domingo, 27 de enero de 2013

Lujo romano

(Extraído de un artículo de Martin Ferrand en el XLSemanal del 28 de septiembre de 2008)

Es muy posible que, incluidos los  tiempos de máximo esplendor en la corte de Versalles, en los siglos XVII y XVIII, la historia de la buena mesa no haya conocido, en lo que a lujo y ostentación se refiere, un instante más desmedido y pretencioso que en los días romanos de Lucio Licinio Lúculo, un siglo antes de Cristo. Lúculo era un hombre culto y un valeroso militar, un aristócrata que, instalado en su palacio en el monte Pincio -parte de lo que hoy es, en Roma, Villa Borghese-, deslumbraba a sus invitados con cenas fastuosas en las que se servían manjares desconocidos en la capital del Imperio y que él trasladó a su huerto a la vuelta de sus campañas militares en  Asia. Por ejemplo, el primer melocotón que se sirvió en Europa fue en  la mesa de Lúculo servido junto a  un topacio para que los comensales tuvieran una referencia precisa del color de la sorprendente fruta. 

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