(La columna de Martín
Ferrand en el XlSemanal del 5 de septiembre de 2010)
Poco a poco las sopas
van desapareciendo de las costumbres caseras y de las cartas de los restaurantes.
Es el triunfo de Mafalda, la hija gráfica de Joaquín Salvador Lavado (Quino),
que relleno muchas de sus memorables historietas con su fobia rabiosa contra la
pobrecita sopa. En verano, mas todavía, la sopa tiende a desaparecer del todo
e, incluso las frías, son cada vez menos frecuentes en la oferta pública. El
gazpacho, la reina del género, ya no está en todos los menús, quizás porque en
los supermercados venden, en tetra brik,
dignísimas versiones de la receta.
Eugenia de Montijo, la
granadina que fue emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III, era
una entusiasta del gazpacho. Hasta tal punto que, para obsequiarla, Fernando de
Lesseps, el creador del Canal de Suez y tío suyo, lo programó en el menú del
banquete inaugural de la mayor obra de ingeniería hasta entonces conocida, al
que asistió la emperatriz en 1869. Después de los postres se estreno Aida, la
opera de Giuseppe Verdi.
Gregorio Marañón, el
sabio que en sus ratos libres era también un gran médico, recomendaba el
gazpacho como síntesis de una dieta sana, y, de hecho, fundamentado en el pepino
hasta finales del siglo XVIII y en el tomate a partir del XIX, fue el alimento canicular
de los trabajadores del campo andaluz desde antes de la dominación árabe.
Personalmente, en el
balance de este verano que ya se acaba, la mejor de las sopas frías que he
probado se debe al arte de Jesús Sánchez en El cenador de Amós, (Villaverde de
Pontones, Cantabria), el restaurante estelar de la región: una crema de
remolacha con berenjena y boquerón en vinagre. ¡Viva la cuchara!
No hay comentarios:
Publicar un comentario