martes, 26 de marzo de 2019

‘Speakeasies’. La contraseña, por favor


(Un texto de Ixone Díaz Landaluce en el XLSemanal del 17 de enero de 2016)

En los años veinte, la Ley Seca puso de moda los 'speakeasies’ en Estados Unidos. Ahora, aquellos bares clandestinos resurgen en locales exclusivos que, a menudo, requieren de santo y seña. 

No hay letrero en la puerta ni evidencia alguna de que haya actividad en su interior. Unas veces están situados en los bajos de un callejón oscuro. Otras, en el almacén de un restaurante o una librería. Y, cuando por fin se encuentra el acceso secreto (a menudo gracias al chivatazo de algún parroquiano fiel), hay que facilitar una contraseña para acceder a su interior. Así son los speakeasies, los bares clandestinos que están arrasando en las capitales de medio mundo.

En realidad, estos locales nacieron en los años veinte con la aprobación de la Ley Seca y operaron hasta 1933, cuando por fin se derogó la norma en Estados Unidos. En su interior se servía alcohol (ilegal, por supuesto, y generalmente suministrado por las mafias) y se alternaba. Se convirtieron en espacios icónicos en los que siempre sonaba jazz y reinaba un ambiente de clandestinidad que le profería un puntito de morbo e irreverencia al asunto. Eso sí, las peleas y los escándalos estaban prohibidos. De hecho, los camareros pedían a los clientes que «hablaran bajito» (speak easy) por si algún policía vestido de paisano se había colado en el local y les arruinaba el negocio.

Y ahora, más de 80 años después de que dejaran de tener sentido, su espíritu ha renacido. Sin el alcohol ilegal, pero intentando recrear la sensación de clandestinidad, los speakeasies modernos son la enésima vuelta de tuerca al bar de toda la vida para atraer a la clientela más urbanita, cool y pudiente. Basta con una entrada secreta (camuflada, por ejemplo, tras la fachada de otro negocio) o una contraseña que sirva de salvoconducto a un local de atmósfera íntima y decoración detallista. Algunos incluso esconden las botellas de alcohol debajo de la barra como solía hacerse en la época de la prohibición. Lo habitual es que ofrezcan una buena carta de cócteles y un barman habilidoso, pero algunos de estos locales también sirven comida o acogen actuaciones y música en directo.

Nueva York es, sin duda, la capital mundial de los speakeasies. Pero la mayoría de ellos ya tienen poco de secretos y sus cuentas en Twitter, Facebook o Instagram echan humo. De hecho, muchos son inaccesibles sin una reserva previa. Otros, en cambio, se lo toman más en serio y cada cierto tiempo cambian su número de teléfono. Algunos de los más populares son 2nd Floor on Clinton, un bar escondido dentro de otro bar en el Lower East Side, o Apothéke, un antiguo fumadero de opio en Chinatown. En Londres también se han puesto de moda: desde el elegantísimo Nightjar hasta Evans and Peel Detective Agency, un local encantador escondido en un sótano. Pero también son tendencia en Buenos Aires (como Frank's, en el barrio bonaerense de Palermo), Sídney, Berlín o Los Ángeles.

LÁ VERSIÓN PATRIA. En España, la clandestinidad solo ha llegado de momento a Madrid y Barcelona. Pero en nuestro país los speakeasies son diferentes. Para empezar, fieles a su naturaleza secreta, no son fáciles de localizar, pues algunos ni siquiera tienen presencia en Internet o en las redes sociales. Tampoco es fácil contactar por teléfono. En cambio, confían en el 'boca-oreja' para seguir siendo tan íntimos como exclusivos. Además, la versión patria de estos locales va mucho más allá de los bares especializados en cócteles: algunos son restaurantes secretos, otros sirven brunch los fines de semana o están especializados en tés y tartas. En Barcelona, Mutis (una coctelería selecta con música en directo en el Eixample) y Chi-ton, un restaurante camuflado en una tienda de souvenirs al que se llega a través de un ascensor secreto, se han convertido en un pequeño mito en la Ciudad Condal.

