(Un texto Miguel Ayuso de en elconfidencial.com del 9 de mayo de
2016)
Fue uno de los primeros cultivos americanos que los españoles
introdujeron en Europa y cambio para siempre el destino del continente.
Cuando Cristóbal Colón desembarcó en la isla de Guanahaní –que
bautizó como San Salvador– se encontró con los taíno, un pueblo pacífico pero, como
describió el navegante en el diario de abordo de su primer viaje, “muy pobre”,
pues andaban “todos desnudos como su madre los parió”. La expedición se dio
cuenta enseguida de que no habían visto un arma en su vida –“porque les mostré
espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia”–, pero no
reparó en que, a efectos prácticos, los taínos disfrutaban de una organización
social bastante próspera, basada, sobre todo, en el cultivo de la mandioca. Este
tubérculo, similar a la patata, conocido como yuca en muchas partes del mundo,
es fácil de plantar, no necesita mucha agua y tiene una muy alta densidad
nutricional: 20 personas trabajando seis horas al día durante un mes pueden
plantar suficiente mandioca para alimentar a un pueblo de 300 personas durante
dos años. Los españoles, aunque creían que los nativos americanos eran seres
primitivos –y, por tanto, menos capaces–, enseguida se dieron cuenta de que su
comida no estaba nada pero que nada mal.
La patata fue uno de los primeros cultivos americanos que los
españoles introdujeron en Europa, y causó una auténtica revolución en su
agricultura. Según una famosa investigación liderada por Nancy Qian, profesora
de economía de la Universidad de Yale y Nathan Nunn, economista en Harvard, el
cultivo de patata incrementó de forma muy notable la cantidad de alimento que
los campesinos europeos podían generar, particularmente en zonas donde hasta
entonces la agricultura del cereal no era viable. Entre 1700 y 1900 se triplicó
la población del mundo, una explosión demográfica que según Nunn y Qian se
debió principalmente a la patata.
Breve historia de la agricultura
En su superventas y premio Pulitzer 'Armas, gérmenes y acero', el
biólogo y divulgador estadounidense Jarred Diamond se plantea una pregunta que
ha preocupado durante siglos a antropólogos e historiadores: ¿por qué las civilizaciones
euroasiáticas progresaron de forma mucho más acelerada que el resto de pueblos
del mundo? O, como apunta Diamond en el libro: ¿por qué Pizarro capturó a
Atahualpa y no fueron los conquistadores del emperador inca los que llegaron a
Europa y sometieron a Carlos V?
Durante los tiempos coloniales, europeos y asiáticos pensaban que
su supremacía económica, militar y cultural se debía a la superioridad
genética, moral e intelectual de sus pueblos, un argumento racista que venía
muy bien para justificar el sometimiento de los nativos americanos, africanos y
australianos.
En su libro, Diamond explica que apenas existen diferencias entre
los humanos de distintas etnias que justifiquen la distinta evolución cultural
de los pueblos, y esta tiene más que ver con razones de índole geográfico: sin entrar
en demasiados detalles, los pobladores de Eurasia tenían acceso a mejor
comunicados entre ellos, lo que permitió que la agricultura y la ganadería se
propagaran con mucha más rapidez. Y con ellas la civilización.
La pregunta que debemos hacernos es obvia: ¿si fue la agricultura
el principal detonante de la revolución neolítica, de la que surgieron las primeras
civilizaciones avanzadas, por qué los americanos, que contaban con uno de los
cultivos más eficaces, no crearon sociedades tan complejas como las europeas?
La maldición de la patata
Aunque la datación de los primeros cultivos de una y otra planta
es muy controvertida, parece que tanto el trigo como la patata comenzaron a plantarse
en torno al 7.000 a.C.: el primero en Mesopotamia, la segunda en el actual
Perú. Cierto es que, gracias en parte al tubérculo, los incas fundaron el
estado más extenso de la historia de la América precolombina, que llegó a tener
unos 15 millones de habitantes; pero Pizarro, que solo comandaba 180 soldados,
les conquistó en menos de tres años.
