(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 10 de junio de 2012)
Hace más de un siglo, cuando nacía el XX, Víctor Ruiz Albéniz, […], escribía, firmándose Chispero, que «una familia de clase media, con el cabeza empleado, o médico, o abogado, o pequeño industrial, o militar de escala de capitán a coronel, podía vivir con decoro, sosteniendo y dando educación a sus hijos, con 600 o 700 pesetas mensuales, de cuya suma se separaban veinticinco duros para casa y doméstica, diez para gastos de entretenimiento del hogar, diez para educar a los hijos, cinco para atenciones del espíritu (teatros, periódicos, conciertos, toros), diez para vestir y calzar y se dedicaban a la manutención los sesenta o setenta duros restantes». Añadía quien alcanzó gloria firmándose El Tebib Arrumi, el médico cristiano, como cronista de la Guerra de África, que «con diez pesetas diarias para la plaza se mantenían seis personas, y ¡no pasaban hambre ni mucho menos! La gente obrera aún reducía más su gasto de manutención porque podaban de sus pitanzas todo lo superfluo y, con un gasto de una peseta diaria por boca, se defendían lindamente».
Tal y como están las cosas parece que la única manera solvente y socialmente responsable de gastrosofía radica en el estudio presupuestario del condumio, más que en su singularidad. En aquellos tiempos, tres cuartos de litro de vino de Valdepeñas, a granel, costaban 40 céntimos: cuatro veces lo que un periódico. Consuela (?) pensar que por cuatro veces lo que hoy nos cuesta el ABC, por ejemplo, se puede comer en un menú barato de barrio pobre o, alternativamente, adquirir una botellita sin pretensiones de un vino muy aceptable, mucho mejor que el de nuestros abuelos.
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