(Un texto publicado en
el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 21 de diciembre de 2013)
La explicación más
plausible sobre la tradición de las 12 uvas en Nochevieja se remonta a 1882,
año en el que el alcalde de Madrid, José Abascal, impuso una tasa de un duro a
quienes saliesen a la calle la noche de Reyes para pasar una noche de fiesta.
Como respuesta, y así aparece reflejado en la prensa madrileña de la época,
hubo quien se animó a adelantar la juerga al último día del año recurriendo,
como protesta o señal de mofa, a la tradición burguesa de comer uvas y champán
en la cena del 31 de diciembre.
Este comportamiento se
popularizó y en 1897 los comerciantes ya vendían las uvas de la suerte. Algunos
años después, aprovechando un excedente de producción, los agricultores
levantinos extendieron al resto del país esta costumbre para colocar su
mercancía. Y desde entonces, hasta hoy.
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