Sí, el garbanzo, en su origen, es verde. Aunque la dificultad para encontrarlo –y su precio– ha hecho que casi nos hayamos olvidado de este manjar en temporada.
Mide
entre dos y tres centímetros, tiene un forma bastante esférica –aunque
hay quien dice que morfológicamente se asemeja a la cabeza de un
carnero, de ahí su nombre, Cicer arietinum en latín– y,
generalmente, es de color amarronado. Es la primera descripción que a
casi todos nos viene a la mente cuando pensamos en el garbanzo, una de
las legumbres más versátiles que existen, fundamental en la dieta
mediterránea y protagonista de infinidad de guisos y pucheros del
recetario español.
Y es que, acostumbrados a consumirlo siempre en seco, un método de conservación que permite que podamos tomarlo durante todo el año, nos hemos olvidado de que los garbanzos en realidad son verdes cuando están frescos. También nos hemos olvidado de su textura primigenia, cremosa y melosa, y de su sabor, que recuerda a hierba fresca y mentolada.
Es cierto que la temporada del garbanzo verde es corta (comienza en julio y su durabilidad depende del calor que haga cada año), pero el hecho de utilizar su grano fresco hace que se le puedan dar los mismos tratamientos que a una verdura fresca, algo que de verdad merece la pena.
En ensaladas, guisos y cremas, simplemente cocidos y aderezados con otros ingredientes, el garbanzo verde puede con todo en la cocina por sus múltiples posibilidades. Eso sí, es difícil de encontrar, porque no está disponible en las grandes superficies –¡de ahí que casi nos hayamos olvidado de que existe!– y no es barato, dada su escasa demanda. Pero encontrarlo, normalmente bajo demanda, tampoco es una tarea imposible. Basta con preguntar a nuestro verdulero o frutero de confianza para dar con la perla verde del verano.
Y es que, acostumbrados a consumirlo siempre en seco, un método de conservación que permite que podamos tomarlo durante todo el año, nos hemos olvidado de que los garbanzos en realidad son verdes cuando están frescos. También nos hemos olvidado de su textura primigenia, cremosa y melosa, y de su sabor, que recuerda a hierba fresca y mentolada.
Es cierto que la temporada del garbanzo verde es corta (comienza en julio y su durabilidad depende del calor que haga cada año), pero el hecho de utilizar su grano fresco hace que se le puedan dar los mismos tratamientos que a una verdura fresca, algo que de verdad merece la pena.
En ensaladas, guisos y cremas, simplemente cocidos y aderezados con otros ingredientes, el garbanzo verde puede con todo en la cocina por sus múltiples posibilidades. Eso sí, es difícil de encontrar, porque no está disponible en las grandes superficies –¡de ahí que casi nos hayamos olvidado de que existe!– y no es barato, dada su escasa demanda. Pero encontrarlo, normalmente bajo demanda, tampoco es una tarea imposible. Basta con preguntar a nuestro verdulero o frutero de confianza para dar con la perla verde del verano.
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