Aunque Diamond, y muchos otros, han planteado diversas teorías
para explicar tamaña diferencia, un nuevo estudio elaborado por economistas de las
universidades de Tel-Aviv y Warwick –que ha llamado la atención de Jeff Guo,
periodista económico de 'The Washington Post'– pone sobre la mesa una polémica
teoría, que tiene como protagonista a nuestro querido tubérculo.
Según el análisis realizado por estos investigadores, es fácil observar
que todas las civilizaciones más avanzadas cultivaron cereales, como el trigo,
la cebada, el arroz o el maíz. Por el contrario, los pueblos más primitivos fueron
aquellos que apostaron por la agricultura de tubérculos como la patata, el taro
o la mandioca.
Los cereales no son más fáciles de cultivar ni crecen más rápido
que los tubérculos, pero, según los economistas, se recolectan y almacenan de forma
distinta, y esto provocó un importante cambio en las civilizaciones que los
escogieron.
El trigo, por ejemplo, se cosecha una o dos veces al año,
produciendo montones de grano seco. Una vez recolectado los cereales pueden ser
almacenados durante largos períodos de tiempo y se transportan fácilmente, pero
también son fáciles de robar.
Las sociedades que cultivaban cereales tenían una presión extra
para proteger sus cosechas, lo que aceleró el surgimiento de clases dirigentes Los
tubérculos, por el contrario, no se almacenan nada bien. Son pesados, están
repletos de agua y se pudren rápidamente en cuanto se sacan de la tierra –aún
hoy la patata sigue siendo un alimento eminentemente local–. La yuca, por
ejemplo, crece todo el año y la gente la desenterraba cuando quería comérsela.
Esto proporcionaba cierta protección contra el robo, pues para un grupo de
bandidos, o una jefatura rival, es mucho más fácil saquear un granero que andar
desenterrando raíces.
Pero el hecho de que los cereales se robaran fácilmente, algo que
'a priori' es una desventaja, tuvo una consecuencia positiva (en lo que respecta
a lo que, quizás erróneamente, entendemos por progreso). Los autores del estudio
creen que las sociedades que cultivaban cereales experimentaron una presión
extra para proteger sus cosechas, lo que aceleró el surgimiento de clases
dedicadas a la seguridad y, con ellas, el surgimiento de jerarquías complejas y
sistemas fiscales.
“Dado que los cereales tienen que cosecharse en un corto periodo
de tiempo y, después, deben ser almacenados hasta la próxima cosecha, es fácil
que un recaudador de impuestos confisque parte del grano almacenado”, explican
los investigadores en el estudio.
Una teoría polémica
Aunque el estudio ha
sido abrazado con entusiasmo por algunos investigadores, otros creen que es
demasiado reduccionista. En primer lugar, como plantea Guo, la mayoría de
sociedades que cultivaban tubérculos vivían en los trópicos, donde las
enfermedades endémicas ralentizaron el surgimiento de civilizaciones avanzadas.
Además, en la mayoría de lugares estos se empezaron a cultivar miles de años
después que los cereales –según Diamond las sociedades plenamente agrícolas surgieron
en Mesopotamia en el 8.500 a.C, y en Sudamérica no aparecieron hasta el 3.500
a.C.–, así que las civilizaciones cerealísticas partieron con mucha ventaja.
Eso por no hablar de muchos otros factores importantes, como la presencia, o
no, de ganado, así como la disponibilidad de caza abundante, que pudo jugar un
importante papel en el mantenimiento de sociedades cazadoras-recolectoras. Pero,
críticas aparte, la nueva teoría se une a toda una lista de factores que, en
conjunto, han moldeado el mundo tal como lo conocemos hoy en día. Así que,
cuando se te pase por la cabeza que los nativos europeos somos más listos que
los sudamericanos o africanos, piénsatelo dos veces. Quizás la diferencia
resida solo en las distintas plantas que teníamos a mano. Y, probablemente, tus
ancestros no habrían sobrevivido si Colón no hubiera traído a Europa el secreto
mejor guardado de América: la patata.