(La columna de Benjamín Lana en el XLSemanal del 18 de agosto de 2019)
En estos días en los que todo Cali y buena parte de Colombia celebran el
Petronio Álvarez –el festival de música y culturas afro más importante
de América Latina, una vorágine musical, gastronómica y artesana–, me
vienen las ganas de emularlos con una botellita de viche, el verdadero
destilado artesano que las comunidades negras elaboran a partir del jugo
de la caña de azúcar o guarapo. Cortan la planta cuando aún no ha
madurado, de ahí el nombre de biche, vocablo de origen bantú
que significa ‘verde’, lo que confiere a esta bebida sabores
radicalmente diferentes a los del aguardiente y los rones. El viche,
perseguido por las autoridades durante decenios porque siempre se
elaboró al margen de la legalidad, tiene unos 35 grados y sabores mucho
más intensos que el de otros destilados que tampoco se han envejecido en
madera. Los ahumados, notas de tabaco y una gran diversidad de
recuerdos vegetales, sin duda singulares, y la temperatura baja a la que
se toma esconden su grado alcohólico, lo que permite que se paladee con
tiempo y siempre apetezca repetir. Está resurgiendo, empujado por las
tendencias globales que buscan autenticidad y raíz en la gastronomía, y
no tardará en ser descubierto por los aficionados al trago de todo el
mundo que se aburrieron de maltas, rones y ginebras y ahora transitan
por los mezcales. Las sacadoras, elaboradoras tradicionales, lo
recomiendan para curar males de todo tipo y es la base también para
otras bebidas que elaboran las hierbateras de Buenaventura y Cali, como
el Arrechón, con clavos y especias aromáticas; el tumbacatre, con
esencia de borojó y chontaduro; o la tomaseca, que en los hombres hace
milagros de fertilidad y a las mujeres deja limpia la matriz tras el
parto.
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