lunes, 15 de noviembre de 2021

Invitados e invitaciones

 

 (La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 21 de abril de 2013)

A pesar del éxito y la popularidad del e-mail, los SMS y demás engendros de la telecomunicación escrita, el género epistolar languidece. Agoniza. Es lástima, porque nuestra cultura se nutre, entre otros manantiales, de las cartas cruzadas entre nuestros grandes hombres y mujeres —claro— de la cultura. Tengo a la vista, a manera de ejemplo con valor gastrosófico, una carta que Juan Valera (1824-1905) —el padre de Pepita Jiménez— le escribió al también desmedido polígrafo Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912).

El cordobés; que había invitado a almorzar en su casa de Madrid al cántabro, escribe: «Mi querido Menéndez: La mediocre cocinera que teníamos se nos largó y tenemos una provisional y detestable. Mi mujer no quiere obligar a nadie a hacer ruda penitencia y desiste del almuerzo. Me veo, pues, en la necesidad de desconvocar a Vd. a almorzar por hoy; pero celebraré que venga un rato de tertulia, si nada mejor tiene que hacer de 2 de la tarde en adelante».

La nota de Varela, el mejor cronista de su siglo, tiene valor antropológico. En aquel Madrid en que se almorzaba a la una del mediodía, incluso antes, las dos era ya «hora del café». Por otra parte, los invitados a comer en casa —entonces como ahora— constituían un problema logístico de difícil solución. Comer en casa con los amigos es un ejercicio de convivencia que no exige grandes vuelos coquinarios. La confianza de 'invitar a casa' —tan en desuso— conlleva la de comer 'como en casa'. Una copa de una buena manzanilla de El Puerto de Santamaría, con un jamón bien escogido y algo de pan constituyen un menú solo mejorable con el aliño de una conversación sincera e inteligente. Además, hoy, está Telepizza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Free counter and web stats