lunes, 7 de julio de 2014

Inapetente



(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 21 de marzo de 2010)

Mi muy admirado Fernando Antonio Nogueira de Seabra Pesséa, más conocido como Fernando Pessoa o por cualquiera de sus muchos heterónimos, desde Ricardo Reis a Álvaro de Campos, el más grande poeta portugués del siglo XX, perdió el apetito en África del Sur. Pessoa era un niño enclenque y enfermizo y, cuando apenas tenía siete años, su padrastro, cónsul de Portugal, se lo llevó a vivir a Durban, donde, según él mismo nos contó después, los almuerzos y las cenas se le convirtieron en «dolorosas penas sin fin y sin consuelo». Únicamente, tal y como cuentan sus biógrafos, cuando llegaba al Consulado alguna remesa de bacalao, le preparaban a tan singular alevín de genio un bacalhau dourado con huevos, patatas y cebolla que comía con cierto entusiasmo. Más por lo que tenía de símbolo y comunión lusitana, nos contó después, que por el placer de la mesa.

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