(La columna de Martín Ferrand en XLSemanal)
A los caracoles se los criaba en un terreno rodeado de agua para evitar que escapasen. Se los alimentaba con mimo a partir de una dieta que mezclaba leche, mosto y trigo. Para terminar de cebarlos, se los encerraba en tarros bien aireados. Cuando engordaban tanto que rebosaban la concha estaban preparados para comer, ya fuese fritos en aceite o servidos sobre una salsa de vino y garum. Hoy en día, las conchas de aquellos caracoles siguen siendo suculentos hallazgos para los arqueólogos que excavan las viejas villas romanas.
De manera menos refinada, los caracoles siguen siendo populares. En Madrid, aunque ya no son lo que eran, son tradicionales y muy apreciados los de la cervecería Los Caracoles (Toledo, 106). Sin embargo, donde alcanzan la categoría de sublime y rozan la consideración de religión es en Gerona, en Els Tinars (carretera de Sant Feliu a Gerona, km 7,2, Llagostera). También en Gerona, pero a la llauna, son históricos los de Can Barris (carretera del Aeropuerto a Cassà, km 242. Campllong). Roma llegaba a Hispania.
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