(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 17 de enero
de 2010)
Napoleón III, el último
monarca de los franceses, fue un precursor en el tránsito pacífico de un sistema
totalitario a otro democrático. Para demostrar su sentido social -para bien de los
pobres y seguridad de los ejércitos- convocó, en 1869, un concurso público para
conseguir una grasa de menor precio que la aristocrática mantequilla y de fácil
trasporte, uso y conservación. Estimulado por la convocatoria, Hippolyte Mège-Mouriés,
químico de profesión, elaboró la margarina, una combinación de distintas grasas
vegetales convenientemente deshidratadas y elaboradas.
El inventor hizo fortuna.
Unos años después de su invento vendió la patente a Anton Jurgens, el pionero
patriarca de las industrias alimentarias holandesas y de ahí surgió, años
después, la famosa Unilever, la primera gran multinacional y modelo de las que la
siguieron en las mas distintas especializaciones productivas.
El invento tiene mayor valor
social y económico que gastronómico, aunque en Bélgica, especialmente en Bruselas,
las patatas fritas con margarina - las excelentes frites - son la compañía ideal de los mejillones -moules- que constituyen la tentación
nutricia del lugar y son la mejor compañía posible para las muy originales, apetecibles
y peligrosas cervezas del país. Altas en graduación, intensas en sabor y, por
lo visto, consuelo de los europarlamentarios de bostezo y privilegio. La combinación
resulta tan sugerente y atractiva que Astérix y Obélix, los hijos de la pluma de
René Goscinny y el pincel de Albert Uderzo, se encelaron con ella en su viaje a
Bélgica.
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