EL ENCANTO CLANDESTINO. En Madrid, algunos de los locales más clandestinos son Junk Club (un espacio de aire kitsch en los bajos del restaurante La Musa, en la Latina) o Arquibar, que primero fue una imprenta y Juego un estudio de arquitectura en Conde Duque. Ahora es un lugar de culto pata los amantes del brunch de fin de semana. En este bistró de clientela eminentemente femenina se organizan encuentros de intercambio de idiomas, tertulias y sesiones de manicuras más gin-tonic. Algunas marcas comerciales también se han apuntado a la moda. Es el caso de El jardín Secreto de Salvador Bachiller, situado en la terraza del edificio de la calle Montera. «Se trata de un espacio para hacer un alto en el camino mientras se hacen compras», explica Cristina de la Cruz, responsable de social media de la casa de complementos. Otros, como Kikekeller, en Malasaña, son un speakeasy casi por accidente. «Empezamos siendo una tienda-galería donde exponíamos nuestros diseños y organizábamos exhibiciones», explica Celia Montoya, socia de Kikekeller. Y se les ocurrió abrir un local en la parte trasera del local. Ese es, precisamente, el espíritu de los speakeasies: lo exclusivo de lo inesperado, el encanto de lo clandestino.

Algunos garitos:
En Madrid: KIKEKELLER. www.kikekeller.com
En Barcelona: SPEAKEASY BCN. www.speakeasy-bcn.com
En Londres: PURL. www.purl-london.com
En Nueva York: BATHTUB GIN. www.bathtubginnyc.com
En Berlín: REINGOLD. Cms.reingold.de
En Los Ángeles: LA DESCARGA. www.ladescarga.com (con cita previa)
NO VACANCY
DIRTY LAUNDRY
En Sídney: THE BARBER SHOP. www.thisisthebarbershop.com

martes, 19 de marzo de 2019

Fuentes básicas de la cocina y la alimentación andalusí

(Un texto de Francisco Abad Alegría en el cuaderno digital del 5 de septiembre de 2018 - elcuadernodigital.com)

Aunque hay copiosa bibliografía sobre el tema que nos ocupa, el estudioso de la nutrición y la cocina andalusí debe centrar la búsqueda en pocas fuentes de gran confiabilidad.

Este artículo comenta contenidos y autores de las principales fuentes para el estudio de la cocina y dietética andalusí entre los siglos XII y XIV.

Hace poco tiempo, apareció un resucitado plato sefardí con descripción en un periódico de gran tirada nacional.[1] Se atribuía patente de autenticidad a un sencillo preparado en el que descollaba el empleo de tres productos: solomillo de cerdo, patata y cacao en polvo. Como suena. Por la misma época encontré, también en una publicación de ámbito nacional, un publirreportaje sobre un nuevo restaurante andaluz que practicaba, decía, la cocina andalusí auténtica siguiendo recetarios clásicos del siglo X, que no consigo localizar editados.[2] Dos sangrantes ejemplos para centrar el tema en la actual cultura sitiológica española.

Los judíos estuvieron mucho tiempo por nuestras tierras, dejando apreciable semilla humana y cultural, no tanto culinaria, pero los moros (mauri en la terminología clásica, en absoluto despectiva) también anduvieron por aquí y no como súbditos más o menos asimilados, sino como amos y señores. A partir del año 711 y hasta 1492, el islam se adueñó de la Hispania estructurada por Roma y consolidada por los dirigentes visigodos. Y esos mauri dejaron profunda huella en todos los ámbitos de la vida, de los que la cocina es un elemento en la trinidad cultural: lengua, cocina y arte, por este orden.[3] Las guerras que agrupamos en la práctica en el concepto de Reconquista (que no se acepta explícitamente como tal hasta pasado un tiempo de la réplica iniciada en Covadonga) fueron el elemento dialéctico que acabó de conformarnos como ente nacional, polimorfo y cronológicamente deslizante a lo largo de casi ocho siglos.

El dominio hegemónico musulmán fue determinante en la historia que nos conforma, por tanto también en la vertiente culinaria y nutricional que aquí se considera. Aún hoy muchas personas atribuyen sin matices a los árabes algunos guisos poco comunes o ciertos productos comestibles, sobre todo especias, despachando airosamente la ignorancia compartida y el exotismo asumido y omitiendo que buena parte de las recetas atribuidas a los andalusíes son adaptación de cocinas clásicas grecorromanas que ya habían influido en la cultura culinaria de la Hispania preislámica

Las fuentes y su utilización

Aunque hay copiosa bibliografía sobre el tema que nos ocupa, el estudioso de la nutrición y la cocina andalusí debe centrar la búsqueda en pocas fuentes de gran confiabilidad, en un empeño estrictamente sitiológico; la labor de investigación, cata bibliográfica, traducción crítica y contextualización de los textos nucleares la han hecho pocos sabios que con ardua y meritoria labor han devuelto a la vida las joyas culinarias andalusíes. Ahora ya tenemos la posibilidad de aprovechar su esfuerzo para hablar de una importante parte de nuestro patrimonio común en el campo de la cultura culinaria.

