(La columna de Benjamín Lana en el XLSemanal del 21 de julio de 2019)
Les traigo uno de esos asuntos que desatan pasiones, más ibérico que el
jamón de Guijuelo, en el que tirios y troyanos discuten sin solución
hasta el fin de los tiempos. Crédulos e incrédulos, prepárense. La
ciencia ha demostrado que los alimentos saben peor cuando los comemos de
pie. Lo que oyen. Ya me veo a los defensores del tapeo sevillano, a los
de los pintxos de San Sebastián y a todos los madrileños que
defienden las barras ilustradas agitando los brazos y con más espuma en
la boca que si hubieran tomado media docena de cañas. ¿Cómo se puede
decir eso en esta Iberia nuestra? ¡Anatema! Pero sí. El sistema
vestibular alojado en nuestro oído interno, el que se encarga de
hacernos mantener el equilibrio y de la visión espacial, conocido
también como ‘sexto sentido’, parece que funciona de modo diferente
cuando estamos sentados que cuando estamos de pie en el bar. Según
explican los científicos, esta posición aumenta el estrés físico y la
glándula pituitaria y la suprarrenal liberan automáticamente cortisol,
una sustancia que disminuye la sensibilidad de los sentidos. Así que a
partir de ese momento notamos menos el sabor de los alimentos, la
temperatura de los mismos y la capacidad de medir lo que ingerimos. Les
reconozco que yo siempre lo había percibido así, aunque no supiera de
glándulas. Yo disfruto mucho más comiendo en silla y mesa que acodado en
la barra y a partir de ahora me sentiré aún más feliz ante un buen
asiento. Prefiero tomar unas sardinas asadas de pie a no catarlas, eso
sin duda, pero si hay opción acérquenme un banco y una mesita porque
seguro soy de los que andan sobrados de cortisol.
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