martes, 22 de abril de 2014

Gallina



(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 18 de mayo de 2008)

El general de artillería Tomás de Morla, jerezano de postín y personaje de ringorrango, dirigió, en Cádiz, el levantamiento de 1808 contra los franceses y, después, fue nombrado presidente de la Junta de diputados del pueblo. Desde ese cargo ayudó a mucha gente sencilla.

Un paisano, para corresponder por haberle buscado empleo a su hijo, le regaló al general media docena de hermosas y bien criadas gallinas. No le gustó el gesto al artillero, que lo interpretó como cohecho e, indignado, mandó encerrar en prisión a su agradecido donante: seis días entre rejas con la orden específica de que, para comer y cenar, tuviera la dieta de las gallinas. Una por jornada.

Morla era un castizo que, más tarde, reconoció a José I, de quien fue consejero de Estado, mientras sus vecinos seguían aguantando el chaparrón -«con las bombas que tiran los fanfarrones…» - del asedio gabacho.

No es mala dieta la de la gallina. Una de las pocas buenas tabernas que quedan en Madrid -Casa Ciriaco (calle Mayor, 84)- la mantiene, guisada en pepitoria, como plato estrella de la casa y allí iban con frecuencia, para gozarla, Camilo José Cela y Jaime Campmany. La taberna original de esa dirección se llamó Casa Laviñas y fue fundada en 1867. Desde el balcón del primer piso del edificio en que se instala, el 31 de mayo de 1906, cuando Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia volvían de contraer matrimonio en Los Jerónimos, se lanzó la bomba que se llevó a más de una docena de personas por delante sin hacer daño alguno a los monarcas. En 1967, Laviñas pasó a ser Ciriaco y allí sigue, tan pimpante, castiza y satisfactoria.

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