jueves, 19 de abril de 2018

Brevas



(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 17 de junio de 2012)

José Martínez Ruiz, a quien conocemos y admiramos como Azorín, debió de ser un níño repelente. De lo poco que se ha escrito sobre su infancia y primera juventud sabemos que era caprichoso y mal comedor y que su padre, alcalde de Yecla, mimaba a la criatura más de lo debido. En sus tiempos de feroz anarquista y extrema izquierda, su principal golosina eran las brevas -el primero de los frutos que las higueras más comunes en el Mediterráneo dan cada año- y que, como todos los jóvenes de su Monóvar natal, alicantinos, repetía por estas fechas, según se aproximaba el solsticio de verano: «Per san Joan, bacores». Ya estamos en tiempo de bacores, de brevas, y es cuestión de aprovecharlo.

Los higos propiamente dichos, los del otoño, no tienen el valor provocador de su primicia, la breva, que, dulce y jugosa, es una fruta extraordinaria y esencialmente nuestra, aunque en el olvido. La higuera junto con la vid y el olivo son un emblema de nuestra cultura. Quizá, por su frágil condición, la breva de ahora y el higo de después no sean frutas idóneas para el supermercado, pero con un poco de azúcar y otro tanto de nata, de crema de leche -a la ampurdanesa- son un postre único.

Lucas nos cuenta en su Evangelio el caso de una higuera que no daba higos. Cuando el amo le ordenó a su criado cortarla, por inútil, este propuso cuidarla, abonarla y esperar un tiempo más. Toda una lección para tiempos de crisis. No caerá la breva de que alguien se imponga la enseñanza, pero las brevas -con jamón, en mermelada o en tarta- son una exquisitez. Un lujo a nuestro alcance, como la noche de San Juan.

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