los ejemplares grandes tienden a amargar un poco, así que es mejor decantarse por los más pequeños en su versión verde o morada.

[…]

APROVECHAMIENTO. La bromatóloga Patricia Sola es una apasionada del colirrábano. Además de destacar sus propiedades nutricionales, asegura que «está muy rico; deja un ligero recuerdo a frutos secos, sobre todo a almendra y a nuez». Ella aprovecha todo, incluidas las hojas, «que se pueden cocinar como la acelga». Después de cocerlo, Patricia explica que el caldo sobrante lo guarda para sopas, lentejas o arroces. «Gran parte de la vitamina C está en las hojas al estar expuestas al sol», añade.

A la hora de cocer los bulbos, si los va a utilizar para un puré, primero los pela, trocea y saltea en una sartén con un poco de aceite «para crear una capa alrededor y conservar dentro los nutrientes». Luego los cuece, tomando la referencia de unos minutos más que la patata, ya que «su textura es un poco más dura». Si el uso va a ser en un guiso necesitarán menos tiempo de cocción.

Patricia Sola también recomienda cortarlos a tiras, «como si fuéramos a hacer patatas fritas, y freírlas con el aceite bien caliente o asadas al horno». Por último, el colinabo en crudo encaja acompañando a remolacha, rabanitos, apio o zanahoria. Y laminado fino aporta un toque fresco y crujiente a bocadillos y canapés.

En lo que todos los protagonistas insisten es en que «al natural es como mejor se aprovechan sus nutrientes», así que ahí va una propuesta sencilla y saludable: colirrábano, manzana y zanahoria. Y aliño al gusto.

lunes, 19 de julio de 2021

El fuego y el diálogo

 (La columna de Benjamín Lana en el XLSemanal del 2 de febrero de 2020)

Les he contado ya alguna vez la teoría del animal cocinero que explica tan bien quiénes somos. Un abogado y escritor escocés –James Boswell, alumno de Adam Smith, y el primero en utilizar el adjetivo ‘romántico’– definió al sapiens como «el animal cocinero». Aseguraba que la capacidad de cocinar y no otra es la cualidad que más nos separa del resto de los animales: «Las bestias tienen memoria, juicio y todas las facultades y pasiones de nuestra mente, en cierto grado, pero no hay ninguna que sepa guisar». Convendrán conmigo que de ahí a decir que somos humanos porque cocinamos no hay mucho trecho dialéctico. Antes de dominar el fuego ya éramos lo que somos, pero al saber domesticar las llamas dimos un salto de gigante para ganar nuestra supervivencia y desarrollar nuestra cultura. Después de aprender a asar, descubrimos cómo fabricar cerámica, lo que nos abrió un nuevo mundo de alimentos porque, por fin, podíamos cocer y ablandar productos en agua y elaborar platos más complejos. Pero el fuego nos dejó, además, otro gran legado: la sociabilidad. Hasta que tuvimos las brasas bajo control no comíamos juntos, no pensábamos ni hablábamos juntos, no dialogábamos. A partir de ese momento se incrementó la relación entre los individuos y el conocimiento fluyó. Quizá lo que estamos viviendo en nuestra sociedad, en la que cada vez se escucha menos a los demás y las conversaciones son más broncas, es uno de esos castigos de la historia. ¿Estaremos perdiendo la capacidad de dialogar y empatizar con nuestros semejantes a la vez que estamos dejando de cocinar en nuestras casas y de reunirnos frente al fuego?

sábado, 17 de julio de 2021

Chorizo

 (La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 2 de diciembre de 2012)

El marqués de la Ensenada, Zenón de Somodevilla, fue uno de los pocos y grandes ilustrados españoles del siglo XVIII. Trabajó con Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Sus restos reposan, como corresponde a un marino ilustre, en el panteón de San Fernando, en Cádiz. Fue él quien descubrió las virtudes del chorizo, el más genuino de los embutidos españoles, como preventivo del escorbuto. Esa, la carencia de la vitamina C, era el gran enemigo de los marineros de la época. Mientras el marqués repasaba los gastos de las singladuras de los puentes marítimos que nos unían con América, descubrió un consumo desmedido de chorizos extremeños y salmantinos en los barcos. La intuición de los viejos lobos de mar los había hecho ver que el pimentón que colorea y sazona los chorizos es rico en la gran vitamina de los frutos. Ese fue uno de los puntos de fortaleza de nuestra marina. 

