(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 19 de mayo de 2013)
Según el monumental y disparatado Diccionario de cocina de Alejandro Dumas, del que solo existe una versión muy reducida en español (Ediciones Gadir), el mejor jamón curado que tenemos por estos pagos es el de Galicia. Ello, por sí solo, acredita el rigor gastronómico del padre de Los tres mosqueteros. Se cuenta en ese errático y divertido diccionario que un príncipe —no se indica el nombre— quiso ridiculizar en una cena a un amigo suyo, médico de oficio, que, contrario al uso de la cuchara, había pedido que no se le asignara ninguna. Dumas, al llegar la sopa, gritó: «C... quien no tome sopa». El médico se fabricó una cuchara moldeando el pan de su servicio y se tomó la sopa. Con claro afán de venganza le dijo a su anfitrión, el príncipe anónimo: «C... quien no se coma su cuchara». Y se la comió.
La cuchara es, además de un instrumento imprescindible en la mesa, el símbolo de una manera de alimentarse, 'Comer de cuchara' es ir al clasicismo de las sopas, las legumbres y los guisos; platos que pierden consumo frecuente por la pereza, o el trabajo, de los amos de casa y por el temor al engorde que suelen suscitar. En la modalidad de alubias blancas —tan delicadas, tan sencillas—acabo de probar las de Casa Ananías (Galileo, 9. Madrid), que las elabora como lo hicieron sus fundadores, en 1930, junto a la cárcel Modelo, en Moncloa. En la de lentejas merecen un «¡bravo!» las de De la Riva (Cochabamba, 13. Madrid). Si hablamos de pochas, la aristocracia de las alubias, me quedo con las de El Almirez (Maldonado, 5. Madrid), y en guisos de patata me sorprendió la delicadeza, con rape, del que preparan en El Fogón de Trifón (Ayala, 144. Madrid). ¡Viva la cuchara!
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