martes, 24 de diciembre de 2013

Margarina



(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 17 de enero de 2010)

Napoleón III, el último monarca de los franceses, fue un precursor en el tránsito pacífico de un sistema totalitario a otro democrático. Para demostrar su sentido social -para bien de los pobres y seguridad de los ejércitos- convocó, en 1869, un concurso público para conseguir una grasa de menor precio que la aristocrática mantequilla y de fácil trasporte, uso y conservación. Estimulado por la convocatoria, Hippolyte Mège-Mouriés, químico de profesión, elaboró la margarina, una combinación de distintas grasas vegetales convenientemente deshidratadas y elaboradas.

El inventor hizo fortuna. Unos años después de su invento vendió la patente a Anton Jurgens, el pionero patriarca de las industrias alimentarias holandesas y de ahí surgió, años después, la famosa Unilever, la primera gran multinacional y modelo de las que la siguieron en las mas distintas especializaciones productivas.

El invento tiene mayor valor social y económico que gastronómico, aunque en Bélgica, especialmente en Bruselas, las patatas fritas con margarina - las excelentes frites - son la compañía ideal de los mejillones -moules- que constituyen la tentación nutricia del lugar y son la mejor compañía posible para las muy originales, apetecibles y peligrosas cervezas del país. Altas en graduación, intensas en sabor y, por lo visto, consuelo de los europarlamentarios de bostezo y privilegio. La combinación resulta tan sugerente y atractiva que Astérix y Obélix, los hijos de la pluma de René Goscinny y el pincel de Albert Uderzo, se encelaron con ella en su viaje a Bélgica.

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