El marqués era nacido en las cercanías de Santo Domingo de la Calzada, en la actual Rioja, y es posible que llegara a gustar, dado su interés por el chorizo, las patatas a la riojana, uno de nuestros grandes platos regionales y el preferido por el también riojano Práxedes Mateo Sagasta. En Madrid puede degustarse en el Centro Riojano (Serrano, 25), que se instala en el que fue palacio de Tomás Serreta y que en su primera planta tiene un restaurante abierto al público. Donde esas patatas alcanzan su máxima excelencia es en Ezcaray, en plena Rioja. El restaurante Echaurren, uno de los más atractivos de España, mantiene frentes diversos. Uno, El Portal, es un alarde de innovación, y otro, el Echaurren Tradición, mantiene la tradición de la fundadora, Marisa Sánchez, y triunfan las patatas a la riojana.

jueves, 15 de julio de 2021

Bodrios, buretes y broetes

(Texto escrito por Francisco Abad Alegría en el Heraldo de Aragón del 4 de febrero de 2017)

La expresión 'es un bodrio' se aplica a algo mal hecho y peor ensamblado; una mezcla informe fruto del descuido o la impericia. Pero no siempre fue así.

De 'bodrio', el actual Diccionario de la Real Academia recoge tres acepciones no coloquiales: «Caldo con algunas sobras de sopa, mendrugos, verduras y legumbres que de ordinario se daba a los pobres en las porterías de algunos conventos» o guiso mal aderezado y relleno de sangre de cerdo con cebolla para morcillas. Covarrubias (siglo XVII) es más limitado, diciendo que el «brodio, es el caldo con berças, y mendrugos, que se da a la portería de los monasterios de los relieves de las mesas» (restos de las comidas), añadiendo que «puede traer origen de la palabra Alemana brot, que vale pan, por los mendrugos que echan en el caldo». El 'Diccionario de Autoridades' (siglo XVIII) dice que el brodio «es el caldo con algunos trozos de legumbres y sobras de la olla, que de ordinario se da a los pobres en las porterías de los Monasterios y otras Comunidades. Viene del italiano Brodo, que significa caldo. Algunos dicen Bódrio, pero se debe escribir Bródio por razón de su origen».

De modo que si nos atenemos a la literalidad de las definiciones, es una mezcla irregular, poco apetecible o más bien nauseabunda, de caldo de hortalizas con mendrugos de pan y alguna otra sobra de las mesas regulares, fundamentalmente conventuales. A nadie se le ocurriría hacer de este mejunje un plato tradicional español, salvo que el proceso de aunar sobras con bastante caldo sea intencionado, para lograr una especie de potaje con elementos compatibles y bien hechos. Cuando hablamos de bodrio, todos entendemos que es una mezcla infecta de cosas mal avenidas que pretende ser un plato, o un apaño desastroso; si decimos «brodo», la cosa ya se estiliza: nos referimos a un caldo consumado o consomé de carne obtenido por ebullición y luego servido con sopas de pan, «brot». Las derivaciones broete, burete y brodete alegran más el espíritu con la delicia de nuestra hermosa lengua en evolución. Dice Diego Granado (1599), refiriéndose a un caldo sustancioso, que «deste caldo se podrán hacer brodetes y sopas» refiriéndose a unas sopas de pan remojadas y a un bodrio ya no conventual, sino a una mutación de este en forma de plato respetable y digno de buena mesa.

