(Un texto de Patricia Lozano en El Mundo del 24 de diciembre
de 2017)
Con un origen que se remonta al siglo XVI, cada vez más
gente se preocupa por encontrar la máxima calidad en uno de los protagonistas
de la Navidad. El precio de estas tortas de harina y manteca es un buen
indicador.
Tan
tradicional en [Navidad] como el Belén, las 12 uvas o el espumillón es una bandeja de polvorones. Envueltos en papel de seda con doble
nudo, nos evocan a épocas pasadas y son pocos los que se resisten a probarlos.
Su
origen se remonta al siglo XVI en Andalucía -Estepa, en Sevilla, y Antequera,
en Málaga, se disputan su autoría-, donde se empezaron a elaborar pequeñas
tortas aprovechando el excedente de trigo y manteca de cerdo. La receta evolucionó
cuando en el siglo XIX una estepeña, Micaela Ruiz Téllez, conocida como La Colchona, mejoró
el proceso de elaboración, «ya que refinaba la harina, la tostaba
y conseguía un producto más suave», aseguran desde el Consejo Regulador de
mantecados y polvorones de Estepa. Con el secado de la harina, el dulce adquiría esa característica corteza dura y un
interior mucho más tierno, aumentando así también su fecha de caducidad.
Aunque
mantecado y polvorón se parecen en forma, sabor y textura -dulces ovalados de
unos 35 gramos hechos a base de harina de trigo, azúcar molida y manteca de cerdo- tienen características que los
diferencian. «El mantecado lleva canela y suele
estar decorado con ajonjolí (semillas de sésamo) en la parte superior», explica
Eusebio Olmedo, presidente del Consejo Regulador de mantecados y polvorones de
Estepa. Además, éste tiene una textura más mantecosa y compacta y permite la incorporación
de otros ingredientes como avellana, coco, cacao… Por su parte, «el polvorón
está coronado con azúcar glas y lleva trozos de almendra
tostada en su interior», afirma Olmedo. También es más arenoso y se desmigaja
con más facilidad por su mayor contenido en harina, y se reconoce por esa
corteza dura que inició La Colchona.
«Para elaborarlos, primero se
introduce la manteca en la amasadora, a continuación el azúcar glas, los ingredientes específicos de cada variedad y
por último la harina. Una vez que la masa queda homogénea, se forman las
piezas, se hornean (unos 12 ó 15 minutos) y se dejan enfriar», explican desde
el Consejo Regulador de Estepa. Algunas
marcas, como La Chinata,
sustituyen la manteca de cerdo de sus polvorones por aceite de oliva virgen extra, más saludable.
Desde
hace 150 años, la localidad sevillana de Estepa se ha convertido en el
estandarte de los polvorones en España. Tanto es así que cuenta con una certificación
europea de Indicación Geográfica Protegida, lo que «garantiza el cumplimiento de
unos requisitos superiores a los exigidos», explica su Consejo Regulador. Este
año, desde la localidad sevillana se han producido 22.000 toneladas para exportarlas
al resto de regiones españolas. El
favorito sigue
siendo el polvorón de almendras, aunque Olmedo recalca que depende de la zona.
«Éste es más demandado en el norte, mientras que en el sur se prefiere más el
mantecado».
Antequera
también destaca por su calidad, aunque su comercialización es más discreta. A pesar de que en el sur radica su origen, la tradición se ha
extendido a otras zonas como Navarra o Castilla y León. Allí, la familia de Ana Pascual lleva cinco generaciones elaborando los famosos polvorones El Toro, en Tordesillas (Valladolid). Pero si hay unos que
destacan, avalados por los numerosos galardones que han recibido tanto a nivel
nacional como internacional, son los mantecados Felipe II, que
se elaboran en Vitoria y cuya caja de 520 gramos alcanza los 21 euros. La diferencia
de precio se hace patente si lo comparamos con el de otros productos que se
encuentran en el mercado: polvorones que cuestan entre 12 y 8 euros el kilo e incluso otros
que descienden hasta 4 euros el kilo. En este sector,
como en otros muchos, la calidad se paga.
CÓMO
RECONOCERLOS
Que el
dulce que nos llevamos a la boca
sea bueno viene
determinado por la «adecuada proporción de los ingredientes y por su proceso artesanal.
En la textura (si no resulta demasiado
seco) y el aspecto podemos comprobarlo. Y sobre todo, en la suavidad del sabor»,
explica Olmedo: si el toque de limón es agradable, si la almendra no está ni demasiado tostada ni demasiado
poco, si la manteca es de cerdo ibérico… El tiempo de amasado también es clave,
ya que hace que se incorporen mejor los ingredientes, dándole al resultado una textura más agradable y un aroma más potenciado. «El saber hacer;
el toque, también es fundamental para conseguir un buen producto, así como la
máxima calidad de los ingredientes empleados», puntualiza Pascual. Hay quien
los aplasta antes de comerlos para que no se desmigajen. Otros los prefieren
con trozos de almendras y a otros no les gusta encontrárselos y se decantan por
los mantecados. Sea como sea, disfrútelos.
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