miércoles, 2 de enero de 2013

Escuelas de cocina

(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 5 de agosto de 2012)

En tiempos del emperador Tiberio Claudio César Augusto Germánico, al que la novela de Robert Graves nos acostumbró a llamar sencillamente Claudio -el sucesor de Calígula- había en Roma más escuelas de cocina que de Filosofía o Gramática. No me he puesto a contar las que, con distintas apariencias y diferentes patrocinios, existen hoy en Madrid o Barcelona, pero es muy posible que hayamos superado la proporción de la capital del Imperio en los primeros años tras la muerte de Cristo. El historiador Salustio, pleno de sentido crítico, decía que el Imperio estaba poblado por esclavos del vientre -dedíti ventri-, por gentes más dispuestas al gozo de la mesa que al rigor del estudio. En Roma, como ahora en todas las capitales europeas, abundaba el comercio especializado en la venta de productos golosones procedentes de los más remotos rincones del mundo conocido.

Hay que romper una lanza a favor de las escuelas y los cursos de cocina. En las primeras se forma el relevo del espectacular cuadro de grandes maestros que hoy son figuras estelares de la restauración española, la mejor del mundo. En los segundos perfeccionan sus conocimientos y habilidades los aficionados. Muchas amas, o amos, de casa y domingueros de la cocina alcanzan niveles técnicos muy respetables gracias a esos cursos que tanto abundan y acreditan el creciente interés social por una mejor y más placentera alimentación. Además, saber es ahorrar. Y eso no es cuestión menor en tiempos de crisis, en los que conviene aprovechar al máximo los productos disponibles y ser capaces -profesionales y aficionados- de convertir en un placer la inteligente elaboración de una berenjena.

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