ZANCOCHO, SANCOCHO, SANCOCHAR. Porque es lo primero que se nos viene a la cabeza al hablar de viejos bodrios. La acepción admitida en el lenguaje coloquial y también por la Real Academia, equiparable a bodrio, es la de algo mal hecho, mal cocinado, desordenado en su concepción. Pero si rebuscamos en el origen de la expresión, la cosa tiene su enjundia. Por ejemplo, en el monumental diccionario de Covarrubias (1611) no aparecen las palabras zancocho, sancocho, sancochar ni salcochar. En el de Autoridades únicamente se encuentra la palabra ‘sancochar’: «Cocer, ò freír algún manjar dexandole algo crudo, y sin sazonar. Pudo venir de Sal, y Cocho, quasi Salcochar, y el uso ha mudado la l en n». Y ese es el sentido en el que persiste; en el Diccionario de la Real Academia no existe la palabra ‘zancocho', pero sí las expresiones sancocho y sancochar, que en sus acepciones significan tanto algo mal cocinado como, sobre todo, incompletamente cocido y sin salar. Justamente el criterio que acomoda a la forma de iniciar la confección de un broete o burete; lo qué ahora llamaríamos 'marcar' en el paso inicial de una receta compleja.

BROETES, BURETES. La asimilación del broete a un plato confeccionado expresamente y no a una mezcla de fortuna de restos, se hace muy pronto. Si nos movemos en el entorno europeo de la segunda mitad del siglo XIV y primera del XV, tenemos tres fuentes asequibles a las que referirnos. El Viandier francés recoge siete broetes de confección muy similar: el broete georget, de ave o conejo, el de carne encanelada, el también encanelado de carpa o lucio, el de anguila, el envuelto y verde, de aves y buey y el de capón, todos abundantemente especiados, que ocasionalmente se pueden servir en dos vuelcos, separando el caldo de los bocados. El ‘Sent Soví’, de incierta fecha de edición, recoge algunos platos que denomina «salsas» y «pebradas», que se asimilan en cierto modo a los broetes y que son generosos en perejil picado, citando después cuatro auténticos «brous» o «brouvets» de gallina o cabrito, que incluyen verduras picadas, bastante perejil y algo de panceta curada y almendras picadas en tres casos. La recopilación del ‘Llibre d'aparellar' de principios del XV copia recetas del ‘Sent Soví’ y de otras fuentes francesas e italianas y cita tres «brouets» de gallina, cabrito y carnero, que se sirven en general sobre sopas de pan; en todos los casos, la larga cocción sigue a un inicial sancochado de las carnes, para luego añadir los elementos vegetales, la sal, especias y agua.

Ruperto de Nola (siglo XVI) trae en su libro coquinario cinco broetes: el de madama -de caldo de gallina con frutos secos, hierbas y espesado con huevos-, el de caldo de carne -con carnes de carnero y pollo, hortalizas y yemas de huevo, servido con trozos de la carne del pollo-, el de verines -caldo de gallina con leche de almendras y mucho perejil-, el de esponja -de caldo de carnes, con canela y azafrán y espesado con huevos- y, por fin, el de grasa, que suma el caldo sustancioso a especias diversas, huevos y queso.

Es difícil distinguir estos broetes de potajes más o menos complejos y eso apoya la realidad de que el concepto de broete-bodrio-brodo-burete es algo deslizante lingüísticamente y significa caldo sustancioso (no tanto el de los conventos, claro como la luz) con tropezones diversos cárnicos y vegetales.

Ya está claro, por tanto, que desde tempranos momentos (siglo XVI) hay broetes canónicos que toman su denominación de los mejunjes asistemáticos de caridad. Dando un salto hasta el siglo XVIII, nuestro Altamiras (1745) cita dos buretes, uno de hierbas y hortalizas diversas, con algo de carne troceada y queso rallado, espesado al fin con huevo batido, y otro de carne o pescado que se hace del mismo modo que el anterior, con muchas hortalizas y hierbas y queso, pero partiendo de caldos previos, en lo que es más conforme al espíritu inicial del burete.

Broetes actuales

Existe un plato en absoluto desuso, el broete navarro, en el que el caldo acoge embutidos, panceta y verduras cocidas, especialmente lechuga, de sabor maravilloso. Su pariente más cercano son las sopas mallorquinas de otoño, con verduras, algo de cerdo y pimentón, cocidas lentamente y con unas sopas de pan. El genuino garbure transpirenaico es de composición similar, añadiendo a las diversas verduras, entre las que destacan las lechugas y acelgas, patatas y unto de tocino y chorizos.

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