Habrá que aclarar a algunos lectores poco familiarizados con el tiempo que nos ocupa que trabajamos sobre un fondo interdigitado; un lago común de conocimientos que no se entienden aisladamente y no responden al actual concepto de autor, lo que explica la existencia de copias literales de algunos documentos en partes de otros y también la casi sistemática omisión de cita de fuente y autor, especialmente en tratados de hisba (oficios y funciones) y dietético-médicos.

Fuentes mayores

No parece excesivo denominar así a los tratados que se mencionan a continuación, puesto que proveen las informaciones más importantes sobre cocina, alimentación y dietética andalusí; ensayos monográficos, tesis doctorales y comunicaciones en revistas especializadas y congresos beben de tales fuentes. Se da también alguna noticia sobre los autores, acto de justicia especialmente en este tiempo que huye del aprecio por el esfuerzo constante y la investigación no directamente aplicada y remunerada.

Históricamente, el primer gran tratado de cocina andalusí almohade que se puso a disposición del estudioso, traducido al español, fue este anónimo. Se trata de un manuscrito acéfalo, ápodo y anónimo, actualmente en la Biblioteca Nacional de Francia. Las referencias internas sitúan el manuscrito en el primer tercio del siglo XIII y la copia del manuscrito, de grafía magrebí, es de 1604. Es la única publicación de cocina andalusí situada en la época, asociada en temática y esquema al libro oriental de Al-Bagdadí, Kitab al-tabij, de 1226.

El Dr. Ambrosio Huici Miranda edita inicialmente el manuscrito en una revista de estudios islámicos de Madrid[4]  y posteriormente, ya como libro, apoyado por el Ayuntamiento de Valencia, en 1966.[5] Esta edición tuvo una difusión relativamente restringida, limitada a ambientes universitarios y eruditos. La editorial Trea tuvo la feliz idea de encomendar la reedición, con importante aparato crítico, a la Dra. Manuela Marín Niño, publicándola en 2005.

Huici Miranda (Huarte-Pamplona, 1880; Valencia, 1973) fue jesuita, formado en Beirut en lenguas orientales y árabe. Secularizado, retornó a España, haciendo el doctorado en filosofía y letras en 1908, y ocupó la cátedra de latín del Instituto de Enseñanza Media de Valencia. Tras la guerra civil, represaliado por su adscripción republicana, es depuesto de la cátedra y posteriormente rehabilitado. A partir de los años cincuenta del pasado siglo, se dedica a la investigación arabista, relacionándose con los más afamados colegas del mundo.

La Dra. Manuela Marín Niño (Madrid, 1946) es una de las más importantes arabistas de la España contemporánea, dedicándose fundamentalmente al estudio de la vida cotidiana, cocina y alimentación en la España musulmana y a la vida colonial en Marruecos. Es doctora en Filosofía y Letras, profesora de Árabe de la Universidad Complutense de Madrid y finalmente Profesora de Investigación del CSIC y su vida intelectual sigue fecundamente activa.

El segundo recetario importante de que disponemos en la actualidad es el de Ibn Razin. En 1960, el Dr. Fernando de la Granja Santamaría defiende su tesis doctoral, traduciendo y estudiando el libro de Ibn Razin; su tesis fue objeto de publicación parcial,[6] reducida a 26 recetas sobre el total de 428 del libro. El libro de Ibn Razin está unido a la sedimentación de la cambiante vida del autor. Nacido en Murcia (¿1227-1229?), recibe sólida formación humanística, jurídica y religiosa. En 1243, incorporada Murcia a la Corona de Castilla bajo pacto de vasallaje, el deterioro de las condiciones de vida para la población musulmana empuja a Ibn Razin a Ceuta, acogido por un juez,  primo y tutor.  Marcha a Bugía, estudiando con afamados maestros. En 1259 se traslada a Túnez, donde ejerce la docencia, falleciendo en 1293. Su obra, redactada tardíamente como una especie de vademécum o repertorio, recoge tanto fuentes andalusíes como magrebíes y orientales, lo que suele quedar explícito en el propio texto.[7]

