(Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de Aragón del 15 de septiembre de 2018)
Estos sabrosos condimentos fueron el auténtico objeto de deseo de la
era de los descubrimientos y empujaron en su búsqueda a Colón o Elcano.
El próximo año se cumplirá el quinto centenario de la salida de
Magallanes del puerto de Sevilla con intención de circunnavegar el
globo. Y seguro que les suena que esta magna expedición se enfrentó a
motines, tormentas, hambre y a que Fernando de Magallanes se empeñara en
ir de guay, se enfrentara con cuatro gatos a los indígenas filipinos de
Mactán y acabara lanceado como un colador. Al final, de las cinco naves
que salieron del puerto sevillano únicamente volvió la 'Victoria' y con
ella su capitán Juan Sebastián Elcano (1476-1526). A aquel marinero de
Getaria que tan bien aguantó el tipo durante tres años de navegación se
le fue un poco la mano con las ínfulas del triunfo y en 1522 le escribió
al emperador Carlos I pidiéndole el oro y el moro por su gesta: ser
investido caballero de la Orden de Santiago, la Capitanía Mayor de la
Armada, un permiso especial para portar armas, dinero, reconocimiento y
todo esto tuteando al rey.
Carlos le contestó denegándole la mayor pero otorgándole
dos prebendas; la primera, una renta anual que el pobre Elcano no
llegaría a oler, y la segunda, un escudo de armas que a día de hoy sigue
luciendo el buque 'Juan Sebastián Elcano'. En él se puede ver un yelmo
con un globo terráqueo y el lema «primus circumdedisti me» (fuiste el
primero en circundarme) y debajo de él un escudo con un castillo de oro
en campo de gules, dos palos de canela cruzados, tres nueces moscadas y
doce clavos de olor. Por fin llegamos al meollo de la cuestión.
No nos debería extrañar la aparición de las especias en un escudo
de armas y menos en el de Elcano. En realidad, la misión de su
expedición marítima no era viajar por amor al arte sino descubrir una
nueva ruta comercial desde Europa hasta las codiciadas islas de las
especias sin pasar por el Índico, que controlaban los portugueses. La gran demanda
de especias y la dependencia de intermediarios extranjeros (¡e
infieles!) propició que los europeos se devanaran los sesos intentando
controlar su comercio de principio a fin. Pero para eso había que acudir
a las fuentes, a aquellas tierras lejanas donde se recolectaban las
olorosas y caras especias.
Aroma de canela
Ahí donde la ven, la Era
de los Descubrimientos tuvo mucho más que ver con la pimienta que con
las ganas de cruzar el horizonte. En 1776 Adam Smith diría en 'La
riqueza de las naciones' que los acontecimientos más importantes de la
historia habían sido el viaje de Colón a América y el de Vasco da Gama a
la India, dos periplos muy cercanos en el tiempo (1492 y 1498) que se
hicieron por la pura y simple razón de encontrar la ruta de las
especias.
Los portugueses comenzaron a explorar África a mediados del siglo
XV buscando oro y esclavos, pero allí se toparon con algo bastante más
valioso: la pimienta malagueta o granos del paraíso, una especia picante
que hacía las delicias de los franceses por aquel entonces.
De repente ya no había que esperar a que aquel tesoro culinario
llegara a Europa a través de mil manos, sino que se podía recoger y
llevar directamente recogiendo de paso todos los beneficios. Fue
entonces cuando Portugal (y el mundo entero con ellos) se obsesionó con
hallar un camino hasta la India y arrebatar el trono del comercio
marítimo a los venecianos, quienes dirigían las operaciones del
Mediterráneo. Cuando en mayo de 1498 Vasco da Gama desembarcó en Calicut
(Kerala), dos comerciantes árabes que había allí le preguntaron a qué
había ido: «Vimos buscar cristãos e especiaria», dijo. Cristianos y
especias.
El soberano de aquel lugar de la India les ofreció, no sin
reproches porque los portugueses no llevaban mucho dinero encima, un
cargamento de pimienta que puso al rey Manuel I de Portugal los dientes
largos. Acompañando a la pimienta llegó una misiva que prometía canela,
clavo, jengibre y todas las maravillas que Europa había estado esperando
siglos.
A los lusos la jugada les salió redonda y a los españoles, no
tanto. Recordemos que Colón se adentró en el Atlántico queriendo
encontrar las Indias auténticas con sus misterios especieros y lo que
hizo en realidad fue darse de bruces con un continente inesperado. Claro
que él no lo sabía y de verdad se creyó que había llegado a un Oriente
bastante diferente al que esperaba encontrar. Ups. En su intento de
demostrar que había llegado al destino correcto confundió plantas
autóctonas americanas con variedades de canela, almáciga, áloe o
jengibre y vendió a los Reyes Católicos que Haití era Cipango (Japón) y
La Española una isla india, ay.
La verdadera dimensión de la Tierra y la auténtica ubicación de
las Islas de las Especias (las Molucas, Indonesia) únicamente se
conocieron gracias al viaje de Magallanes y Elcano. Ellos demostraron
que se podía llegar a la fuente de las especias y que valía la pena
perder cuatro naves, sendos capitanes y más de tres años si a cambio se
traían a casa 53.000 libras de clavo. Normal que Elcano los luciera en
su escudo.
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