miércoles, 27 de febrero de 2013

Lisboa y alrededores



(Un artículo publicado en el XLSemanal del 13 de junio de 2010)

El ritual obliga a tomarse un Santini al atardecer en Boca del Infierno. Estamos a 20 kilómetros de Lisboa y esta heladería a las afueras de Cascais, fundada por Attilio Santini en 1949, es el inicio -o el final- de esta historia.
El heladero de Cortina d’Ampezzo vino siguiendo al rey italiano, que en el exilio creó una corte paralela. El lugar se convirtió en refugio de los Borbones, los Saboya... La republicana costa de Lisboa fue así, en la primera mitad del siglo XX, la mayor corte de Europa. 

Pero Lisboa y su costa nunca fueron el final del trayecto. Para muchos, como Lord Byron o Hans Christian Andersen, la costa era una parada antes de sus largos viajes al continente americano. Lo que ocurre es que llegaban y se quedaban. ¿Otro ejemplo? Calouste Gulbenkian. El rico empresario turco pasó por España (nadie le hizo caso), llegó a Portugal y repitió la historia. Claro, que él también era rey (aunque fuera del petróleo). Los lugareños hablan del clima, presumen de lo virgen del paisaje, donde todavía se pueden coger percebes en sus rocas intermareales. 

Pero también hay datos. El litoral de Guincho (al noroeste de Cascais) tiene nueve kilómetros de playas salvajes -reino de los surfistas-. Cierra este paraíso de arena y olas inmensas el punto más septentrional de la Europa continental, el cabo de Roca. Pero tierra adentro puede tino encontrarse con Sintra, considerada entre los lugares más hermosos y deseables de Portugal desde la época de la ocupación árabe. Para los más peques, el escenario de una película de Disney. El palacio de Pena (léase, 'Peña' en castellano) es el triunfo del 'neo'. Por aquí, neogótico; por allí, neomanuelino; más atrás, neoislámico; y algo neorrenacentista para rematar. 

Pasear por su parque lo libera a uno de almenas y gárgolas. Y al atardecer, cuando los turistas han desaparecido, es la hora del viajero; tiempo de recorrer las calles adoquinadas de la vieja ciudad. El Palacio Nacional de Sintra está cerrado, pero sus características chimeneas blancas se convierten en una pantalla donde ver proyectada la magia del paso del Sol a las estrellas.
Seguimos de ruta por el interior; Mafra es parada obligada. Su famosa biblioteca, a la vez que palacio, encontró hueco para un convento. Construido por el extravagante Joao V, supuestamente como disculpa para sus excesos sexuales, es también protagonista de la novela Memorial del convento, de José Saramago. Aquí, todo es barroco en arquitectura y hay sabiduría antigua guardada en más de 40.000 volúmenes de delicada piel en las cubiertas con relieves en oro. 

Más allá de los libros, los decovictims encontrarán una colección de muebles donde los cuernos de reno y alce toman todo el protagonismo. Un dato: el sillón con cornamenta de Yves Saint Laurent se vendió en subasta por 28 millones de dólares y de lo que sí podemos estar seguros es de que en él no se sentó ningún rey con corona. Los atractivos de la zona (playa y montaña) y su cercanía a Lisboa la hacen atractiva, aunque la gastronomía es también un valor en alza: sencillos chiringuitos al borde del mar, cocina de autor o la culinaria tradicional a base de cochinillo que se sirve en Óbidos. Porque en esta tierra, por unos días, te pueden tratar a cuerpo de rey.

Rey por unos días, o por unas horas -depende de la tarjeta de crédito-, es posible sentirse en el hotel Tivoli Palacio de Seteais. El escenario, un palacio del XVIII. Visítelo aunque sea para tomar un gin-tonic al atardecer y escabúllase por sus estancias. Si al día siguiente quiere repetir la experiencia, otro escenario de lujo a la misma hora es el hotel Albatroz, en Cascais. Sentir el mar rompiendo sobre su ventanal es uno de los atractivos del hotel Farol Design. Mucho diseño con ciertos aires minimalistas se encierran en lo que fue una antigua mansión del XIX. Lo mejor, su piscina. Como lo es también en otro hotel un poco más alejado de la ciudad de camino a Sintra: el hotel Arribas. 

Su enorme piscina es la mejor opción para los días de viento en la playa. Aquí, el aire -decorativamente hablando- es de los setenta. La última locura del diseño no ha llegado, pero el sitio se mantiene actualizado por su privilegiada ubicación. Tierra adentro, el hotel convento de Sao Saturnino. Enclavado en la sierra de Sintra, su arquitectura encalada en blanco evoca un pasado monacal.

La cocina más creativa de Portugal se encuentra en una taberna en Oeiras: 2780 Taberna tiene entre sus fogones a Nuno Barros, un antiguo ingeniero dispuesto a revolucionar la cocina tradicional portuguesa.
La costa: está salpicada por todo tipo de chiringuitos. Y los hay de todo pelaje. A Monte Mar se va a tomar los filetes de merluza con arroz de berberechos. El servicio puede parecer un poco distante con los no lugareños, pero el enclave y este simple plato merecen la parada.

También en Guincho, O Faroleiro. ¿Adivinan su especialidad? El pescado. Si se deciden por carne, en Croa la encontrará a la brasa. Está al final de Praia Grande.

Un poco más hacia el norte, en el pueblo de Azenhas do Mar, se encuentra un restaurante con piscinas o piscinas con restaurante (del mismo nombre) donde, mientras se come o se disfruta del sol, se puede disfrutar viendo cómo los pescadores llegan del mar trayendo en sus barcas el pescado fresco.
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