El Dr. Fernando de la Granja Santamaría (Madrid, 1928-1998) fue notable arabista, profesor de árabe en la Universidad Complutense de Madrid entre 1955 y 1959. Tras el doctorado, consigue la cátedra de lengua árabe en la misma universidad en 1964. Accede a la cátedra de la misma disciplina en la Universidad Autónoma de Madrid en 1968. Ya gravemente enfermo, ocupa plaza de número en la Academia de Historia en 1996. No se entiende cómo no llegó a publicar íntegro el libro objeto de su tesis doctoral y no he conseguido información al respecto. La editorial Trea, de nuevo, encarga a la Dra. Marín Niño, cuya breve semblanza ya se ha hecho, la traducción y anotación completa del libro de Ibn Razin, que se edita en 2007.

Junto a los dos recetarios ya citados, las obras de dietética y primitiva bromatología son necesarias para matizar los conocimientos sobre la cocina andalusí. El libro de Avenzoar es un ejemplo de notable interés. Avenzoar es un médico andalusí del siglo XII. Ejerce su profesión, aprendida junto a su padre, también médico, de clara línea galenista, en la corte de Sevilla, cayendo en desgracia al cabo de un tiempo, quizá por oponer su fuerte carácter y nada desdeñable prepotencia a la del soberano almorávide de su tiempo. Al cabo de un tiempo, libre de la prisión, se acerca a los almohades, quizá como maniobra para garantizar la supervivencia con el poder emergente. Su enfoque de la alimentación es básicamente sanitario, anotando las cualidades salutíferas o negativas para la salud de los alimentos del momento. En ese empeño da noticias colaterales no solo de los productos sino también de las formas de prepararlos, lo que hace muy interesantes sus noticias.

La Dra. Expiración García Sánchez (Alhendín, Granada, 1949) es la autora de la versión española del Kitab al-Agdiya: tratado de los alimentos. Doctora en filología semítica, autora de numerosos trabajos de investigación en el campo de la ciencia y la alimentación árabe en general y andalusí en particular, es Profesora de Investigación del CSIC en la Escuela de Estudios Árabes de Granada.

El tratado de al-Arbulí, el sabio de Arboleas (Almería), traducido y anotado por el Dr. Amador Díaz García, es una breve obra que está en la misma línea del antes citado de Avenzoar y que en muchos ítems recoge casi literalmente datos de éste. La versión inicial, inconclusa, se publicó parcialmente en 1979.[8] La versión completa, emotivamente dedicada, se publicó bajo los auspicios del Ayuntamiento de Arboleas el año 2000, el mismo del fallecimiento del investigador que la rescató y puso a disposición de los estudiosos. Es un librito en el que se describen 160 productos, con detalle de sus cualidades salutíferas y no pocas notas que ilustran sobre sus formas de consumo y preparación. Corresponde al manuscrito 5.240 de la Biblioteca Nacional; probablemente fue escrito a finales del siglo XIV, por los datos reflejados en el texto, y fue copiado en el primer tercio del siglo XV. Está dividido en nueve capítulos dedicados a los diferentes grupos de alimentos, con especial énfasis en los cereales y sus derivados.

El Dr. Amador Díaz García (Urrácal, Almería, 1936; Granada, 2000), reputado arabista de amplios intereses investigadores,  fue catedrático de árabe literario del Instituto Hispano-Marroquí de Ceuta, luego catedrático de lengua árabe de la Escuela Profesional de Comercio de Granada y finalmente catedrático de lengua árabe de la Universidad de Granada. También fue director del Centro Cultural Hispánico de Alejandría (Egipto).

Libro de hisba (normativa) sobre las transacciones comerciales del mercado (zoco) que debe conocer el almotacén (vigilante del mercado), compuesto por ocho capítulos en los que se trata de los distintos grupos de alimentos y preparados alimentarios, añadiendo el comercio de droguería, farmacia y  textiles, así como las regulaciones de las diferentes artesanías y las transacciones de esclavos. La normativa aporta datos interesantes no solo sobre las formas de elaboración y de fraudes comerciales, sino también sobre algunos procedimientos culinarios y el detalle de algunos aditivos o adulterantes. Al parecer la autoría directa no es segura de Abu Abd Allah Muhammad al-Saqati, sino de un discípulo suyo, que recogería dictados y sentencias del maestro. Por las referencias dentro del texto, al-Saqati fue un andalusí, probablemente malagueño, que vivió en la segunda mitad del siglo XII, y el texto parece ser del primer tercio del XIII. La introducción de la edición de Chalmeta incluye una excelente relación de equivalencias de pesos y medidas (pp. 30-34), muy útil en la investigación.

