(Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de Aragón del 21 de marzo de 2020)
Eso es el menos lo que dice la teoría más ampliamente aceptada sobre
el origen de este cóctel brasileño: que nació en 1918 como remedio
antigripal.
[...]
Si tienen ustedes el mueble-bar bien surtido y se
plantean dar algún que otro lingotazo escapista a la botella, sepan que
no son los únicos que han reaccionado de esta manera a una epidemia.
Este semana pasada vimos cómo durante la plaga de gripe española de 1918
los españoles recurrieron a remedios peregrinos como
el ajo crudo, el zumo de limón y, sobre todo, el alcohol. No para
lavarse las manos precisamente, sino para calentarse el estómago y de
paso cumplir con la tradición que atribuía a ponches, tónicos, vinos
calientes y otros bebedizos espirituosos virtudes medicinales y
antigripales. Ya saben, como el chorrito de brandy que se echa en el
requemado contra los resfriados y que curar, no cura, pero sí que
entona.
Lo
mismo hicieron los brasileños durante aquel fatídico año de 1918. En
Brasil existe aún la costumbre de contrarrestar los síntomas del
resfriado con «chá de alho», una infusión con ajo, miel y limón o lima a
la que no es raro añadir también unas gotas de licor. Con más razón aún
se «alegró» la fórmula en 1918, cuando aún se creía que ingerir alcohol
de alta graduación servía para matar los patógenos del organismo.
Tanto es así que según el Instituto Brasileiro da Chachaça, la famosa
caipirinha nació como una versión embolingante de este remedio medicinal
y ésa es a día de hoy la teoría más reconocida sobre el origen de este
cóctel.
La popularización de la caipirinha (cachaça, lima, azúcar y
hielo) se produjo a partir de la Semana de Arte Moderno de São Paulo, en
1922, pero es muy posible que surgiría unas poco años antes en la misma
región como variante etílica del té de ajo. Una generosa dosis de
cachaça no sólo hacía de aquella infusión un bebedizo más agradable,
también potenciaba supuestamente sus efectos y facilitaba la absorción
del «medicamento». Tan bueno estaba aquel bebedizo que al parecer los
pacientes le cogieron gusto y comenzaron a cambiarlo poco a poco,
sustituyendo la miel por azúcar, añadiendo hielo y eliminando
completamente el ajo de la ecuación.
Ya
ven que, al menos, algo bueno salió de aquella epidemia. En esta que
afrontamos ahora la caipirinha no les hará ningún bien como medicina
pero quizás sí les ayude (siempre consumida con moderación) a relajarse un poco y a pensar que todo pasará.
Quédense en casa y sigan leyendo y disfrutando en la medida de lo
posible. Aquí seguiremos frivolizando un poco para que se sientan
acompañados.
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