miércoles, 2 de octubre de 2013

Desmesura culinaria



(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 15 de julio de 2012)

Las clases altas de la antigua Roma, probablemente insatisfechas con la frugalidad de sus ascendientes griegos, abundaron en muestras de suntuosidad y despilfarro. Estos lujos, herederos de Oriente y de Síbaris, cobraban especial relevancia en los banquetes que los patricios ofrecían a sus invitados. Aparte de servir una ingente cantidad de comida, se alardeaba de la propia riqueza a partir de la preciosidad de las vajillas, la magnificencia del servicio y la originalidad de ingredientes y recetas. 

El ejemplo extremo de ostentación romana lo ofreció el emperador Heliogábalo, quien sirvió a sus invitados 600 sesos de avestruz como delicado obsequio. El menú se completó con guisantes aderezados con pepitas de oro, lentejas con piedras preciosas y otros platos mezclados con perlas y ámbar. No constan las dentaduras afectadas. 

Quizá ese banquete pueda parecer exagerado. Pero, siempre hijos de los romanos, nuestra nueva cocina no anda lejos de tan magno banquete. Con la nueva cocina de sifón y química avanzada, los colores, las texturas y la geometría juegan un papel más importante que los sabores. Aparte hay juegos de magnífica escenografía. En El Celler de Can Roca (calle de Can Sunyer, 48, Gerona) sirven un olivo bonsái que esconde una aceituna por comensal. Una vez encontrada y mordida, se descubre que es una imitación escarificada con sabor a oliva. El postre estrella de El Club Allard (calle Ferraz, 2, Madrid) consiste en una pequeña pecera que reproduce fielmente un paisaje submarino, mejillón y coral incluidos, construido a partir de chocolate. Digno de un césar.

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