El Dr. Pedro Chalmeta Gendrón (Madrid, 1935) es un reputado arabista de nuestro tiempo, muy activo en diversos campos de la cultura islámica y árabe en España. Técnico arabista del Ministerio de Asuntos Exteriores desde 1974, colaborador científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, profesor visitante de diversas universidades europeas y norteamericanas, es catedrático ya emérito de estudios árabes e islámicos de la Universidad Complutense de Madrid.

La Dra. Bolens publica por primera vez su libro en 1990, recogiendo 298 recetas de cocina andalusí, básicamente allegadas del libro traducido pioneramente por Huici Miranda, además de otras fuentes. Así que podemos considerar que su obra es incompleta en la actualidad. No obstante, la agrupación temática en 13 grandes apartados, de tratamiento un tanto heterogéneo, además de una introducción general muy acertada, hacen del libro una guía útil para adentrarse en el mundo de la cocina andalusí (que la edición traduce al español como andaluza) clásica. No es una fuente en sentido estricto, pero sí una sistematización útil para desbrozar los textos de los que se ha escrito antes.
La Dra. Lucie Bolens (Constantina, Argelia, 1933) obtuvo su doctorado en ciencias económicas en París en 1972 y se licenció posteriormente en historia y filosofía en Ginebra. Es catedrática de historia económica de la Universidad de Ginebra desde 1978 y emérita en la misma ciudad suiza desde 1995. Su dedicación investigadora se ha centrado en la historia de la agricultura, la alimentación y la farmacopea, con especial dedicación al mundo mediterráneo y español.

Fuentes complementarias

Parece de interés anotar escuetamente algunas fuentes adicionales, que faciliten al estudioso la búsqueda e interpretación de datos contenidos en las denominadas fuentes mayores; se ofrece a continuación un mínimo listado.
  1. F. Benkirane: La nouvelle cuisine marocaine, París: Taillandier, 1979.
  2. A. Díaz García: «El Kitab jawass al-agdiya de Ibn Masawayh. Edición, traducción y estudio, con glosarios (I)», Cuadernos de Estudios Medievales, 1978; 7-8: 7-63.
  3. E. García Sánchez: «Ibn al-Azraq: urzuya sobre ciertas preferencias gastronómicas de los gaditanos», Andalucía Islámica, 1980; 1: 141-157.
  4. E. García Sánchez: «La alimentación en la Andalucía islámica. Estudio histórico y bromatológico. I», Andalucía Islámica, 1983; 2-3: 139-175.
  5. F. Mardam-Bey: La cocina de Ziryâb, Barcelona: Zendrera Zariquiey, 2002.
  6. M. Marín y C. de la Puente (eds.): El banquete de las palabras: la alimentación en los textos árabes, Madrid: CSIC, 2005.
  7. M. Marín y D. Waines (eds.): La alimentación en las culturas islámicas, Madrid: Agencia española de cooperación internacional, 1994.

[1] Intencionadamente omito la referencia exacta, por lo de la vergüenza ajena y todo eso.
[2] Vale la consideración hecha en la anterior nota.
[3] Conferencia del Prof. Carmelo Lisón Tolosana, Antropología de la alimentación, 2015, no publicada.
[4] A. Huici Miranda: «Kitab al-tabij fi l-Magrib wa-l-Andalus fi´asr al muwahhidin li-mu’allif mayhul», Revista de Estudios Islámicos, 1961-62, 9-10, pp. 15-256.
[5] A. Huici Miranda: Traducción española de un manuscrito anónimo del siglo XIII sobre cocina hispano-magribí, Madrid: Maestre, 1966
[6] F. de la Granja Santamaría: La cocina arábigo-andaluza según un manuscrito inédito. Tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Complutense de Madrid, 1960
[7] Resumen sobre notas de M. Marín Niño en la introducción de la obra editada por Trea, pp. 11-19.
[8] A. Díaz García: «Un tratado nazarí sobre alimentos: Al-Kalam ala l-agdiya de al-Arbulí. Edición, traducción y estudio, con glosarios. (I)», Cuadernos de Estudios Medievales, 1978-79, 6-7: 5-37.

viernes, 15 de marzo de 2019

Ensaladilla rusa


(Leído en Muy Interesante de julio de 2017)

Forma parte de nuestra realidad culinaria desde la más tierna infancia: madres y abuelas son las grandes especialistas. ¿También a ti te dejaban decorarla para darle el toque final? Ahora puedes hacer mucho más que eso: aquí tienes las bases científicas para preparar una ensaladilla rusa muy sabrosa. 

