«¡Venid hermanos, estoy bebiendo estrellas!». Dijo Dom Pierre
Pérignon, monje benedictino francés descubridor (por error) del método para la
fabricación del champán y creador del afamado Dom Pérignon. En Francia, cuna
del 'champagne', solo sobrevive un fabricante de morriones, las piezas de
alambre que encarcelan el corcho hasta que llega el momento de brindar.
Como en una fábrica textil, el ruido atronador de las
máquinas suena casi orquestal. Pero aquí los únicos hilos que hay son de alambre.
Con ellos, la empresa francesa Muselet Valentin teje las pequeñas piezas de
acero que cubren el corcho de las botellas de vinos espumosos para evitar que
la fuerza del gas desplace el tapón. En Oiry (Marne), esta pequeña compañía, de apenas cuarenta
trabajadores, es la única fabricante de morriones o 'muselets' que queda en pie
en Francia de las tres marcas históricas de champán que había en el país tras
la posguerra.
Allí, conocen al dedillo cada sonido de sus máquinas. «Solo
con escucharlas sabemos si necesitan reparación», dice Armideo Suárez, jefe del
taller de mantenimiento estratégico. ¿El problema? Al igual que no hay nadie
más que fabrique estas jaulas de alambre, tampoco hay compañías que puedan
reparar unas maquinarias únicas, lo que les obliga a arreglarlas ellos mismos.
Un trabajo que precisa oficio: tres veteranos y cinco años para entrenar a un mecánico, y
otros diez para que domine los ingenios.
UN INVENTO NACIDO DE LA NECESIDAD. Inventado a mediados del
siglo XIX por Adolphe Jacquesson, un comerciante de Chalons-sur-Marne, el llamado 'muselet mecánico',
con una fina placa de metal, supone una revolución. Pero fue un siglo antes (el
25 de mayo de 1728) cuando, al autorizar la corona francesa el envío en barco
de champán a otros países, se vio la necesidad de asegurar los tapones. Su sellado
con una tela impregnada en aceite y cera resultaba insuficiente.
400 millones de morriones fabrica cada año Muselet Valentín.
La mitad se destina a botellas de champán y el resto, a otros vinos espumosos,
sidra y cerveza. Una tercera parte de la producción se exporta. Han llegado a
ensamblar a mano el alambre de las botellas más grandes, tipo Jeroboam, de tres
litros (cuatro botellas) y Melchizedech de treinta litros (cuarenta botellas)
con un solo empleado.
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