(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 4
de julio de 2010)
Franz Schubert era tan pobre como genial. Esa doble
sobreabundancia marcó su vida. Murió con 31 años de edad, víctima de la sífilis
y el tifus, y las dos grandes alegrías de su existencia se las proporcionaron, según
su propia confesión, la música de Ludwig van Beethoven y el wiener schnitzel, el mundialmente famoso
escalope vienés.
Cuando tenía recursos para ello, acudía a un
restaurante que todavía pervive en la capital austriaca, Zu den Drei Hacken (Singerstrasse,
28), donde lo servían, y lo sirven, cubierto con un par de finísimas rodajas de
limón. El músico, también adorador de los vinos blancos, perfeccionaba su gozo
acompañándolo con un blanco de la variedad grüner
veltliner cultivado en unas viñas junto al Danubio muy cercanas a la
capital imperial.
¿El escalope es típicamente vienés? No si se lo
preguntan a un vecino de Milán. No hay diferencias básicas entre ambos, salvo
en la guarnición, el aromático limón de los austriacos y las patatas fritas de los
italianos. Tampoco es fácil discernir cuál fue primero de los dos; pero en España
el filete empanado es un ingrediente, junto con la tortilla de patatas, indispensable
en eso que llaman picnic. Llegado ya el verano, nuestras playas y nuestros campos
florecerán de escalopes, sacados de una tartera y, supongo, ninguno de sus
comensales entrará en el debate sobre el origen histórico del plato.
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