(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 6 de octubre de 2019)
Uno de los productos que más llaman la atención de cualquier español que
visita Perú es el cuy. Un pequeño roedor que en España conocemos como
conejillo de Indias. Que alguien se pueda comer un animalito que por
estos lares se emplea como mascota causa un cierto estupor entre los
viajeros europeos, que sin embargo pasan por alto su utilización en
laboratorios. De hecho, ‘cobaya’ es otro de los nombres con el que se
conoce. Sin embargo, el cuy se come en los Andes y en otras zonas de lo
que ahora es Perú desde hace 2500 años. En las zonas rurales se siguen
criando en las casas como animales domésticos. Aquí lo hacemos con las
gallinas. Lo cierto es que, al margen de prejuicios culturales, su carne
es tierna y sabrosa. Se suelen preparar fritos, abiertos por la mitad.
Si les da mucho repelús, piensen en nuestros cochinillos. De hecho, en
esa elaboración la piel queda muy crujiente, como ocurre con los
lechones asados en hornos castellanos. En los restaurantes de Cuzco,
puerta de entrada a las mágicas ruinas de Machu Picchu, o en las
populares picanterías de Arequipa, una de las ciudades más bonitas de
aquel país (y donde mejor se come), podrán tomar estos cuys. También
algunos de los primeros espadas de la cocina peruana suelen incluirlos
en sus menús de los mejores restaurantes de Lima. Si tienen oportunidad,
superen sus recelos y pruébenlos. Vale la pena.
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