(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 25 de julio
de 2010)
La obsesión viajera del verano, a caballo entre las
prisas y la moderación en el gasto, impone el imperio del bocadillo como 'plato'
principal en comidas y cenas. La gama es inmensa porque dentro de un pan caben
lo mismo una finísima rodaja de mortadela barata que una hermosa loncha de jamón
ibérico.
A escala mundial, el bocadillo por antonomasia, del
que se consumen varios cientos de millones cada día, es la hamburguesa, cuya
invención se le atribuye a un tal Charlie Nagreen, que, en Seymor (Wisconsin), empezó
a prepararlas y venderlas en 1885 en las ferias de verano.
En nuestros días, McDonald' s y Burger King ofrecen
en los cinco continentes lo que podríamos llamar el 'plato típico del planeta Tierra',
el más universal de todos ellos. Con sus patatas fritas y su guarnición de col y
lechuga, con queso ó con pepinillos, con mostaza o kétchup, son un estimable sucedáneo
de un almuerzo.
Para mí, el rey de los bocadillos es, con menos
universalidad que la hamburguesa, el llamado 'pepito de ternera', que, por
supuesto, tiene autor. Cuenta Teodoro Bardají, uno de los grandes cocineros
españoles de la primera mitad del siglo XX, que a finales del XIX el pepito nació
en Madrid en el mítico Café Fornos, propiedad de José Fornos, en la esquina de
la calle de Alcalá con la de los Peligros, para atender la demanda de su hijo
Pepito. Es «un filete pequeño de solomillo, asado sobre la plancha, encerrado en
un panecillo abierto por la mitad y servido recién hecho». Como aclara Bardají,
el pan se impregna del jugo de la carne y resulta «propio de lores y príncipes».
El sándwich es otra cosa, un bocadillo en estado de merecer.
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