(Un texto de Alfredo Maluenda en el Heraldo de Aragón del 30
de junio de 2018)
Sí, hay Nápoles más allá de las pizzas margarita y marinara.
Y de la pasta con marisco ‘al cartoccio’ o de los contundentes ‘arancini’, una
suerte de croquetas de arroz y queso que resucitan a los muertos. La gastronomía de la capital de la Campania,
destino turístico que lleva ya unos años pisando fuerte, no se circunscribe únicamente a su
interminable oferta salada (imperdible, por cierto, el ragú con carne y
‘provola’ que bordan en los locales del casco viejo), sino que también
guarda un lugar privilegiado para varios
pecadillos dulces.
Porque la
repostería es para los napolitanos lo mismo que el Maradona futbolista o
el urbanismo abigarrado: una auténtica religión. Se comprueba en los carísimos
cafés de la vía Toledo, la arteria comercial de la ciudad, o en los puestecitos
del deslavazado entorno de la Vía dei Tribunali, donde los precios ajustados se
agradecen.
Por apenas un euro (dos, en el peor de los casos)
puede uno desayunar o merendar un ‘sfogliatelle’,
un hojaldre finísimo enrollado decenas de veces sobre sí mismo, que
deriva en un bocado ligero, siempre que el relleno, en caso de que lo lleve,
sea consecuente. Lo habitual es que los
reposteros los preñen con ‘ricotta’, fruta confitada o crema pastelera,
y los más malandrines espolvorearán con azúcar glas hasta asegurarse de que los
comensales se manchen hasta la planta de los calcetines. Conviene empujarlo con
un expreso cortísimo preparado en una de las cafeteras características.
Un bocado
peliculero
"Suelta la pistola,
coge los ‘cannoli’". El repetido
diálogo de ‘El Padrino’ alude a otro de los clásicos de las sobremesas
napolitanas, el ‘cannolo’, una masa
crujiente en forma de tubo (de entre cinco y quince centímetros) y
rellena de ricota que, si bien en origen es siciliana, ha acabado encontrado su
hogar en las calles de Nápoles y en toda serie y película con una trama ligada
a la ‘cosa nostra’.
Hay una especia de carrera por conseguir el sabor de
‘cannolo’ más original, aunque los confiteros más pegados a la tradición no se
salen de los clásicos: vainilla,
chocolate, pistacho, vino Marsala o agua de rosas.
Otros dos postres no se deben pasar por alto. El helado, quizá más obvio, ha sido mejorado
durante generaciones hasta alcanzar la perfección. Suena a disparate,
pero no lo es: en Nápoles no hay helado malo y hasta los establecimientos más
turísticos se salen de los sabores estándar.
Más tino hay que tener a la hora de comprar un babá, una masa parecida a la del bizcocho
aunque más ligera, en forma de corona y bañada en un sirope con base de
licor, generalmente ron o limoncello. Con este dulce no hay punto medio:
o se ama o se odia.
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