(Extraído de la columna de Carmen Posadas en el XLSemanal del 20 de diciembre de 2015)
[...] me encantan los libros de cocina y más aún los que, con ella por coartada, aprovechan para contar algo interesante o curioso. Acabo de leer uno muy entretenido. Se llama El banquete de los dictadores y utiliza la gastronomía para tratar de conocer el lado humano y este humano va con todas las comillas que el caso requiere de los déspotas. Así he podido descubrir que Hitler, a pesar de que tenía verdadera debilidad por los pichones rellenos de lengua e hígado, optó por hacerse vegetariano. Por lo visto el régimen nazi era extremadamente sensible al dolor animal (sí, como lo oyen), tanto que llegó a prohibir el consumo de foie-gras en Alemania y en todos los países que cayeron bajo su férula. Si Hitler sentía respeto por los animales, Idi Amín Dadá, ese sátrapa ugandés que devoraba a sus enemigos nada más decapitarlos para que su carne estuviera bien fresca, tenía devoción por la reina de Inglaterra, a la que enviaba arrebatadas cartas de amor. Por eso, de vez en cuando cambiaba de dieta y ofrecía a sus amigos té con sándwiches de pepino y muffins. No me gusta tanto la carne humana , le confesó a uno de sus invitados mientras degustaban un delicioso lapsang souchong. Es demasiado salada para mi gusto . De Stalin se cuenta que, a pesar de que era un hombre muy ocupado (purgar, encarcelar y matar a veintitrés millones de personas lleva su tiempo), no perdonaba una buena mesa. Y sobre todo una buena sobremesa. Los rusos son muy dados a alargar las comidas durante horas, pero aquellos almuerzos suyos a la georgiana eran auténticas maratones gastronómicas. Cuentan que el presidente Tito acabó vomitando después de una de esas interminables cenas que solían durar más de seis horas. Para agasajar a sus huéspedes con tales comilonas contaba con un aliado especial, su chef Spiridon Putin, abuelo de ustedes ya se han imaginado quién. De Mussolini se dice que devoraba ajos crudos en ayunas, no solo porque son depurativos, sino porque, según decía él, mejoran el cutis y tienen poderes afrodisíacos. Resulta un tanto dudoso que el ajo lo haga a uno mejor amante, pero no hay duda de que el Duce era un hombre atractivo. Al menos a más de dos o mejor tres metros de distancia, habría que añadir.
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