(Artículo escrito por Juan Barbacil en el Heraldo de Aragón del 29 de agosto de 2015)
Mucho antes de que la gaseosa entrase a formar parte de la vida cotidiana lo que se bebía era el vino tinto sencillo con sifón bien fresco.
En cierta ocasión, mi padre visitaba el entonces popular y famosísimo bar de bebidas de Perico Chicote, para otros, los más aficionados don Pedro Chicote, en Madrid. En él, más de 20.000 botellas de diferentes procedencias y sabores completaban, quizá, lo que nunca más se ha vuelto a repetir: un museo de bebidas.
Al terminar la visita, nos contaba mi padre que le preguntó al gran barman: "Don Pedro, usted que tantas botellas ha podido conseguir a lo largo de sus viajes, que a buen seguro habrá probado muchos destilados, licores y quién sabe qué más bebidas, ¿qué bebe, qué le gusta?" A lo que Chicote respondió que lo que él bebía y casi de manera exclusiva era el vino tinto con sifón bien fresco.
Pues bien, recuerdo que en la década de los sesenta muy pocos eran los que bebían gaseosa con el vino tinto pues la mezcla del azúcar que incorpora, decían, estropeaba el vino, por sencillo que este fuera. De manera que lo que se demandaba era el sifón. Curioso artefacto que daba y da nombre a lo que lleva dentro, que es agua con dióxido de carbono. O simplemente agua de seltz o soda; pero claro es mucho más normal pedir sifón que no seltz.
Los sifones pesan muchísimo, ahora ya en los nuevos formatos mucho menos, pero entonces las cajas de sifones con ocho unidades y en cajas de madera eran un dolor cuando había que transportarlas junto con, normalmente, una garrafa de 10 litros de vino tinto de Almonacid de la Sierra, de los Moneva, como tantas veces me tocó hacerlo por innumerables domicilios.
En algún momento y sobre este hay versiones para todos los gustos: alguien decidió mezclar el vino tinto con la gaseosa y no de La Casera, que vino mucho más tarde, sino con La Revoltosa, La Gremial (bonito nombre) o La Pitusa, con aquellos curiosos cierres metálicos que ahora han vuelto al parecer para quedarse.
Algunos le ponen hielo, otros limón y los más, nada. Algunos hablan de su invención en una venta de Córdoba, pero creo que todo debió de ser mucho más sencillo. En todo caso el 'invento' parece ser que es de mitad de los años sesenta. De cualquier modo, se puede afirmar que el vino tinto con sifón es el claro precursor del tinto de verano.La fórmula del tinto con soda
Para tomar un buen vaso de vino tinto con sifón es esencial echar antes en él el vino y luego el sifón; hacerlo al revés destroza la mezcla. También es básico tener fríos los dos ingredientes, pero sobre todo el sifón. Y lo que resulta delirante es beberlo en porrón, una tarde calurosa rodeado de buenos amigos.
El vino tinto con sifón llegó a ser un símbolo de nuestra cultura al igual que lo es la paella, el gazpacho o la tortilla española; pero las culturas son cambiantes y los símbolos que las constituyen también. El vino tinto con sifón es, precisamente, uno de esos símbolos que ya solo está prácticamente en el recuerdo. Ahora el vermut ha regresado con fuerza y con él también los sifones.
Fue a finales del siglo XVIII cuando se instaló en Europa la primera fábrica de algo que durante 200 años tuvo una demanda extraordinaria. Consistía este producto en una botella con agua y ácido carbónico, a dos atmósferas de presión, de la cual salía un agua con burbujas a la que popularmente se le llamó sifón. Aquel que era la delicia de Perico Chicote, el barman más famoso de la historia, que lo sirvió desde el hotel Ritz hasta su último bar en la Gran Vía madrileña, pasando por los paquebotes más exclusivos que surcaban los mares.
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