(Leído en Directo al Paladar)
En la gastronomía española ocupa un lugar de honor la salsa brava. Sí, esa que acompaña las patatas que de ella toman su nombre, las patatas bravas. Una de las tapas más populares de los bares del país cuyo origen -poco claro- apunta al Madrid de los años 50-60 del siglo pasado.
Dos bares madrileños que ya no están entre nosotros son reconocidos como los primeros en servir esta tapa. Casa Pellico, que estaba situado en la calle Toledo, y La Casona, en la calle Echegaray.
Además de sabrosa, la receta era sencilla y, posiblemente por ello, se popularizó rápidamente por el resto de la capital y, más tarde, del país, compitiendo con la salsa mayonesa y el kétchup sobre todo acompañando las patatas fritas de aperitivo.
La salsa brava se caracteriza por ese toque picante que la diferencia de muchas otras. Unas recetas lo toman del pimentón picante, otras de la pimienta de cayena, otras del tabasco, etc. Y es que, aunque muchos reclaman su salsa como la auténtica, lo cierto es que no existe referencia alguna a la receta exacta.
Cada maestrillo tiene su librillo y no hay más que probar esta ración en distintos bares para darse cuenta de ello. No hay dos salsas bravas iguales.
Y dentro de la incertidumbre sobre su origen y la autenticidad de esta fórmula, encontramos que -posiblemente- fue en Madrid donde se incorporó por primera vez el uso de tomate triturado como ingrediente principal, desplazando el caldo y la harina al destierro.
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