(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 5 de abril de 2009)
Cuando la hija de nuestro Felipe IV, la infanta María Teresa, contrajo matrimonio
con Luis XIV de Francia, el rey Sol, se trasladó a vivir a Versalles. Para no
echar de menos ninguna de sus costumbres españolas, las culinarias entre ellas,
se hizo acompañar de un largo séquito en el que se puede destacar la
personalidad y la maña de su doncella principal, conocida como La Molina. Fue
ella quien implantó en la corte de los Borbones lo que hoy conocemos como 'tortilla
francesa'; Pero, que conste, la tortilla francesa es española. Francisco
Martínez Montillo, que fue jefe de las cocinas de Felipe II, Felipe III y Felipe
IV, la reseña en su monumental Arte de
cocina; pastelería; vizcochería y conservería. La denomina 'tortilla de la
Cartuja'.
La merecida gloria alcanzada por la cocina francesa en el último tercio
del XIX y los dos primeros del XX -malos tiempos en la vida nacional- tienden a
palidecer el hecho de que España, durante siglos, enseñó a comer a toda Europa.
La Molina, al servicio de su señora, llevó también a Francia algo tradicional, en
nuestra cocina y que, como ‘el consumido' -arrebatado de nuestras tradiciones
con el sobrenombre de 'consomé'-, los galos hicieron suyo llamándolo feuiIletée, nuestro hojaldre. Incluso el
famoso pot-au-feu, del que se dice que provienen todos los cocidos, de la escudella
al madrileño, es una traslación de la muy típica y españolísima olla podrida.
Cuando Adolfo Suárez, gran conductor de la Transición y devorador
especializado de tortillas francesas - ¡muy cuajadas!, insistía en su consumo
casi exclusivo, no hacía otra cosa que concordar con nuestra propia Historia: Era
un gesto de afirmación nacional.
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