lunes, 16 de abril de 2018

Cacharros



(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 12 de junio de 2011)

Una de las señales más claras de que el hambre es uno de los ingredientes constantes en la Historia de España reside en el hecho de que una buena parte de los platos más frecuentes en el folclore coquinario nacional recibe el nombre del recipiente en el que se preparan. Aquí lo mismo nos comemos una paella que una olla, un puchero que un pote o una escudella. Le damos al contenido el nombre del continente porque aquel resulta siempre más improbable. Los gallegos nos comemos con gran alegría 'un pote' sin tener en cuenta que, según el DRAE -tan desorientado en vocablos gastronómicos-, es «una vasija redonda, generalmente de hierro con barriga y boca ancha». El recipiente, como ocurre con la paella y demás cacharros propios para los fogones, es algo cierto. No ocurre lo mismo con lo que el recipiente pudiera llegar a contener: un caldo de grelos con su lacón, su unto y demás sacramentos o un arroz con pollo y caracoles. La olla, sea de barro o de hierro, es demasiado indigesta para un cristiano y, si bueno es lo que en ella pueda cocerse, conviene no hincarle el diente a tan tradicional recipiente, hermano del puchero y la cazuela.

En buena parte de la España interior, en alarde de progreso de la cocina industrial servida desde sus fabricantes a los puntos de consumo, dizque restaurantes, va siendo frecuente un letrero en el que reza: «tenemos paella». Les aconsejo no entrar en tales establecimientos, salvo que se trate de viejas ferreterías o modernos establecimientos para aficionados a cocinar. Solo ellos están legitimados para «tener paellas». A los restaurantes les cabe usarlas; con los demás elementos de la batería de sus cocinas, y elaborar en ellas el mejor guiso del Mediterráneo.

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