(Extraído de la columna de Carlos Herrera en el XLSemanal del 26 de diciembre de 2010)
Me advertía el hondísimo Gómez Marín de la natural tendencia de
las sociedades decadentes a refinar y sofisticar su cocina, uno más de
los gastos suntuarios característicos de una cierta descomposición
social. Y me ponía en la pista de Marco Gavio Apicio, gastrónomo romano
supuesto autor del primer tratado gastronómico más o menos conocido: De re coquinaria.
El historiador gastronómico Carlos Azcoytia lo recrea muy bien en sus
gastrocrónicas: Apicio era excéntrico y dado al desenfreno como sólo un
romano decadente podía ser. Lo opuesto a un estoico, vamos. Alimentaba
sus cerdos con higos secos y vino con miel, los mataba por sorpresa
para que su hígado no sufriera y obtenía con ello, por lo visto, un
extraordinario sabor de sus carnes. Sus recetas eran aún más complicadas
que las de cualquiera de las estrellas de la gastronomía de estos
tiempos. De bacanal en bacanal, se quitó la vida al comprobar que sólo
le quedaban diez millones de sestercios con los que seguir golfeando,
que vendrían a ser unos tres millones de euros de hoy en día. Para lo
que me queda, mejor me bebo un vaso de veneno, debió de pensar. Y se lo
tomó.
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