(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 30 de julio de 2017)
España es tierra de sopas frías. La mayoría procede de Andalucía, donde
los campesinos necesitaban platos con el suficiente aporte energético
para sus tareas en el campo, pero que, a la vez, mitigaran las elevadas
temperaturas. No son, como muchos creen, simples refrescos, sino
alimentos muy completos, con todos los nutrientes necesarios para largas
jornadas de trabajo. Y el ajoblanco no es una excepción. A pesar de su
equívoco nombre, esta sopa no tiene más cantidad de ajo que el gazpacho.
En realidad debería llamarse ‘sopa fría de almendras’, ya que su
ingrediente principal es este fruto -aunque también en ocasiones se
prepara con piñones-, machacado y disuelto en abundante agua fría
mezclado todo con pan, aceite y un poco de vinagre. Se acompaña
tradicionalmente con uvas o con trocitos de melón y de jamón. Aunque el
ajoblanco se encuentra en casi toda Andalucía, e incluso en Extremadura,
la provincia que lo abandera es Málaga, que se atribuye su creación. Al
ser un plato que, como ocurre con el gazpacho, admite muchas mezclas,
los cocineros han desarrollado nuevas combinaciones. Entre todos destaca
el marbellí Dani García, el chef que mejor domina las sopas frías. De
su cocina han salido versiones geniales como el ajoblanco de almendras y
chufas con centollo o el que va acompañado con sardinas, brevas y
huevas de arenque.
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