(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 22 de febrero de 2015)
Estamos en plena temporada de lamprea. Hasta que cante el cuco, mediado el mes le abril, este pez marino del que se dice que tiene 400 millones de años, de aspecto repulsivo, cilíndrico y alargado, sin escamas, sin aletas y sin espinas, con una boca enorme en forma de ventosa, remonta las aguas de los ríos gallegos para desovar en el lugar en qué nació. En su lucha contra la corriente, la carne de la lamprea se hace más prieta y apetecible. Carne oscura y sabrosa, intensa y con una textura especial, que levanta pasiones o grandes rechazos.
Aunque entra por muchos ríos, la lamprea por excelencia es la del Miño. «El poso del Miño», como la calificó Cunqueiro. Y en sus orillas, Arbo es su capital. Allí se captura en los llamados 'pescos', construcciones de piedra con redes artesanales que datan del tiempo de los romanos. La localidad incluso ha dado nombre a una forma de prepararla, similar a la bordelesa, guisada con su propia sangre, vino y cebolla. Así es como la elaboran la mayoría de los restaurantes de Galicia, de Madrid o de Barcelona que la tienen estos días.
Pero mi receta favorita es el timbal, que tanto gustaba a Cunqueiro. Una receta ancestral en la que la lamprea, entera, se cocina dentro de una masa gruesa de pan. Al abrirla surgen, potentes, todos los aromas del guiso. Una maravilla.
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