(Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de Aragón del 12 de enero de 2019)
Este famoso establecimiento madrileño de ultramarinos y pastelería fue elegido por Luis Coloma como domicilio del ratón que aún hoy recoge dientes de leche.
Entre la muerte del rey que rabió y el advenimiento al trono de la reina MariCastaña existe un largo y obscuro período en las crónicas, de que quedan pocas memorias. Consta, sin embargo, que floreció en aquella época un rey Buby I, grande amigo de los niños pobres y protector decidido de los ratones. Fundó una fábrica de muñecos y caballos de cartón para los primeros, y […] consta también que el rey Buby prohibió severamente el uso de ratoneras». Así comienza el cuento más famoso de la literatura española, Ratón Pérez, escrito por el jesuita jerezano Luis Coloma (18511915) para el rey niño Alfonso XIII.
Resulta entrañable pensar en Alfonsito, monarca infantil con tirabuzones rubios, metiendo sus dientes bajo la almohada como cualquier hijo de vecino y esperando el regalo a cambio. Quizás la dignidad real brillara por su ausencia y llorara, igual que casi todos los niños, al pensar en el trance de tirar del diente, ay. Pero aquí la regente María Cristina tuvo más suerte que el común de los padres y contó con la ayuda de Coloma quien, requerido por la soberana, escribió de mil amores un cuento para que el rey pataleara menos.
El padre Luis Coloma había escrito ya varios relatos infantiles cuando en 1894 recibió el encargo de palacio, así que no le costó nada pergeñar, con algo de imaginación y un poco de parábola moral, un cuento sobre el famoso ratón que cambiaba dientes por monedas.
La mayoría de la gente piensa que fue este mismo autor el inventor del personaje, pero en España ya existían numerosas referencias al ratoncito mágico desde 1849 (por ejemplo, en 'La Gaviota' de Fernán Caballero) e incluso en 1885 se representó en los teatros madrileños un juguete cómico que llevaba como título 'El ratoncito Pérez'. Así que Coloma realmente lo que hizo fue darle forma a un mito que no sólo estaba presente en España sino en muchos otros países bajo la antigua creencia de que dar los dientes de leche a los ratones para que se los comieran permitía que los nuevos crecieran tan duros y rectos como los de los roedores.
Lo del apellido Pérez sí que es de neta aportación española, mientras que el rey Buby salió de la imaginación del jesuita para halagar a Alfonsito, llamado cariñosamente 'Buby' por su madre en la intimidad.
Estarán a estas alturas preguntándose ustedes qué porras tiene que ver el ratoncito Pérez con la gastronomía, y ya verán que no es poco. En el cuento, publicado por primera vez en 1902 en la colección de cuentos 'Nuevas Lecturas', y después en 1911 como relato suelto, el ratón visita al rey para recoger su diente y acaba llevándole a su casa además de a visitar a un niño que, pese a ser pobre, comparte con Buby sus mismas ilusiones.
«Vivía Ratón Pérez en la calle del Arenal, núm. 8, en los sótanos de Carlos Prast, frente por frente de una gran pila de quesos de Gruyère, que ofrecían a la familia de Pérez próxima y abastada despensa». Allí estaba el hogar del ratón, donde vivía con su mujer y sus hijos Adelaida, Elvira y Alfonso. Concretamente dentro de una caja de galletas Huntley «bajo el pabellón de Carlos Prast, tan a sus anchas y con tanta holgura como pudo vivir la rata legendaria de la fábula, en el queso de Holanda». Aquella caja era de Huntley & Palmers, una empresa británica fundada en 1822 que fue una de las primeras exportadoras a España de una nueva exquisitez conocida como galletas finas inglesas, de las que surgirían las célebres Marías.
Este tipo de delicias gourmet se vendían entonces únicamente en ultramarinos elegantes y confiterías.
Y eso es lo que fue el establecimiento de Carlos Prast, (18301904), un emprendedor nacido en Vivel del Río (Teruel) que fue a ganarse la vida a Madrid con tan sólo trece años. Una década después de llegar a la capital abrió 'Las Colonias', un ultramarinos de lujo en la calle Arenal. Con tanto éxito que en poco tiempo expandió el negocio para convertirse también en fabricante de confitería y en 1863 consiguió ser proveedor de la casa real.
Sería Prast quien puso definitivamente de moda los roscones de Reyes entre la alta sociedad madrileña además de otros productos como pastas, bombones y galletas. Entre ellas las de Huntley, guardadas en ese sótano «perfumado de queso» en el que vivía la familia del Ratón Pérez y donde se tomaba el té en tazas de cáscaras de alubias.
La Confitería Prast ya era famosa cuando Coloma la eligió como hogar de su ratonil héroe, pero lo fue mucho más a partir de la publicación del cuento. Tanto que Carlos Prast incluyó juguetes en su oferta para satisfacer a los niños que iban en peregrinación a la tienda, esperando conocer al ratón mágico. Igual que ahora, tantos años después, siguen haciendo cola frente a la misma puerta para entrar en la CasaMuseo de Ratón Pérez, simpáticamente ubicada también en el número 8 de la calle Arenal.
Por cierto que el niño Alfonsito tuvo otros caprichos gastronómicos como el de las pastas del Consejo, que hacían en la pastelería El Riojano (Madrid) para que el pobre tuviera algo con lo que entretenerse durante las reuniones del Consejo de Estado. Pero de eso hablaremos otro día.
Ahora vayan, siéntanse niños de nuevo y busquen el cuento del ratoncito Pérez.
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