(Un texto de Ana Vega Pérez en el Heraldo de Aragón del 29
de diciembre de 2018)
La Navidad es la única época en que esta receta, antigua
estrella de la cocina internacional, retorna orgullosamente a las mesas.
Tan célebre como denostada, esta mezcla de marisco, salsa y ensalada asoma la patita en Navidades
para recordarnos que hubo un tiempo durante el que reinó como receta
estrella de la gastronomía española e internacional. Ahí donde lo ven, tan
sencillo, tan de siempre –tan viejuno, si se empeñan–, el cóctel de gambas fue
el no va más de la cocina elegante entre finales de los años 50 y los 90,
momento en el que murió de éxito
enterrado bajo paletadas de salsa rosa industrial y gambas de corchopán.
La idea de servir marisco bañado en salsa y dentro una
copa surgió en California a mediados del siglo XIX, auspiciada por la fiebre
del oro y el consiguiente surgimiento de nuevos ricos deseosos de mostrar su
nuevo status a través de la comida. Allí
nació la ‘cocktail sauce’ o salsa cóctel original, que en Estados Unidos
no es la que nosotros conocemos como rosa sino una mezcla de ketchup, rábano, salsa Worcestershire, limón y chile.
Este unte picante se comenzó a servir primero con ostras y después con
langostinos o gambas en diversos restaurantes californianos, pasando luego a la
rutilante ciudad de Las Vegas (Nevada) a principios de los 50.
Italo Ghelfi, un hostelero de la bahía de San
Francisco, desembarcó en la meca de los neones en torno a aquellos años,
atraído por la oportunidad de comprar un casino al mafioso Emilio ‘Gomba’
Giorgetti. Ghelfi inauguró en Las Vegas el Golden Gate Casino, un local que añadió al soniquete de
tragaperras y ruletas el reclamo irresistible de una copa repleta de gambas y
salsa a tan solo 50 centavos. En poco tiempo Las Vegas pasó a ser
conocida como la capital del cóctel de marisco y el plato se asoció al estilo
de vida de estrellas del espectáculo como Bob Hope, Frank Sinatra o Marilyn
Monroe, quien apareció en todas las
revistas a punto de zamparse una copa de gambas con salsa durante una
entrega de premios en 1953.
Aquella receta
lujosa y algo crápula vino a Europa para ser refinada a base de marisco de primera calidad (bogavante,
langosta o cigalas), elementos vegetales y un nuevo aliño más al gusto del
Viejo Continente: la salsa rosa o Marie Rose. Ese fue el ingrediente que
inclinó la balanza hacia el lado del éxito. Su ausencia explica por qué la primera receta en español de un
‘langostinos-cocktail’ pasó sin pena ni gloria por nuestro país,
incluida por el famoso barman Perico Chicote (1899-1977) en su libro
‘Cocktails’ de 1928: "En copa de vino: colas de langostino, salsa inglesa,
zumo de limón y vinagre. Floréese con paprika, cayena y pimienta molida".
No resultaba muy apetecible, no. Hacía
falta algo más para seducir al público de este lado del Atlántico y esa pieza
clave fue la salsa rosa.
Su fórmula fue uno de los
secretos mejor guardados del restaurante Azaldegui (San Sebastián), local por el que entre 1949 y 1969
pasó la flor y nata de la sociedad española y europea y donde el cóctel de
marisco brilló como especialidad de la casa. Servido en su correspondiente copa doble de cristal (con la parte
inferior llena de hielo picado), el cóctel del Azaldegui llevaba langosta, cigalas, gambas, langostinos y una
salsa hecha a escondidas de la que se sabe que incorporaba mostaza Colman’s
y zumo de naranja.
En 1956 apareció la primera
receta de cóctel de gambas –que yo haya
encontrado de momento– destinada al gran público. El desarrollo de la economía
nacional y la mejora del nivel de vida de las familias hicieron el resto: el dichoso cóctel fue desde entonces
omnipresente y todopoderoso tanto en las cartas de los restaurantes como en las
comidas familiares de fiesta mayor. Con la adición de ingredientes por
entonces exóticos e innovadores como piña,
aguacate, tomatitos cherry o palmito, el cóctel de gambas fue el rey
indiscutible de la gastronomía con ínfulas de los años 70 y 80. Tanto que se nos rompió el amor por él, de
tanto usarlo. La salsa de bote y las gambas congeladas contribuyeron a
que cualquiera pudiera permitirse servir esta receta e irónicamente su
popularidad acabó dictando su muerte.
Al igual que ha ocurrido recientemente con otras
tendencias culinarias (recuerden la ubicua reducción de Módena, la insoslayable
ensalada de rulo de cabra, la fiebre de los ‘cupcakes’), aquello que en
principio parece novedoso y sofisticado acaba resultando cansino y ramplón. Al
entrañable cóctel de marisco le ocurrió lo mismo y en 1987 por ejemplo don Víctor de la Serna Gutiérrez-Répide lo
ponía de vuelta y media tildándolo de "detestable invento
norteamericano" e invasor de hasta el último figón de Celtiberia.
Salió de las cartas de los mismos restaurantes que lo habían encumbrado y tuvo
que limitarse a sobrevivir como soldado de fortuna en buffets de cuarta
categoría.
Incorporado a los recetarios familiares durante su
época dorada, afortunadamente el cóctel de gambas vuelve de vez en cuando a
hacer apariciones estelares como prueba de lo que fue: el plato más sofisticado
de su tiempo. Disfrútenlo esta Navidad
a dos carrillos si pueden.
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