(Un texto de Ana vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de Aragón del 23 de febrero de 2019)
En 1891 se constituyó en Madrid un club formado por periodistas, políticos y escritores con el único objetivo de comer bien una vez al mes.
Decía Julia Child que las personas a las que les gusta comer son siempre las mejores, y Manuel Vázquez Montalbán, retorciendo algo más la cosa en boca de Pepe Carvalho, que «ningún ser humano indiferente ante la comida es digno de confianza». La capacidad para disfrutar de la pitanza es sin duda rasgo de bonhomía y la mesa bien servida, terreno idóneo para olvidar rencillas y sofocones.
La comida ha servido durante siglos como expresión de poder y arma de seducción masiva, así que no es de extrañar que haya formado parte del repertorio clásico de la intriga política, diplomática o económica (¡ay, esas indigestiones de negocios!). Pero los verdaderos amantes del yantar han sabido siempre que el mantel debería ser una parcela limitada al gozo, un espacio amable en el que alejarse durante dos o tres ratos al día de asuntos sesudos y polémicas varias.
Con esa loable misión, la de ponerse morado en un ambiente afable, nacieron las sociedades gastronómicas. No sólo las vascas, quizás las más conocidas en nuestro país y cuyo modelo más y mejor se ha extendido, sino cualquier otro club basado en la amistad y el sincero amor a la cuchipanda. Este tipo de asociaciones o reuniones privadas en las que se cocina y se come a manos llenas tiene una larga historia en España, desde los cuarteles o tertulias culinarias de Bilbao a finales del siglo XVIII hasta las míticas sociedades donostiarras, cuya pionera fue La Fraternal en 1852. Pero también hubo en Madrid clubes dedicados a hincar el diente. Por ejemplo la sociedad La Parrilla, que en 1916 organizaba cada jueves una barbacoa en los viveros municipales. U otra, aún más antigua y considerablemente más ilustre, y de la que vengo a hablarles hoy: la Sociedad de Letreros. Letreros no los de los rótulos de las tiendas, sino como adjetivo descriptivo de aquellos que usan las letras en su actividad profesional.
El 16 de marzo de 1891 encontramos la primera referencia a esta curiosa sociedad en el periódico 'El Imparcial', donde se habla de la constitución de una sociedad culinaria formada por «gente que se sirve de las letras, no que se crea maestro en ellas, ni que funda la vanidad en su cultivo. Los letreros son los periodistas que toman en serio su honrosa profesión, que jamás hicieron de ella granjería y que quieren reunirse una vez al mes para dar una tregua a la lucha sostenida entre sí». Entre los socios se decía que había principalmente periodistas pero también novelistas, dramaturgos y «hasta padres de la patria», reunidos con el único fin de comer como reyes una vez al mes.
A finales de marzo de 1891 y en distintos medios de la prensa española comenzaron a aparecer unos misteriosos anuncios que rezaban así: «El secretario de la Sociedad de Letreros participa a sus compañeros que el banquete mensual de este mes se celebrará a las ocho en punto de la noche del martes 31, en el restaurant de Fornos. Los socios fundadores entregarán sus cuotas personales para el citado banquete a don Julio Vargas, tesorero de la Sociedad de Letreros. Traje de etiqueta».
Poco después se desvelaba que el promotor de la asociación no era otro que Ángel Muro Goiri (18391897), periodista, ingeniero y gastrónomo famoso por una serie de exitosos artículos publicados desde el año anterior bajo el título de 'Conferencias Culinarias'. «El señor Muro ha organizado una sociedad de tragones, con el exclusivo objeto de almorzar en compañía siempre que se pueda. La manera de ser de la nueva asociación a la que titula Los Letreros es muy singular; su único objeto es comer a prorrateo, por decirlo así; cuando se reúna buen número de pesetas se celebrarán los almuerzos en el Hotel Inglés o en Fornos y cuando haya poco dinero en la fonda de los Leones, por ejemplo, pero siempre se tendrá la seguridad de que los platos son exquisitos, porque para eso Ángel Muro será el jefe de cocina que cuide de la prosperidad y lustre de las comanditarias reuniones».
Él, en calidad de socio más experimentado en las lides fogoneras, planificaba y guisaba el menú, el primero de los cuales fue degustado en el famoso café de Fornos de Alcalá esquina con Peligros (18701908) el 31 de marzo de aquel 1891 y en siguientes ocasiones en el Hotel de Embajadores.
¿Quiénes formaron parte de esta curiosa sociedad? Nos lo cuenta el mismo Ángel Muro en su 'Diccionario General de Cocina' (1892), en el que también incluyó los estatutos de Los Letreros. Fueron 40 los socios fundadores, hombres pertenecientes a lo más granado del ambiente periodístico y político de la España de aquel entonces: el gran Mariano de Cavia, el diputado y director del 'Heraldo de Madrid' José Gutiérrez Abascal alias 'Kasabal', José Cánovas del Castillo (hermano del presidente Cánovas), Alfredo Escobar el marqués de Valdeiglesias (director de 'La Época' y senador), José de Laserna (crítico de teatro), el dramaturgo y también ministro Manuel Linares, Conrado Solsona (director de 'La Correspondencia de España' y diputado)…
Entre sus normas originales, que enseguida desaparecieron porque decidieron hacer cuanto les diera la gana, estaban el número ideal de socios (40), las condiciones de admisión (acreditar sentido común, haber escrito alguna vez en castellano, «no haberse dado nunca pisto», pagar la cuota de siete pesetas y media) y el objeto general de la sociedad: reunirse doce veces al año el último día de cada mes «para comer muy bien y muy barato bajo la dirección del socio que más entienda de 're coquinaria'».
En las comidas de los Letreros, aquellos próceres de la intelectualidad de su tiempo, se decidió que no habría sitio para las discusiones serias ni los asuntos de Estado. La atmósfera prohibía terminantemente hablar de política, aunque se podía «murmurar de todos los amigos y enemigos ausentes y hasta hablar mal, por lo bajo y con el vecino de al lado de la mesa, de cualquiera de los comensales presentes». También era antirreglamentario brindar, discursear, aburrir y «sobre todo, proponer a la reunión peticiones de indultos, de empleos o auxilios».
La constitución de este club de plumillas glotones se firmó el 15 de marzo de 1891 pero no sabemos cuánto tiempo perduró porque dejaron de hacer públicas sus convocatorias. Quizás los banquetes pasaron a la esfera privada, compartida por cuarenta amigos y colegas, o quizás no fueron capaces de dejar los enfrentamientos fuera del plato. No estaría mal, sin embargo, recuperar la idea y volver a montar una Sociedad de Letreros damas de las letras incluidas para ensalzar el efecto beatífico de las comilonas.
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