(Un texto de Francisco Abad Alegría en el suplemento
gastronómico del Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 2014)
Un viejo compañero de curso decía que si dominas el arte de
las croquetas, las chicas caen rendidas irremisiblemente. Francis Paniego hace
croquetas siguiendo la excelencia culinaria de sus mayores, mujeres, y parece
que lo borda.
Como tantas otras fórmulas culinarias, su origen es incierto,
aunque verosímilmente francés. Su nombre deriva de 'croquette', pequeña porción
crujiente, según reza el monumental Diccionario Gastronómico de Larousse. Es
posible que existiesen antes de principios del siglo XIX, aunque parece más que
verosímil que pudo ser el cocinero francés Antonin Càreme, inventor y
sistematizador de platos y modos de cocinar (recordemos la aventura del
osmazoma, el espíritu cárnico, que preparó la fórmula del Bovril -¡qué prosaico!-
y al cabo el aislamiento del umami o glutamato, mucho antes de su difusión y
patente), quien las hizo entrar en las cocinas nobles.
Marie-Antoine Càreme nació en París en 1784 y desarrolló su
labor culinaria a partir de 1800; su pasión fue aprender, dibujar y sistematizar
las obras reposteras y culinarias de su tiempo. Cocinó para Napoleón, que no apreció demasiado sus
creaciones -su pasión era poder, no el placer-, para el zar Alejandro I de
Rusia, para el rey Jorge IV de Inglaterra y para los Rothschild, retirándose en
1929. Su obra 'El arte de la cocina francesa' tra (1833-34) es un monumento
culinario en el que destacan las salsas y las pequeñas porciones como las croquetas
y otras creaciones culinarias novedosas. Sabemos que uno de los platos que
sirvió en un banquete que preparó para el príncipe regente de Inglaterra y el
Gran Duque Nicolás de Rusia, el 18 de enero de 1817, fueron las 'croquettes à
la royale'.
¿Cómo eran estas croquetas, dignas de figurar en una mesa
real? Probablemente las primeras croquetas eran de patata, con incorporación o
no de huevo. Alejandro Dumas, afamado gastrónomo y autor de un diccionario
gastronómico importante para su tiempo, famoso entre el gran público por el relato
de los tres mosqueteros, en su crónica
del viaje a España como enviado a la boda de la infanta Luisa Fernanda con el
duque de Montpensier en Sevilla (1846), hace un concienzudo recorrido
gastronómico de norte a sur por nuestra geografía patria y levanta acta de
productos tan peregrinos para su saber culinario francés como las truchas
escabechadas del lago de Sanabria, las inmejorables perdices rojas de la
meseta, el cocido español, que retrata con desmesura, y el aceite de oliva, que
reputa grosero y basto, entre otras cosas. Por eso su testimonio sobre las croquetas
resulta interesante; menciona su fórmula personal de 'croquetas de patata' y no
recoge otra española. La conclusión razonable es que las croquetas resultaban
técnicamente desconocidas en la España de mediados del siglo XIX y de que la
base de su confección francesa seguía siendo el puré de patata (a pesar de lo
denostada que era la patata hasta el primer tercio del siglo XIX).
La reiterada cita de la croqueta y su presencia en las
cocinas antiguas de Estados Unidos, muy influidas por usos franceses además de
ingleses clásicos, parece atestiguar que la difusión de fórmulas sencillas se
hace desde Francia en el primer tercio del siglo XIX, como lo atestiguan las
fórmulas de croqueta de patata de las damas presbiterianas de Ohio (1894) y de la
unión de vegetarianos teósofos de Norteamérica (1897). Parece que ya entonces
empezaban a prepararse croquetas con proteínas animales. Un libro de cocina
clásico americano (‘Home cooking book',
Maryland, 1857) recoge ya las croquetas de pollo y tenemos noticia de una
curiosa costumbre de los habitantes del condado de Oseola, en Iowa, que sufrían
frecuentes plagas de langosta y que aprovechaban en 1892 la eliminación de
estos insectos para hacer con ellos nutritivas (y repugnantes, creo yo) sopas y
croquetas de saltamontes; evidentemente, lo que no mata, engorda.
EN ESPAÑA. Por lo
que se refiere a España, parece que la croqueta penetró con mayor lentitud. El
famoso manual de Rementeria, autor-traductor, no las menciona en 1837, como
tampoco lo hace el manual de Giménez Fornesa en 1871. Tenemos noticia de ellas
en el popular libro de Altimiras, refrito y añadido en sucesivas ediciones del
original del aragonés Juan Altamiras de mediados del siglo XVIII, en ediciones
de principios del XX y en el clásico para recién casadas 'De cocina', que las
menciona en el primer tercio del siglo, refiriéndose en cuatro casos a
preparados de pollo, conejo, merluza o bacalao.
Resulta interesante el testimonio de Emilia Pardo Bazán, que
recoge fórmulas de croquetas con pollo o vaca y dulces ya en 1913, en su libro
sobre la cocina española moderna y asegura que son populares en España: «El
plato es sin duda transpirenaico; pero está tan extendido en España, que Valera
lo comió muchos años ha en una venta de Despeñaperros, y el mismo hecho de que
todas las menegildas -es decir, las amas de casa vulgares- lo estropeen, indica
su popularidad. Hay que añadir que la croqueta, al aclimatarse a España, ha ganado
mucho. La francesa es enorme, dura y sin gracia. Aquí, al contrario, la hacen
bien; se deshacen en la boca, de tan blandas y suaves». De Paniego, vamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario