(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 9 de febrero de 2020)
Ya están en el mercado. Desde hace unas semanas, el rojo intenso de los fresones de Huelva aporta color a las fruterías. Esta provincia es la mayor productora del continente. Más del noventa por ciento de las que se cultivan en nuestro país sale de allí. Y, de ellas, un ochenta por ciento se exporta a Europa. Las abundantes horas de sol, la escasa oscilación térmica entre día y noche y unos terrenos muy fértiles son los responsables de la abundancia de esta fruta en esas tierras del suroccidente. Compitiendo con Almería y sus hortalizas, Huelva se cubre en este tiempo de plásticos blancos bajo los que desde enero hasta mayo se recogen a mano, con exquisito cuidado.
Pero no siempre fue así. Se trata de un fenómeno reciente. En 1960, el empresario sevillano Antonio Medina llevó las primeras plantas desde California y comenzó en su finca de la desembocadura del Odiel un cultivo que ahora ocupa más de 6500 hectáreas y da trabajo, durante la campaña, a unas 50.000 personas. Aunque las denominan ‘fresas’, son en realidad fresones, bien diferentes de las pequeñas y delicadas que se cultivan en otras zonas, como por ejemplo Aranjuez. Los mejores, para mí, son los que tienen un pequeño toque ácido que contrarresta su dulzor, aunque cada cual tiene sus gustos. Si se dan un paseo por el popular mercado de El Carmen, en la capital onubense, no podrán evitar caer en la tentación de comprarlas y comerlas. Porque, además, no engordan.
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