(Un texto de Daniel Méndez en el XLSemanal del 6 de octubre de 2019)
Doscientos botes de sardinas, 430 cabezas de ajo, 10.000 kilos de
galletas de mar muy secas, siete vacas vivas para poder tomar leche
fresca…
Estos son solo algunos de los alimentos que cargaban las bodegas de las cinco naos de la flota de la expedición de Magallanes y Elcano que
zarpó del muelle de Las Mulas, en Triana, el 10 de agosto de 1519. Eran
los víveres llamados a alimentar a la tripulación. «Y llevaban mucho
alimento en conserva», explica Xabier Alberdi, director científico del
Museo Naval de San Sebastián. «No las latas actuales, claro, pero sí
productos salados, adobados, incluso escarchados como higos o pasas. Y
membrillo, mucho membrillo». Lo que llamaban ‘galletas’ era pan seco,
muy seco, para que no se pudriera. «Son el antecesor de la regañá que se
toma en Andalucía», subraya Aitor Arregi, chef del asador Elkano, con
una estrella Michelin.
En el testamento de Juan Sebastián Elcano,
Xabier Alberdi descubrió una cita camuflada: “Tres ollas de cobre, tres
sartenes e tres parrillas de fierro…”. y que según el cocinero Aitor
Arregi prueba que Elcano fue “el primer parrillero vasco”
La gastronomía estaba en la raíz de aquellas expediciones: era el
control del comercio de especias, usadas en ausencia de frigoríficos
para conservar y disimular el sabor de la carne casi putrefacta, el que
movía a los aventureros a lanzarse al mar y a los imperios a financiar
las expediciones. Portugal o España competían entre sí y contra el
Imperio otomano por el comercio de clavo o pimienta. Sin embargo, las
penurias a bordo eran frecuentes. La humedad y las ratas echaban a
perder la comida. «Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a
serrín de madera», explica Antonio Pigafetta, el cronista del primer
viaje de circunnavegación. Y las ratas «llegaron a ser un manjar tan
caro, que se pagaba a medio ducado».
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