(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 30 de marzo de 2008)
Marcos Gavius Apicius, el primero de los gastrónomos de Roma,
ya predicaba en el siglo I de nuestra era que el lenguado era el más apetecible
y gustoso de los pescados. También Luis XIV, el Rey Sol, adoraba el lenguado,
especialmente el procedente del Canal de la Mancha, y llegó a proclamarlo como
«manjar regio». Es, desde luego -¿ex aequo con la merluza?-, el pescado blanco que
tiene más devotos y ofrece más modalidades de preparación y condimento.
El animalito, aplastado y asimétrico, vive escondido a más de
20 metros de profundidad, en los fondos de fango y arena, y, sin despreciar a
los del Mediterráneo, prefiero los del Atlántico. Tanto los del estero gaditano
y onubense, a la andaluza, como los del Cantábrico, que, si están en el entorno
de los 200 gramos, lo mejor es freírlos y, de allí hacia arriba, quedan
suculentos a la plancha y al horno.
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