(Un texto de Francisco Abad Alegría en el Heraldo de Aragón del 25 de enero de 2020)
Desde antiguo, los humanos nos hemos ayudado de diversos instrumentos para facilitar la preparación de nuestros alimentos. Ya tenemos muchos artilugios para ello y ahora se añade uno nuevo.
Manos, dientes y muelas se han visto ayudados, de Atapuerca para acá, por cortantes filos de sílex, largos espetones de palo para asar sin quemarse, lajas de piedra calentadas sobre brasas y rudimentarios molinos que trituraban el grano evitando dejarse la dentadura en la tarea. Estos primitivos artilugios evolucionaron hasta llegar a diversos tipos de cuchillos, molinos manuales como el mortero o el metate y las ruedas molineras movidas por animales, agua o viento. Operaciones más simples, como la trituración de alimentos vegetales crudos o cocidos se beneficiaron del molcajete, el martillo pilón o el popular pasapurés. Otros procesos relacionados con el tratamiento por calor facilitaron la vida alimenticia a las personas, desde la olla de barro cocido, la plancha o comal, la olla con cobertera o las más recientes ollas a presión. Tecnologías más avanzadas incorporaron la electrónica a formas de suyo convencionales, pero afinadas o controladas en gran medida, como congeladores, cocedores tipo ronner, hornos de microondas y calentadores de inducción.
Pero la cosa no ha quedado ahí, de modo que, a partir del primer robot de cocina, de más de medio siglo de vida, la tecnología puso a disposición de las personas instrumentación asequible adaptada a partir de complejos procesos industriales alimentarios, de mayor antigüedad. No es publicidad encubierta afirmar que la famosa Thermomix es la reina de las fiestas entre los artilugios que mediante un solo recipiente trituran, calientan, cuecen, tuestan, etc., y además permiten su programación detallada con antelación, de modo que se puedan confeccionar preparaciones muy diversas y además en el momento deseado. El último refinamiento, que yo sepa, incorporado al elenco de sistemas robotizados de preparación de comidas, es obra de un ingeniero árabe y está asociado a una cadena de restaurantes por el momento de dimensiones modestas: es el wok automatizado.
COCINAR AL WOK. Digo «al wok» y no «con wok» porque es un modo de cocinar de origen chino que se adapta a determinados alimentos y preparaciones, no a todos. Puedo emplear un wok, que es un recipiente metálico, de paredes relativamente finas, con forma de casquete de esfera y provisto de una o dos asas, para cocer unos garbanzos, pero eso es tan absurdo como utilizar una olla de barro para hacer gambas salteadas. La esencia del wok es que su forma esférica, sin base plana, requiere un apoyo externo en forma de arandela metálica con un doble propósito: que cantidades discretas de producto queden sometidas a muy altas temperaturas, que se concentran en el fondo, y que para evitar que lo cocinado se queme, sea posible mover libre y continuamente lo cocinado con desahogo; de esta forma se logra un tostado o caramelizado superficial, manteniendo la textura básica y frescura de lo cocinado, que también se calienta y al tiempo se hace jugoso, si empleamos una salsa de gobierno y saborización.
EL INVENTOR DEL NUEVO ARTILUGIO. Michael Farid vivió su infancia y juventud en Dubái, hijo de padres egipcios, ingenieros de alto nivel. Tras completar los estudios de ingeniería, ingresó en el famoso Instituto de Tecnología de Massachussets. Él mismo confiesa que junto con sus dos hermanos tenía la afición de intentar recomponer todo artilugio culinario (aunque no era lo que aquí llamamos un 'cocinillas') que se estropease en casa, con variable fortuna. Incluso intentó hacer una especie de artilugio capaz de preformar dolmas de vid (paquetitos de arroz con pasas, piñones, especias y carne picada, envueltos en hojas tiernas de vid escaldadas y luego cocidos en caldo especiado y rociados con mucho zumo de limón), una trabajosa elaboración tradicional que su madre preparaba en ocasiones festivas, quizá inspirada en la Fiadora automática de cigarrillos Victoria, inventada y comercializada por los hermanos Victorero de Lastres (Asturias) antes de la guerra. No tuvo éxito.
Pero como tantas personas aficionadas a la cocina oriental (o lo que por aquí llamamos 'oriental') observó atentamente el proceso de preparación propio del wok en las cocinas abiertas de América y vio varias cosas. Lo primero, que las llamas ascendían desde el fogón con oquedad central, rodeando el recipiente y haciendo hervir de forma casi instantánea su contenido; lo segundo, el continuo removido de lo preparado por el cocinero mediante la acción combinada del manejo del wok por el asa del recipiente y el movimiento de una paleta o cazo metálico; lo tercero, que había ordenadamente alineados múltiples pocillos o tazones con salsas, especias, aceite o agua, situados al lado del fogón, de los que iba tomando porciones el cocinero y que se añadían con una cadencia muy previsible si se había observado elaborar una misma preparación varias veces; lo cuarto, que algo similar ocurría con los distintos componentes vegetales y animales del plato, que se habían dispuesto tras un hábil proceso de troceado en pequeñas porciones, previo a la elaboración. De modo que la cosa estaba clarísima: calor extremo aplicado con movimiento continuo dentro de un recipiente no adherente e incorporación de diferentes productos y condimentos mediante un orden prefijado. Un robot de cocina abierto y con algunas peculiaridades, pero al fin robot humano.
Tras diversos ensayos y experiencias, el talento y formación técnica del ingeniero Farid dieron con el modo adecuado para preparar de forma automatizada y sobre todo masiva platos al wok para muchos comensales simultáneamente y, además, sin necesidad de disponer de cocineros especializados organizados en brigadas y con muchos fogones simultáneamente. Una hilera de tolvas de material plástico esterilizable contiene ya troceados los elementos que constituyen el plato; tal hilera es deslizable a lo largo de una cadena motriz, alineada sobre otra hilera de recipientes similares a grandes embudos metálicos troncocónicos con revestimiento antiadherente, que llevan incorporado un sistema de calefacción eléctrica de gran intensidad (permite alcanzar los 450 grados Farenheit, es decir, 232 Celsius, nuestro sistema métrico habitual) y un rotor excéntrico que imita los movimientos de giro y mezclado del cocinero convencional, vertiendo cantidades prefijadas de sus contenidos. El cliente solo tiene que seleccionar el plato que desea (de una lista lógicamente limitada), identificarse y esperar el breve tiempo en que tarda en hacerse, pudiendo seguir mediante una pantalla el proceso. Concluido el cocinado, el recipiente se inclina suavemente y vierte su contenido en un bol, que el comensal se lleva a la mesa, tras haberse provisto de los imprescindibles palillos desechables.
LA EMPRESA. Michael Farid formó una compañía comercial y al tiempo productora de los autowoks en 2018 en Boston, junto con sus colegas ingenieros y socios comerciales Kale Rogers, Luke Schlueter y Brady Knight, llamándola Spyce. Parece que les va muy bien. Me alegro por ellos y por la recompensa al ingenio y laboriosidad, aunque es poco probable que visite uno de sus establecimientos: manías personales.
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