El general de artillería Tomás de Morla, jerezano de postín y personaje
de ringorrango, dirigió, en Cádiz, el levantamiento de 1808 contra los
franceses y, después, fue nombrado presidente de la Junta de diputados del
pueblo. Desde ese cargo ayudó a mucha gente sencilla.
Un paisano, para corresponder por haberle buscado empleo a su hijo, le
regaló al general media docena de hermosas y bien criadas gallinas. No le gustó
el gesto al artillero, que lo interpretó como cohecho e, indignado, mandó
encerrar en prisión a su agradecido donante: seis días entre rejas con la orden
específica de que, para comer y cenar, tuviera la dieta de las gallinas. Una por
jornada.
Morla era un castizo que, más tarde, reconoció a José I, de quien fue
consejero de Estado, mientras sus vecinos seguían aguantando el chaparrón -«con
las bombas que tiran los fanfarrones…» - del asedio gabacho.
No es mala dieta la de la gallina. Una de las pocas buenas tabernas que
quedan en Madrid -Casa Ciriaco (calle Mayor, 84)- la mantiene, guisada en
pepitoria, como plato estrella de la casa y allí iban con frecuencia, para
gozarla, Camilo José Cela y Jaime Campmany. La taberna original de esa
dirección se llamó Casa Laviñas y fue fundada en 1867. Desde el balcón del
primer piso del edificio en que se instala, el 31 de mayo de 1906, cuando Alfonso
XIII y la reina Victoria Eugenia volvían de contraer matrimonio en Los Jerónimos,
se lanzó la bomba que se llevó a más de una docena de personas por delante sin hacer
daño alguno a los monarcas. En 1967, Laviñas pasó a ser Ciriaco y allí sigue,
tan pimpante, castiza y satisfactoria.
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