lunes, 10 de marzo de 2014

La invención del mojito



(Un texto de Ángel Becerril en el suplemento dominical de El Mundo del 2 de febrero de 2014)

La historia del mojito navega entre realidad, leyenda, personajes míticos y anécdotas tan pintorescas como poco verosímiles. Porque, aunque muchos creen que nació en La Bodeguita del Medio, el diminuto bar del centro de La Habana, lo cierto es que ya existía antes de que Ernest Hemingway se acodara por primera vez del cóctel en esta barra y lanzara su célebre frase: “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquiri en El Floridita”.

Algunos expertos mojitólogos coinciden en señalar que la primera versión de este cóctel no fue alumbrada para apaciguar la sed de los estadounidenses que llegaron a Cuba durante la Ley Seca (1920-1933), sino que vio la luz en el siglo XVI gracias al pirata Richard Drake (subordinado del famoso Francis Drake), quien concibió una fórmula genial, en la que el aguardiente de caña (o ron) aporta calor –y el estímulo para abordar cualquier propósito-, el agua diluye el alcohol, la lima previene el escorbuto, la hierbabuena refresca y aromatiza, y el azúcar ayuda a tragarse el mejunje. Dicen que sir Drake lo tomaba después de cada batalla o pillaje, por prescripción médica. Por eso al mojito primigenio se le conocía como El Drake.

Ya en el siglo XIX, la calidad de este cóctel se benefició de los avances en la producción de ron. Y mutó de nombre; primero se llamó draquecito, y luego mojito, en referencia al mojo (jugo de lima y ajo) que añaden los cubanos a sus platos. Además en los ritos cubanos de origen africano, el mojo es también el “toque mágico para la creatividad y la gracia”.

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