Corría el año 1864 cuando en los fogones del restaurante Hermitage, en la plaza Trubnaya de Moscú (Rusia), a un cocinero franco-belga se le ocurrió una guarnición brillante. Lucien Olivier -así se llamaba- montó una torre de hortalizas, carnes y mariscos aderezados con una especie de mayonesa preparada con aceite de oliva, vinagre y yema de huevo: El resultado lo bautizó como ensalada rusa o ensalada Olivier, y hay que reconocer que causó furor: convirtió el restaurante en una de las joyas de la Rusia zarista. La receta fue copiada y, años más tarde, se hizo universal. En España es la tapa fría más popular. Ni nos acordamos ya de sus orígenes.

De hecho, la principal hortaliza de nuestra ensaladilla rusa, la patata cocida, ni siquiera estaba presente en la que ideó Olivier. A la hora de escoger los mejores tubérculos, hay que tener en cuenta que no todas las patatas son iguales. Existen variedades harinosas, que tienen gran cantidad de almidón seco y poca agua, y que funcionan muy bien en puré o fritas, pero que se deshacen si las empleamos en ensaladas. Y luego están las céreas, con menos almidón, que mantienen la firmeza tras cocinarlas. Estas últimas son idóneas para la ensaladilla. Especialmente las de las variedades Spunta, Kennebec y Monalisa, fáciles de encontrar en el mercado.

Tampoco hay que perder de vista que el tamaño de las patatas debe ser similar, para que lleguen todas al punto ideal de cocción al mismo tiempo. Y conviene cocinarlas con piel para conservar el sabor y los nutrientes. ¿Nutrientes? Pues sí. Porque, a pesar de su mala fama, las patatas contienen importantes cantidades de vitamina C y de potasio.

El segundo elemento clave de la ensaladilla rusa es la mayonesa. Consiste en una emulsión, es decir, gotas de un líquido -aceite- dispersas en otro -el agua del huevo- que dan lugar a una salsa espesa. Las gotas de grasa, por mucho que se rompan al batir, tienden a unirse de nuevo entre sí. Lo único que se lo impide es la lecitina de la yema del huevo, un emulsionante natural que funciona mejor si la yema está templada que si acabamos de sacarla de la nevera. Una sola yema emulsiona hasta dos litros de aceite. La clara no tiene fuerza emulsionante, pero aporta un alto porcentaje de agua y proteínas que sirven de estabilizadores.

La mayonesa se prepara añadiendo poco a poco la fase dispersa -unos 200 ml de aceite- a la fase continua -un huevo-, sin dejar de batir. A mitad de su preparación, es recomendable añadir una cucharada de vinagre o de zumo de limón. En esencia, porque comienza a haber casi tanta cantidad de aceite como de agua, y existe el riesgo de que, al seguir añadiendo aceite, las gotas se unan y la salsa se corte.

El resto de ingredientes los decide cada cocinero. En la versión española más castiza, a las patatas cocidas y la mayonesa se les añade guisantes, pimientos, zanahorias, huevos cocidos y atún. Aunque también hay ensaladillas con melva, pollo, aceitunas, pepinillos encurtidos, cebolla, tomates cherry, judías verdes, pimientos morrones, langostinos e incluso salmón. Si consultamos qué dice el foodpairing -técnica culinaria ideada por el Científico Bernard Lahousse para combinar alimentos basándose en sus similitudes químicas-, incluso pega añadirle pepino, melocotón, yogur y jengibre.

Eso sí, no todos los ingredientes son bien recibidos por los más clásicos. Hace unos años, con un poco de guasa y otro poco de culto a la esencia de esta tapa, un grupo de amigos puso en marcha el Observatorio de la Ensaladilla Rusa. Y mantienen una importante actividad a través de la cuenta de Twitter @EnsaladillaODER, a la que los consumidores de esta tapa mandan imágenes tomadas en distintos establecimientos. Los miembros de este observatorio puntúan negativamente las recetas que incluyen tomate, lechuga, aceitunas, perejil, surimis de pescado o vinagre balsámico. Y también se oponen rotundamente a que se presenten en forma de bolas de helado. Para gustos, ensaladillas.
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